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Columnista - 15 mayo, 2017

Caminantes y caminos

Es la rutina al amanecer. Es seguir el sendero que conduce al río, una corriente emblemática de la ciudad. Luego de andar y andar se llega al puente, desde allí la salida del sol forma sus juegos de artificio en el Oriente, mientras que las corrientes sucias y espumosas se deslizan entre piedras abroqueladas, aguas […]

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Es la rutina al amanecer. Es seguir el sendero que conduce al río, una corriente emblemática de la ciudad. Luego de andar y andar se llega al puente, desde allí la salida del sol forma sus juegos de artificio en el Oriente, mientras que las corrientes sucias y espumosas se deslizan entre piedras abroqueladas, aguas antes cristalinas de las que dijo un compositor que se reían de Valledupar, ya no, el torrente ya no es risueño, se le ha mezclado toda clase de detritus en su recorrido y de seguir así se convertirá en un vertedero.

Un rayo de sol se ensaña sobre la más fea sirena de agua dulce, de color cobrizo que cada vez se parece más a Caniggia, el jugador de fútbol argentino que siempre que anotaba un gol le daba un beso en la boca a Maradona.

El ambiente que debería ser fresco con olor a hierbas, a mastrantos, se ha saturado de desechos y en muchas ocasiones hay que contener la respiración, sin embargo, llegan los que aman a su río a morir, se bañan, no pueden pasar el día sin que los bendiga el agua fría.

Para llegar allí se atraviesa toda la avenida, los caminantes de siempre, se saludan sin posibilidad de detenerse, eso echaría a perder el ejercicio, otros trotan y no miran a nadie, algunos grupos de señoras rezan el rosario (ejercicio físico y espiritual), los dueños de perros los llevan en volandas, en fin cada quien con su interés, al llegar a la glorieta del parque de la leyenda hay otro adefesio, una pilonera que parece un pajarraco mitológico que a cualquier desprevenido puede asustar.

Qué bueno que ahora el alcalde caminara y se diera cuenta de que puede hacer algo por el río, concretamente en Hurtado, no se debe seguir afamándolo tanto si no se convierte de nuevo en el Rey del Valle, ese que según Nicolás Maestre: “…cuando arriba le cae un aguacero, tiemblan los pereuétanos de miedo”, sembrar pereuétanos, embellecer, limpiar, pensar en una sirena bonita y plateada, que el ambiente huela a vida, de modo que los turistas no se sigan decepcionando cuando lleguen al puente y digan con desánimo: ‘¿Y, este es el famoso Guatapurí?’ Y recuerden a Laura Cerrato: “Yo sé que este río /refleja toda una vida/Una vida que es real/ ¿qué pasó con las sombras celestes?/ ¿de dónde vienen estos fantasmas acuáticos de la muerte, de la luz?/ a veces creo que una compleja pirueta circense ha transformado el agua en aire y el aire en agua”.

Por ahora los romeros seguimos el senderismo entre las luces de la noche que se va y las del día que viene, y perseguiremos el olor a hierbabuena, a las aguas arhuacas, a la atarraya de un pescador vallenato, hay esperanza de que todo eso vuelva, mientras tanto seguiremos queriendo al río sucio con su sirena fea, ¿quién dijo que sólo se ama lo bonito, lo fresco, lo joven? El amor puede lograr un milagro. (De mis archivos se repite por pedido de algunos lectores).

Por Mary Daza Orozco

Columnista
15 mayo, 2017

Caminantes y caminos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

Es la rutina al amanecer. Es seguir el sendero que conduce al río, una corriente emblemática de la ciudad. Luego de andar y andar se llega al puente, desde allí la salida del sol forma sus juegos de artificio en el Oriente, mientras que las corrientes sucias y espumosas se deslizan entre piedras abroqueladas, aguas […]


Es la rutina al amanecer. Es seguir el sendero que conduce al río, una corriente emblemática de la ciudad. Luego de andar y andar se llega al puente, desde allí la salida del sol forma sus juegos de artificio en el Oriente, mientras que las corrientes sucias y espumosas se deslizan entre piedras abroqueladas, aguas antes cristalinas de las que dijo un compositor que se reían de Valledupar, ya no, el torrente ya no es risueño, se le ha mezclado toda clase de detritus en su recorrido y de seguir así se convertirá en un vertedero.

Un rayo de sol se ensaña sobre la más fea sirena de agua dulce, de color cobrizo que cada vez se parece más a Caniggia, el jugador de fútbol argentino que siempre que anotaba un gol le daba un beso en la boca a Maradona.

El ambiente que debería ser fresco con olor a hierbas, a mastrantos, se ha saturado de desechos y en muchas ocasiones hay que contener la respiración, sin embargo, llegan los que aman a su río a morir, se bañan, no pueden pasar el día sin que los bendiga el agua fría.

Para llegar allí se atraviesa toda la avenida, los caminantes de siempre, se saludan sin posibilidad de detenerse, eso echaría a perder el ejercicio, otros trotan y no miran a nadie, algunos grupos de señoras rezan el rosario (ejercicio físico y espiritual), los dueños de perros los llevan en volandas, en fin cada quien con su interés, al llegar a la glorieta del parque de la leyenda hay otro adefesio, una pilonera que parece un pajarraco mitológico que a cualquier desprevenido puede asustar.

Qué bueno que ahora el alcalde caminara y se diera cuenta de que puede hacer algo por el río, concretamente en Hurtado, no se debe seguir afamándolo tanto si no se convierte de nuevo en el Rey del Valle, ese que según Nicolás Maestre: “…cuando arriba le cae un aguacero, tiemblan los pereuétanos de miedo”, sembrar pereuétanos, embellecer, limpiar, pensar en una sirena bonita y plateada, que el ambiente huela a vida, de modo que los turistas no se sigan decepcionando cuando lleguen al puente y digan con desánimo: ‘¿Y, este es el famoso Guatapurí?’ Y recuerden a Laura Cerrato: “Yo sé que este río /refleja toda una vida/Una vida que es real/ ¿qué pasó con las sombras celestes?/ ¿de dónde vienen estos fantasmas acuáticos de la muerte, de la luz?/ a veces creo que una compleja pirueta circense ha transformado el agua en aire y el aire en agua”.

Por ahora los romeros seguimos el senderismo entre las luces de la noche que se va y las del día que viene, y perseguiremos el olor a hierbabuena, a las aguas arhuacas, a la atarraya de un pescador vallenato, hay esperanza de que todo eso vuelva, mientras tanto seguiremos queriendo al río sucio con su sirena fea, ¿quién dijo que sólo se ama lo bonito, lo fresco, lo joven? El amor puede lograr un milagro. (De mis archivos se repite por pedido de algunos lectores).

Por Mary Daza Orozco