Este fenómeno ocurrente y vigente en nuestro país, se da como consecuencia de las grandes migraciones: campo-ciudad, factor que ha propiciado el crecimiento desbordado de urbanizaciones desordenadas y caracterizadas por cinturones de miseria, desempleo, violencia y desequilibrio social; estos hechos son el fiel testimonio de la puesta en escena de grandes contradicciones que aquejan a la sociedad colombiana, muy comunes y evidentes ante la retina de cualquier desprevenido ciudadano.
El Estado requiere con urgencia diseñar e implementar un asertivo sistema que refleje las aspiraciones de la comunidad y promueva una creciente participación en la búsqueda de una mayor equidad en beneficio a la distribución del desarrollo; es decir, valorar la participación popular y convertirla en cuestión central del momento; plantear la construcción de una sociedad edificada entorno a las necesidades auténticas de la población; en sí, invertir en el potencial humano; creando una fisonomía de solida estabilidad como escenario de múltiples confrontaciones, donde el hombre de ciudad lance una mirada hacia el campo, para que este se convierta en verdadero laboratorio de producción agroindustrial, liderado por los protagonistas del sector rural: los campesinos. Decía el señor Jorge, mi papá: “sin campo no hay ciudad”; eso es verdad, lo recuerdo mucho y lo elogió en este momento.
Cuando el campo es productivo, el país es prospero, pujante y desarrollado, es por eso que al campesino se le debe tratar como a un rey; son reyes de la producción que alimentan a millones de seres humanos asentados en las grandes urbes; en tal sentido, los labriegos deben poseer tierra de calidad, vías para llegar allí, no trochas; óptimos planteles educativos, buena atención en salud, mejores servicios públicos y demás obras de saneamiento básico ambiental.
La experiencia histórica ilustra como la modernización amparada en un modelo neoliberal de desarrollo conduce a su rápido agotamiento y a una profundización abismal de desequilibrio social. Bajo estas circunstancias el gobierno nacional debe evitar a toda costa que Colombia siga creciendo como país urbano y de la espalda a necesidades y problemas del campo. El Estado tiene que liderar acciones con todos sus actores, focalizando esfuerzos, competencia y eficiencia en una urgente y necesaria reforma estructural y un ordenado ajuste institucional; detallando el factor perturbador causante de la migración del campo a la ciudad y brindando correctivos.
Colombia no puede seguir así, con uno de los territorios más ricos del mundo, dotado así por la naturaleza, rodeado por dos mares, exuberantes ríos, fauna y flora diversa, minerales… Recuerdo que siendo parte de la selección Colombia de atletismo en Concepción Chile, donde participamos, nos trataban de marihuaneros y coqueros por ser colombianos; manifesté que hacíamos parte de una delegación deportiva, además, de los atractivos de Colombia; una Chilena me expresó: “Ustedes tienen las mejores esmeraldas del mundo y tenés toda la razón, lo que pasa es que tienen malos administradores”.
Es importante dar un gigante salto social, que cierre la propagación de la rutina, inercia e incapacidad de productores de riqueza a través del campo. Por fortuna comienza a deslumbrarse tendencias de cambio que requieren ya un fuerte impulso y una visión global con un manejo macroeconómico y equilibrado.