Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 21 septiembre, 2014

Delirios

Basta con amar a alguien, esa fe nos eleva, nos enaltece, nos transforma y puede conducirnos a la poesía. Agarré los mapas del mundo que aprendimos en el colegio, recorrí todos sus caminos, crucé ríos, valles y montañas y no te encontré. Supliqué a las nubes viajeras que caminan los cielos, todas ignoraban tus rumbos. […]

Basta con amar a alguien, esa fe nos eleva, nos enaltece, nos transforma y puede conducirnos a la poesía.

Agarré los mapas del mundo que aprendimos en el colegio, recorrí todos sus caminos, crucé ríos, valles y montañas y no te encontré. Supliqué a las nubes viajeras que caminan los cielos, todas ignoraban tus rumbos. Seguí el curso de los astros por planicies y desiertos para adivinar tu destino, también fallaron los astros. Nada sabían de ti.
Una noche, mientras veía apagarse los luceros que tú me enseñaste a ver brillar alguien pronunció tu nombre, la voz me pareció conocida, el mismo acento, el mismo timbre, la misma música al llamarte, de pronto el universo se detuvo y entonces lo supe. Era mi alma que te llamaba en mi último sueño: ven, ven pronto… ven de nuevo.

PENÉLOPE
Penélope la tejedora, bordaba y bordaba sin mirar, pensando en Ulises, el guerrero legendario. A miles de kilómetros, en el fragor de la guerra él sintió el llamado del amor, era un hombre de guerra, por lo tanto decidido, se vino por el hilo del bordado mientras ella bordaba y bordaba todas las tardes, sin mirar el bordado y soñando con él.
Varias semanas después, cuando el bordado estuvo terminado ella lo extendió para corregir los errores. No había error, ¡era perfecto!
Estaba Ulises con su uniforme de guerra y el rostro impaciente mirando a lo lejos como si esperara a alguien, había cruzado el desierto de los médanos infinitos, el golfo de Corinto, y había escalado las escarpadas rocas del kilimingo, seis semanas de travesía, pero llegó justo a tiempo para demostrarle que no había error en su pensamiento. Ni en sus sueños.

AQUEL LUGAR
En algún lugar de la montaña un campesino en harapos le habla de amor a su amada. Le dice, mostrándole las estrellas, que arriba en la cordillera existen flores que convierten la luz de los astros en perfumes exquisitos y que ella le recuerda esas flores, le dice en secreto que ha recuperado uno de los tantos castillos de espejos azules abandonados entre lagos preciosos y que sus jardines colgantes ya comienzan a florecer de nuevo, le pide al oído que viaje con él a vivir juntos a aquel lugar de ensueño, ella le ha dicho que sí.
Ella sabe que esas flores no existen, que aquel lugar tampoco existe y que esos castillos jamás se construyeron.
Sabe muy bien que él los ha imaginado solamente para ella y eso le basta.

REFLEXION
He gastado fortunas en viajar para conocer montañas imponente, ríos esplendidos y océanos asombrosos, he visto de cerca la vía láctea consumiéndose en su torbellino mágico de luces, he conocido lugares hermosos, tesoros antiguos y restaurantes magníficos.
Solo dos cosas no he sabido apreciar jamás. El sol de la mañana que asoma a mi ventana y el esplendor de tu mirada serena y dulce.
[email protected]

Columnista
21 septiembre, 2014

Delirios

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Leonardo Maya Amaya

Basta con amar a alguien, esa fe nos eleva, nos enaltece, nos transforma y puede conducirnos a la poesía. Agarré los mapas del mundo que aprendimos en el colegio, recorrí todos sus caminos, crucé ríos, valles y montañas y no te encontré. Supliqué a las nubes viajeras que caminan los cielos, todas ignoraban tus rumbos. […]


Basta con amar a alguien, esa fe nos eleva, nos enaltece, nos transforma y puede conducirnos a la poesía.

Agarré los mapas del mundo que aprendimos en el colegio, recorrí todos sus caminos, crucé ríos, valles y montañas y no te encontré. Supliqué a las nubes viajeras que caminan los cielos, todas ignoraban tus rumbos. Seguí el curso de los astros por planicies y desiertos para adivinar tu destino, también fallaron los astros. Nada sabían de ti.
Una noche, mientras veía apagarse los luceros que tú me enseñaste a ver brillar alguien pronunció tu nombre, la voz me pareció conocida, el mismo acento, el mismo timbre, la misma música al llamarte, de pronto el universo se detuvo y entonces lo supe. Era mi alma que te llamaba en mi último sueño: ven, ven pronto… ven de nuevo.

PENÉLOPE
Penélope la tejedora, bordaba y bordaba sin mirar, pensando en Ulises, el guerrero legendario. A miles de kilómetros, en el fragor de la guerra él sintió el llamado del amor, era un hombre de guerra, por lo tanto decidido, se vino por el hilo del bordado mientras ella bordaba y bordaba todas las tardes, sin mirar el bordado y soñando con él.
Varias semanas después, cuando el bordado estuvo terminado ella lo extendió para corregir los errores. No había error, ¡era perfecto!
Estaba Ulises con su uniforme de guerra y el rostro impaciente mirando a lo lejos como si esperara a alguien, había cruzado el desierto de los médanos infinitos, el golfo de Corinto, y había escalado las escarpadas rocas del kilimingo, seis semanas de travesía, pero llegó justo a tiempo para demostrarle que no había error en su pensamiento. Ni en sus sueños.

AQUEL LUGAR
En algún lugar de la montaña un campesino en harapos le habla de amor a su amada. Le dice, mostrándole las estrellas, que arriba en la cordillera existen flores que convierten la luz de los astros en perfumes exquisitos y que ella le recuerda esas flores, le dice en secreto que ha recuperado uno de los tantos castillos de espejos azules abandonados entre lagos preciosos y que sus jardines colgantes ya comienzan a florecer de nuevo, le pide al oído que viaje con él a vivir juntos a aquel lugar de ensueño, ella le ha dicho que sí.
Ella sabe que esas flores no existen, que aquel lugar tampoco existe y que esos castillos jamás se construyeron.
Sabe muy bien que él los ha imaginado solamente para ella y eso le basta.

REFLEXION
He gastado fortunas en viajar para conocer montañas imponente, ríos esplendidos y océanos asombrosos, he visto de cerca la vía láctea consumiéndose en su torbellino mágico de luces, he conocido lugares hermosos, tesoros antiguos y restaurantes magníficos.
Solo dos cosas no he sabido apreciar jamás. El sol de la mañana que asoma a mi ventana y el esplendor de tu mirada serena y dulce.
[email protected]