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Opinión - 3 febrero, 2025

Crónica de un secuestro que nunca imaginé

El miércoles 29 de enero de 2025 amaneció con la monotonía de cualquier otro día en la Ciudad de México. No había presagios que anunciaran lo que estaba por suceder.

Boton Wpp

El miércoles 29 de enero de 2025 amaneció con la monotonía de cualquier otro día en la Ciudad de México. No había presagios que anunciaran lo que estaba por suceder. Yo salí de la Plaza Vía San Juan con la ligereza de quien ha cumplido con una rutina trivial: un retiro en el cajero, unas compras en Soriana, la sensación de seguridad efímera que otorga la luz del mediodía y la indiferencia de la multitud. Entonces, sucedió.

Eran tres sujetos; dos se bajaron del vehículo y me subieron a la fuerza. El que me apuntaba con un arma era de piel morena y tenía múltiples tatuajes. Todos, por su acento, eran de nacionalidad mexicana. Me empujaron a una camioneta roja que parecía aguardarme con la paciencia de un depredador. Adelante, el piloto era una figura anónima en el teatro del crimen. Atrás, uno de ellos me apuntaba con un arma en su mano izquierda y, con la misma mano que sostenía la amenaza, me golpeaba el rostro con la brutalidad de quien no necesita razones para hacer daño.

En ese instante no supe si se trataba de una confusión, de mi acento colombiano, de una cacería al azar o si, desde algún punto de la ciudad, ya habían decidido que yo era su presa. Solo recuerdo la fuerza de los golpes, el eco metálico del arma rozando mi piel y la certeza de que todo podía terminar ahí, en el anonimato de una ciudad que se traga a sus desaparecidos.

Me arrebataron mis pertenencias: la cartera, la mochila, el celular. Me obligaron a desbloquearlo y vaciaron mis cuentas bancarias con la destreza de quienes han hecho de la extorsión un arte sin remordimientos. La camioneta avanzaba por calles que no reconocí, los segundos se diluían como tinta en el agua, y el miedo adquiría la consistencia de una condena anticipada.

Durante media hora fui un rehén del azar, atrapado en la incertidumbre de si fuese un sobreviviente más o un nombre en las noticias del día siguiente. En México, donde la desaparición es un fantasma que ronda cada esquina, no hay forma de medir las intenciones de un criminal ni de anticipar el desenlace de un secuestro fugaz. La única certeza es la negociación que se impone en esas circunstancias: la vida o el dinero. Y en esta ocasión, haber tenido poco pudo haber cambiado la historia de una forma que prefiero no imaginar.

Mientras el vehículo avanzaba sin rumbo aparente, mis pensamientos se enredaban en la incertidumbre. A través de los vidrios tintados, intenté captar algún punto de referencia, pero todo lo que veía eran edificios anónimos y calles desconocidas. Mis captores hablaban entre sí en murmullos, discutiendo sobre el destino de mi persona como si fuera una simple transacción. En ese momento, comprendí la fragilidad de mi existencia, suspendida en el aire como un péndulo que podía inclinarse hacia la vida o la muerte.

Después de lo que parecieron horas, la camioneta se detuvo. Me arrojaron fuera con la misma indiferencia con la que me habían capturado. Me quedé en la calle, sin dinero, sin celular, golpes en el rostro y estómago y una pregunta retumbando en mi cabeza: ¿por qué yo? El asfalto bajo mis pies parecía más áspero, más frío. Un hombre pasó a mi lado sin mirarme, inmerso en su propio mundo de preocupaciones insignificantes. Caminé sin rumbo, con el miedo aún impregnado en la piel, buscando un refugio donde recuperar la calma y asimilar que, a pesar de todo, seguía vivo. Pero la ciudad no se detuvo a responder. El tráfico siguió su curso, los transeúntes no alzaron la vista y el miércoles 29 de enero de 2025 quedó marcado en mi memoria como el día en que fui devorado por la ciudad y vomitado de vuelta, como si nada hubiera pasado.

Por: Bayron Araujo Campo*

*Escritor y periodista, natural de Manaure Balcón del Cesar, con experiencia en bibliotecas, promoción de lectura, investigación, columnismo y crónica. Autor de los libros Serpientes de humo y Consuelo (ambos publicados en México). Actualmente, reside en Ciudad de México.

