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Columnista - 16 marzo, 2013

“Dar de lo propio, dar de sí mismo”

La Sagrada Escritura nos cuenta que un día Jesús estaba en el templo de Jerusalén con sus discípulos, y observaban cómo algunas personas ricas depositaban sus donaciones

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Por. Marlon Javier Domínguez

 

La Sagrada Escritura nos cuenta que un día Jesús estaba en el templo de Jerusalén con sus discípulos, y observaban cómo algunas personas ricas depositaban sus donaciones. En medio de ellos una viuda pobre entregó una ofrenda aparentemente insignificante: dos moneditas; pero Jesús hizo de ella el siguiente elogio: “Ella ha echado más que cualquier otra persona, ella ha dado todo cuanto tenía para vivir”. Al margen de la denominación de aquellas monedas, hemos de fijar nuestra atención en la expresión de Jesús: “ha dado más porque ha dado todo”, es decir, se ha dado a sí misma.

 

Hoy nos acercaremos a la meditación de la tercera de las prácticas cristianas sobre las que se insiste particularmente en la cuaresma, y completaremos la triada: Ayuno, Oración y Limosna.

 

La palabra griega «eleemosyne» proviene de «éleos», que quiere decir compasión y misericordia; inicialmente indicaba la actitud del hombre misericordioso y, luego, todas las obras de caridad hacia los necesitados. Limosna significa, pues, apertura hacia el otro, a sus necesidades y carencias materiales, pero también a sus necesidades y carencias más profundas.

 

En efecto, La verdadera “limosna” no está solamente en dar sino en darse, ya que, aunque dar es un acto de generosidad, podría quedarse vacío y carente de sentido si no viene acompañado de la donación de sí mismo. Así lo afirma San Pablo cuando dice: “Aunque repartiera todos mis bienes, si no tengo caridad, de nada me sirve”.

 

El fin último de un cristiano no debe ser solo llenar los estómagos de las millones de personas que en el mundo sufren hambre, sino principalmente llenar el corazón de aquellos que lo tienen vacío de amor. Lo uno no excluye lo otro, lo uno y lo otro se exigen mutuamente, y es lo que no han entendido muchos que se han apartado de la idea de Dios y de la religión, argumentando que es un instrumento de represión y que impide luchar contra la desigualdad y el progreso material de la humanidad.

 

El Cristianismo no debe sustraerse – ¡y no lo ha hecho nunca! – de luchar contra males como la pobreza, las enfermedades o la desnutrición que hay en el mundo, pero entendamos que el mundo no se arregla sólo con dinero, sino que las dádivas materiales deben ir acompañadas con la donación sincera, generosa y personal de uno mismo. Grandes limosnas y acciones podrían resultar vacías, como las de los ricos del pasaje mencionado al principio y, en contraposición, dos moneditas acompañadas de la actitud correcta de donación de sí mismo pueden resultar un vivo ejemplo de lo que debe ser la limosna.

 

Es aquí donde el hecho de dar, de donar a los demás, se extiende a todos los hombres, y no se restringe a la gente pudiente y de buena condición, ni siquiera a los creyentes y religiosos. El agnóstico, el ateo y el indiferente pueden con su filantropía expresar esta actitud profundamente humana; todos, y hasta el mendigo más abandonado, hasta el más pobre de los pobres, pueden “dar limosna a sus hermanos”, incluso a aquellos que parecen poseer todos los bienes.

 

Consideremos, además, lo que afirma San Agustín: “Dar de comer, al que tiene hambre, de beber al que tiene sed, vestir al desnudo, dar posada al pasajero, refugiar a un fugitivo, visitar a un enfermo o a un preso, rescatar un esclavo, sostener a un débil, guiar a un ciego, consolar a un afligido, curar a un herido, enseñar el camino al que se pierde, dar un consejo al que lo necesita y el alimento a un pobre no son las únicas especies de limosna, sino perdonar al que peca o corregir cuando hay autoridad para ello, olvidar la injuria que se recibió pidiendo a Dios que le dispense favores al que se la hizo; éstas son obras de misericordia que se pueden mirar también como limosnas”.

 

Finalmente recordemos aquella bella frase de la Escritura: “La limosna cubre multitud de pecados”. Demos de lo nuestro, demos de nosotros mismos y alcancemos de Dios el perdón de nuestras faltas.

 

Post Scriptum: Sorprenden las actitudes y palabras de humildad y sencillez de nuestro nuevo Papa Francisco. ¿No deben ser ellas una invitación a que todos, pastores y laicos, creyentes y no creyentes, gobernantes y pueblo tengamos una actitud diferente frente a la vida y frente a nuestros semejantes? Feliz domingo.

