La procesión subía la calle. Una nubecilla de incienso confundida con hedor de sudores daba la idea de una muchedumbre piadosa. Como un enjambre de abejorros se oían las voces de una oración común. A las personas se les deshacían las velas en un llanto seboso y caliente. Adelmo de Bañolas, había roto la monotonía […]
La procesión subía la calle. Una nubecilla de incienso confundida con hedor de sudores daba la idea de una muchedumbre piadosa. Como un enjambre de abejorros se oían las voces de una oración común. A las personas se les deshacían las velas en un llanto seboso y caliente.
Adelmo de Bañolas, había roto la monotonía de la Semana Santa en aquel pueblo donde el asomo de vida en las horas muertas eran los cantos desabridos de los gallos. Pero, ¡Oh, qué cambio! Ese cura español era brioso y luminoso. A sus espaldas le decían “fray Chispitas”, por eso de las Chispitas Mariposas. Por él había procesión a lo vivo. Las imágenes de madera hueca que sacaban los días santos, estaban en el cuarto de San Alejo empolvadas, y hasta un muñeco con lanza que hacía de centurión romano, había terminado con un fondillo roto por donde alzaban vuelo las abejas cargabarro.
Una cruz de algarrobillo llevaba quien actuaba como Jesús de Nazaret, trepando la calle para terminar en una loma que hacía de Monte Calvario. También iba la Verónica con la cabeza arropada en una toalla que había donado el Almacén de los Pobres. No faltaba María Santísima con cara de dolor de muelas, ni la Magdalena con el cuello torcido por haber lavado ropa después de alisar camisas con planchas de anafe.
Pero esa representación de la pasión de Cristo casi se malogra porque quien hacía de tal, estuvo preso la noche anterior por romperle un taco de billar en la cabeza a un baldado de una mano, el Mocho Pacheco, discutiendo una carambola. Pero una dama pagó la fianza de diez pesos que fijó el inspector Calixto Mendiola y el actor que iba a representar a Jesús quedó libre.
La procesión subía la calle cuando el sacristán le murmuró a fray Adelmo que un voluntario se había presentado envuelto en sábana y turbante como los pastores bíblicos, ofreciéndose para hacer el papel del judío que azotaba a Jesús en el camino del Calvario.
Ahora con todo el realismo le dio cinco fuetazos a Jesús. Todos pensaban que ese nazareno llevaba un cuero bajo su túnica para resistir la tunda que le caía. Después fueron unos lagrimones que bañaron sus mejillas dándole un toque realista a la actuación.
Pero cuando el judío que azotaba, en un tramo de más allá, dio más fuete a las espaldas del Nazareno, éste tiró la cruz a un lado y gritando palabras sucias se le vino encima. Terminaron desgreñados, cambiando patadas como mulos y después revolcados en un cuerpo a cuerpo hasta que llegó la policía.
Se les olvidó a Mateo, Juan, Lucas y Marcos cuando escribieron Los Evangelios, que tras unos barrotes de hierro, en un puesto de policía de Atanquez, al día siguiente de la caminata al Calvario, Jesús de Nazaret tuviese los ojos con el color del hígado crudo y dos dientes menos; y que el judío de los azotes, que era mocho de una mano, tuviese las costillas moreteadas y un boquete en la oreja en forma de herradura a consecuencia de un mordisco divino.
La procesión subía la calle. Una nubecilla de incienso confundida con hedor de sudores daba la idea de una muchedumbre piadosa. Como un enjambre de abejorros se oían las voces de una oración común. A las personas se les deshacían las velas en un llanto seboso y caliente. Adelmo de Bañolas, había roto la monotonía […]
La procesión subía la calle. Una nubecilla de incienso confundida con hedor de sudores daba la idea de una muchedumbre piadosa. Como un enjambre de abejorros se oían las voces de una oración común. A las personas se les deshacían las velas en un llanto seboso y caliente.
Adelmo de Bañolas, había roto la monotonía de la Semana Santa en aquel pueblo donde el asomo de vida en las horas muertas eran los cantos desabridos de los gallos. Pero, ¡Oh, qué cambio! Ese cura español era brioso y luminoso. A sus espaldas le decían “fray Chispitas”, por eso de las Chispitas Mariposas. Por él había procesión a lo vivo. Las imágenes de madera hueca que sacaban los días santos, estaban en el cuarto de San Alejo empolvadas, y hasta un muñeco con lanza que hacía de centurión romano, había terminado con un fondillo roto por donde alzaban vuelo las abejas cargabarro.
Una cruz de algarrobillo llevaba quien actuaba como Jesús de Nazaret, trepando la calle para terminar en una loma que hacía de Monte Calvario. También iba la Verónica con la cabeza arropada en una toalla que había donado el Almacén de los Pobres. No faltaba María Santísima con cara de dolor de muelas, ni la Magdalena con el cuello torcido por haber lavado ropa después de alisar camisas con planchas de anafe.
Pero esa representación de la pasión de Cristo casi se malogra porque quien hacía de tal, estuvo preso la noche anterior por romperle un taco de billar en la cabeza a un baldado de una mano, el Mocho Pacheco, discutiendo una carambola. Pero una dama pagó la fianza de diez pesos que fijó el inspector Calixto Mendiola y el actor que iba a representar a Jesús quedó libre.
La procesión subía la calle cuando el sacristán le murmuró a fray Adelmo que un voluntario se había presentado envuelto en sábana y turbante como los pastores bíblicos, ofreciéndose para hacer el papel del judío que azotaba a Jesús en el camino del Calvario.
Ahora con todo el realismo le dio cinco fuetazos a Jesús. Todos pensaban que ese nazareno llevaba un cuero bajo su túnica para resistir la tunda que le caía. Después fueron unos lagrimones que bañaron sus mejillas dándole un toque realista a la actuación.
Pero cuando el judío que azotaba, en un tramo de más allá, dio más fuete a las espaldas del Nazareno, éste tiró la cruz a un lado y gritando palabras sucias se le vino encima. Terminaron desgreñados, cambiando patadas como mulos y después revolcados en un cuerpo a cuerpo hasta que llegó la policía.
Se les olvidó a Mateo, Juan, Lucas y Marcos cuando escribieron Los Evangelios, que tras unos barrotes de hierro, en un puesto de policía de Atanquez, al día siguiente de la caminata al Calvario, Jesús de Nazaret tuviese los ojos con el color del hígado crudo y dos dientes menos; y que el judío de los azotes, que era mocho de una mano, tuviese las costillas moreteadas y un boquete en la oreja en forma de herradura a consecuencia de un mordisco divino.