Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 12 noviembre, 2017

Con suficiente tiempo

“¿Cuándo estudias para un examen?”, preguntó el profesor al estudiante en un diálogo informal. El aprendiz respondió de inmediato: “Cada vez que tengo un examen”. Cada vez se hace más frecuente este tipo de actitud, no sólo en el campo académico, sino en todas y cada una de las situaciones de la vida. Me refiero […]

“¿Cuándo estudias para un examen?”, preguntó el profesor al estudiante en un diálogo informal. El aprendiz respondió de inmediato: “Cada vez que tengo un examen”.

Cada vez se hace más frecuente este tipo de actitud, no sólo en el campo académico, sino en todas y cada una de las situaciones de la vida. Me refiero al hecho de prepararnos sólo para lo que resulta inmediato. Uno de los maestros que recuerdo con más gratitud solía repetirnos que “la preparación de un examen comienza desde el momento mismo en el que se ha escrito en la pizarra el título de la lección”; y uno de los predicadores que más admiro expresaba con frecuencia que “nuestra preparación para la vida eterna inicia desde el momento mismo en el que comienza nuestra vida temporal”.

Precisamente es esta una de las lecciones que podemos extraer del relato evangélico que se lee en la Misa de hoy: es preciso estar preparados, porque no sabemos ni el día ni la hora en que seremos llamados a la presencia de Dios.

Cuando el ser humano se acerca al dramático momento en el que se libra la lucha entre la vida y la muerte, generalmente cambia de perspectiva. Pero, ¿Debería ser así? No deberíamos esperar hasta encontrarnos “ad portas” del sepulcro para iniciar nuestra preparación. Todos los días, cada una de nuestras acciones debería estar inspirada por la certeza de que “somos de tiempo” y, tarde o temprano, nos encontraremos de frente con el final de la existencia tal como la conocemos. La misma actitud del buen estudiante, que estudia para la vida y no para el examen, pero cuyo esfuerzo se ve reflejado en las buenas calificaciones, debería ser la actitud del cristiano: actuar bien no por el miedo al juicio divino, sino por amor; vivir como si cada día fuese el último de su existencia.

Ahora bien, ¿Y qué tal si no creo en Dios? Lo arriba dicho no hace exclusiva referencia a los creyentes. Todo ser humano, independientemente de ser religioso o no, debe decidir lo que quiere para su vida y la razón por la que desea ser reconocido; si desea que su límite sea la tumba o si pretende trascender en la historia humana a través de sus buenas acciones. Feliz domingo.

Por Marlon Domínguez

 

Columnista
12 noviembre, 2017

Con suficiente tiempo

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Marlon Javier Domínguez

“¿Cuándo estudias para un examen?”, preguntó el profesor al estudiante en un diálogo informal. El aprendiz respondió de inmediato: “Cada vez que tengo un examen”. Cada vez se hace más frecuente este tipo de actitud, no sólo en el campo académico, sino en todas y cada una de las situaciones de la vida. Me refiero […]


“¿Cuándo estudias para un examen?”, preguntó el profesor al estudiante en un diálogo informal. El aprendiz respondió de inmediato: “Cada vez que tengo un examen”.

Cada vez se hace más frecuente este tipo de actitud, no sólo en el campo académico, sino en todas y cada una de las situaciones de la vida. Me refiero al hecho de prepararnos sólo para lo que resulta inmediato. Uno de los maestros que recuerdo con más gratitud solía repetirnos que “la preparación de un examen comienza desde el momento mismo en el que se ha escrito en la pizarra el título de la lección”; y uno de los predicadores que más admiro expresaba con frecuencia que “nuestra preparación para la vida eterna inicia desde el momento mismo en el que comienza nuestra vida temporal”.

Precisamente es esta una de las lecciones que podemos extraer del relato evangélico que se lee en la Misa de hoy: es preciso estar preparados, porque no sabemos ni el día ni la hora en que seremos llamados a la presencia de Dios.

Cuando el ser humano se acerca al dramático momento en el que se libra la lucha entre la vida y la muerte, generalmente cambia de perspectiva. Pero, ¿Debería ser así? No deberíamos esperar hasta encontrarnos “ad portas” del sepulcro para iniciar nuestra preparación. Todos los días, cada una de nuestras acciones debería estar inspirada por la certeza de que “somos de tiempo” y, tarde o temprano, nos encontraremos de frente con el final de la existencia tal como la conocemos. La misma actitud del buen estudiante, que estudia para la vida y no para el examen, pero cuyo esfuerzo se ve reflejado en las buenas calificaciones, debería ser la actitud del cristiano: actuar bien no por el miedo al juicio divino, sino por amor; vivir como si cada día fuese el último de su existencia.

Ahora bien, ¿Y qué tal si no creo en Dios? Lo arriba dicho no hace exclusiva referencia a los creyentes. Todo ser humano, independientemente de ser religioso o no, debe decidir lo que quiere para su vida y la razón por la que desea ser reconocido; si desea que su límite sea la tumba o si pretende trascender en la historia humana a través de sus buenas acciones. Feliz domingo.

Por Marlon Domínguez