 

 

Columnista
16 marzo, 2013

“Dar de lo propio, dar de sí mismo”

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Marlon Javier Domínguez

La Sagrada Escritura nos cuenta que un día Jesús estaba en el templo de Jerusalén con sus discípulos, y observaban cómo algunas personas ricas depositaban sus donaciones


Por. Marlon Javier Domínguez

 

La Sagrada Escritura nos cuenta que un día Jesús estaba en el templo de Jerusalén con sus discípulos, y observaban cómo algunas personas ricas depositaban sus donaciones. En medio de ellos una viuda pobre entregó una ofrenda aparentemente insignificante: dos moneditas; pero Jesús hizo de ella el siguiente elogio: “Ella ha echado más que cualquier otra persona, ella ha dado todo cuanto tenía para vivir”. Al margen de la denominación de aquellas monedas, hemos de fijar nuestra atención en la expresión de Jesús: “ha dado más porque ha dado todo”, es decir, se ha dado a sí misma.

 

Hoy nos acercaremos a la meditación de la tercera de las prácticas cristianas sobre las que se insiste particularmente en la cuaresma, y completaremos la triada: Ayuno, Oración y Limosna.

 

La palabra griega «eleemosyne» proviene de «éleos», que quiere decir compasión y misericordia; inicialmente indicaba la actitud del hombre misericordioso y, luego, todas las obras de caridad hacia los necesitados. Limosna significa, pues, apertura hacia el otro, a sus necesidades y carencias materiales, pero también a sus necesidades y carencias más profundas.

 

En efecto, La verdadera “limosna” no está solamente en dar sino en darse, ya que, aunque dar es un acto de generosidad, podría quedarse vacío y carente de sentido si no viene acompañado de la donación de sí mismo. Así lo afirma San Pablo cuando dice: “Aunque repartiera todos mis bienes, si no tengo caridad, de nada me sirve”.

 

El fin último de un cristiano no debe ser solo llenar los estómagos de las millones de personas que en el mundo sufren hambre, sino principalmente llenar el corazón de aquellos que lo tienen vacío de amor. Lo uno no excluye lo otro, lo uno y lo otro se exigen mutuamente, y es lo que no han entendido muchos que se han apartado de la idea de Dios y de la religión, argumentando que es un instrumento de represión y que impide luchar contra la desigualdad y el progreso material de la humanidad.

 

El Cristianismo no debe sustraerse – ¡y no lo ha hecho nunca! – de luchar contra males como la pobreza, las enfermedades o la desnutrición que hay en el mundo, pero entendamos que el mundo no se arregla sólo con dinero, sino que las dádivas materiales deben ir acompañadas con la donación sincera, generosa y personal de uno mismo. Grandes limosnas y acciones podrían resultar vacías, como las de los ricos del pasaje mencionado al principio y, en contraposición, dos moneditas acompañadas de la actitud correcta de donación de sí mismo pueden resultar un vivo ejemplo de lo que debe ser la limosna.

 

Es aquí donde el hecho de dar, de donar a los demás, se extiende a todos los hombres, y no se restringe a la gente pudiente y de buena condición, ni siquiera a los creyentes y religiosos. El agnóstico, el ateo y el indiferente pueden con su filantropía expresar esta actitud profundamente humana; todos, y hasta el mendigo más abandonado, hasta el más pobre de los pobres, pueden “dar limosna a sus hermanos”, incluso a aquellos que parecen poseer todos los bienes.

 

Consideremos, además, lo que afirma San Agustín: “Dar de comer, al que tiene hambre, de beber al que tiene sed, vestir al desnudo, dar posada al pasajero, refugiar a un fugitivo, visitar a un enfermo o a un preso, rescatar un esclavo, sostener a un débil, guiar a un ciego, consolar a un afligido, curar a un herido, enseñar el camino al que se pierde, dar un consejo al que lo necesita y el alimento a un pobre no son las únicas especies de limosna, sino perdonar al que peca o corregir cuando hay autoridad para ello, olvidar la injuria que se recibió pidiendo a Dios que le dispense favores al que se la hizo; éstas son obras de misericordia que se pueden mirar también como limosnas”.

 

Finalmente recordemos aquella bella frase de la Escritura: “La limosna cubre multitud de pecados”. Demos de lo nuestro, demos de nosotros mismos y alcancemos de Dios el perdón de nuestras faltas.

 

Post Scriptum: Sorprenden las actitudes y palabras de humildad y sencillez de nuestro nuevo Papa Francisco. ¿No deben ser ellas una invitación a que todos, pastores y laicos, creyentes y no creyentes, gobernantes y pueblo tengamos una actitud diferente frente a la vida y frente a nuestros semejantes? Feliz domingo.