Opinión
3 febrero, 2025

Crónica de un secuestro que nunca imaginé

El miércoles 29 de enero de 2025 amaneció con la monotonía de cualquier otro día en la Ciudad de México. No había presagios que anunciaran lo que estaba por suceder.


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El miércoles 29 de enero de 2025 amaneció con la monotonía de cualquier otro día en la Ciudad de México. No había presagios que anunciaran lo que estaba por suceder. Yo salí de la Plaza Vía San Juan con la ligereza de quien ha cumplido con una rutina trivial: un retiro en el cajero, unas compras en Soriana, la sensación de seguridad efímera que otorga la luz del mediodía y la indiferencia de la multitud. Entonces, sucedió.

Eran tres sujetos; dos se bajaron del vehículo y me subieron a la fuerza. El que me apuntaba con un arma era de piel morena y tenía múltiples tatuajes. Todos, por su acento, eran de nacionalidad mexicana. Me empujaron a una camioneta roja que parecía aguardarme con la paciencia de un depredador. Adelante, el piloto era una figura anónima en el teatro del crimen. Atrás, uno de ellos me apuntaba con un arma en su mano izquierda y, con la misma mano que sostenía la amenaza, me golpeaba el rostro con la brutalidad de quien no necesita razones para hacer daño.

En ese instante no supe si se trataba de una confusión, de mi acento colombiano, de una cacería al azar o si, desde algún punto de la ciudad, ya habían decidido que yo era su presa. Solo recuerdo la fuerza de los golpes, el eco metálico del arma rozando mi piel y la certeza de que todo podía terminar ahí, en el anonimato de una ciudad que se traga a sus desaparecidos.

Me arrebataron mis pertenencias: la cartera, la mochila, el celular. Me obligaron a desbloquearlo y vaciaron mis cuentas bancarias con la destreza de quienes han hecho de la extorsión un arte sin remordimientos. La camioneta avanzaba por calles que no reconocí, los segundos se diluían como tinta en el agua, y el miedo adquiría la consistencia de una condena anticipada.

Durante media hora fui un rehén del azar, atrapado en la incertidumbre de si fuese un sobreviviente más o un nombre en las noticias del día siguiente. En México, donde la desaparición es un fantasma que ronda cada esquina, no hay forma de medir las intenciones de un criminal ni de anticipar el desenlace de un secuestro fugaz. La única certeza es la negociación que se impone en esas circunstancias: la vida o el dinero. Y en esta ocasión, haber tenido poco pudo haber cambiado la historia de una forma que prefiero no imaginar.

Mientras el vehículo avanzaba sin rumbo aparente, mis pensamientos se enredaban en la incertidumbre. A través de los vidrios tintados, intenté captar algún punto de referencia, pero todo lo que veía eran edificios anónimos y calles desconocidas. Mis captores hablaban entre sí en murmullos, discutiendo sobre el destino de mi persona como si fuera una simple transacción. En ese momento, comprendí la fragilidad de mi existencia, suspendida en el aire como un péndulo que podía inclinarse hacia la vida o la muerte.

Después de lo que parecieron horas, la camioneta se detuvo. Me arrojaron fuera con la misma indiferencia con la que me habían capturado. Me quedé en la calle, sin dinero, sin celular, golpes en el rostro y estómago y una pregunta retumbando en mi cabeza: ¿por qué yo? El asfalto bajo mis pies parecía más áspero, más frío. Un hombre pasó a mi lado sin mirarme, inmerso en su propio mundo de preocupaciones insignificantes. Caminé sin rumbo, con el miedo aún impregnado en la piel, buscando un refugio donde recuperar la calma y asimilar que, a pesar de todo, seguía vivo. Pero la ciudad no se detuvo a responder. El tráfico siguió su curso, los transeúntes no alzaron la vista y el miércoles 29 de enero de 2025 quedó marcado en mi memoria como el día en que fui devorado por la ciudad y vomitado de vuelta, como si nada hubiera pasado.

Por: Bayron Araujo Campo*

*Escritor y periodista, natural de Manaure Balcón del Cesar, con experiencia en bibliotecas, promoción de lectura, investigación, columnismo y crónica. Autor de los libros Serpientes de humo y Consuelo (ambos publicados en México). Actualmente, reside en Ciudad de México.