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De noche con Wagner

Por Mary Daza Orozco

La noche perfecta, la luna rielaba serena sin nubes que se atravesaran en su recorrido, la voz de  Rosa Mateu jugueteó con un aria de ‘Elizabeth’ ante el silencio de un público expectante, entregado, al fondo la Sinfónica de la Universidad Nacional; ahí comenzó la magia. 

Richard Wagner se hizo presente y nos paseó por los caminos románticos de sus héroes, sentimos las pisadas quedas de los ‘Maestros cantores de Núremberg’, la obertura resonó en la plazoleta de la gobernación llena, y luego nos encontramos con la ‘Valquiria’ que buscaba insistente el resto de la tetralogía épica del ‘Anillo de los Nibelungos’, había fuerza, esa fuerza demoledora del autor y en medio de la alucinación del momento pudimos distinguir los leitmotivs, que tanto usa Wagner. Yo allí, al pie del olivo negro que se plantó en memoria de la periodista asesinada, Amparo Jiménez, no me atrevía a moverme, no quería romper mi propio encantamiento.

Un anuncio de neón rojo al frente parecía enloquecido con la velocidad de vibratos de la soprano, en el escenario el director Voronkov ordenaba a la orquesta un pianísimo, para luego llegar al retumbar con fuego y pasión.

Un momento que esperaba: la aparición de ‘Parsifal’, el festival escénico sacro como lo calificaba su autor, se sintió el rigor del desierto, el oasis, el héroe en busca del Santo Grial, me enamoré más, mucho más de él, de Wagner, de la vida.

El director contó la historia de lo que venía, esa que cada vez que la leo y que escucho sus apartes, infortunada o afortunadamente, aumenta mi sentimentalismo, pero cómo no, si ‘Tristán e Isolda’ es un ícono del Romanticismo.

No sé si la noche seguía o se paralizó bajo el cielo iluminado del Valledupar de tantos cantos, de suerte que el Director la comparó con Núremberg: “Allá hay muchos cantores y festival para ellos, como aquí”; terminó la muerte de ‘Tristán e Isolda’, muerte por amor, esa que es producto de los amores imposibles; los últimos sonidos le dieron paso a un homenaje a la música colombiana.

Yo seguía allí, admirando a Wagner, pensé en lo que conocía de su vida, ya había pasado otras noches con él, encerrados en un teatro o en un auditorio, nunca bajo la brisa suave que llega de la Sierra Nevada.

Cielo Gnecco, me preguntó: ‘¿Le gustó?’, ella, como primera gestora del Cesar, fue la que trajo a los  músicos, ella permitió, a través de un convenio de la Gobernación con la Universidad Nacional, que asistiéramos a un concierto magnífico, entendiendo quizás lo que el propio Richard Wagner dijo del arte total: es el que salva, da paz y une a los pueblos. Cuando llegué a casa me pareció ver a una valquiria, a Brunilda, buscando a Sigfrido por las riberas del Rin. Seguía alucinando.

 

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