El último cacique Poponí, de los indígenas Chimilas en Valencia de Jesús, pocas horas antes de morir hizo una revelación: “En este pueblo nacerá un niño que hará historia con su talento. Crecerá como todos los niños del pueblo, en las horas de descanso caminará en silencio para que su cuerpo se impregne del viento […]
El último cacique Poponí, de los indígenas Chimilas en Valencia de Jesús, pocas horas antes de morir hizo una revelación: “En este pueblo nacerá un niño que hará historia con su talento. Crecerá como todos los niños del pueblo, en las horas de descanso caminará en silencio para que su cuerpo se impregne del viento cantarino de los árboles del río, y de noche, en la soledad del patio, se detendrá a contemplar los cortejos celestes de la luna.
Empezará a tocar un pequeño instrumento de botones, viajará a otros horizontes y, sin olvidar a su tierra, se hará un músico famoso. La nostalgia pintará sus sueños, de sus ojos una llovizna apaciguará el verano en los lirios rojos, navegará por el fondo del mar buscando las huellas de su amada, y con sus canciones hará célebres a personajes anónimos de los pueblos. Será coronado rey en un festival de música folclórica; y después, por la grandeza de su vida y obra, recibirá muchos homenajes.
En el atardecer de sus días, tendrá de custodia, una compañera, tan dulce como su nombre. Y será recordado por todos los que sienten su música como ensoñación del alma”.
No hay duda que el niño de esa leyenda es Calixto Ochoa Campo. Su pueblo natal es Valencia de Jesús, en época prehispánica era un paraje de indígenas Chimilas; estaba rodeada de fértiles llanuras, conocidas como Sabanas de Poponí. En el siglo XVIII llegó a ser una Villa reconocida por su numerosa población, algunas edificaciones semejantes a la típica arquitectura española, y populosos hatos de ganados mayores y menores que servían de sustento para proveer a la provincia de Cartagena.
Pero en el siglo XIX, Valencia tuvo un notorio retroceso, el sociólogo Ariel Rincones explica: “La mayoría de los habitantes eran afines a la autoridad española, pero el triunfo de la campaña libertadora, provocó la huida de gran parte de los habitantes y el desmoronamiento de su economía y sus edificaciones”.
En la primera mitad del siglo XX, Valencia de Jesús parecía detenerse en el tiempo, los hombres dedicados a las faenas agropecuarias. De esas noches de luna cuando los colores duermen en los patios, aparecen dos valencianos, hijos de César Salomón Ochoa López y María Jesús Campo, Rafael y Juan, y con sus acordeones llenan de fiesta el corazón de sus paisanos, y detrás de ellos, el hermano menor, Calixto quien en edad juvenil descubre su talento y empieza entonces a desarrollar su capacidad musical.
Tal vez, iluminado por el precepto bíblico de que nadie es profeta en su tierra, decide viajar hacia la Sabana, y se queda en Sincelejo, emporio de música de bandas; y, sin olvidar sus raíces vallenatas, se nutre de estas influencias que fortalecen su capacidad musical, hasta el punto de alcanzar el distinguido título de maestro y máximo genio creador de canciones en el folclor colombiano. Sus coleccionistas afirman que tiene grabada más de 1.120 canciones. Su compañera sentimental por muchos años hasta su muerte fue Dulzaide Bermúdez, una mujer dulce como su nombre y la musa del hogar lleno de amor y ternura, hoy es una fiel defensora del legado musical del maestro Calixto.
El último cacique Poponí, de los indígenas Chimilas en Valencia de Jesús, pocas horas antes de morir hizo una revelación: “En este pueblo nacerá un niño que hará historia con su talento. Crecerá como todos los niños del pueblo, en las horas de descanso caminará en silencio para que su cuerpo se impregne del viento […]
El último cacique Poponí, de los indígenas Chimilas en Valencia de Jesús, pocas horas antes de morir hizo una revelación: “En este pueblo nacerá un niño que hará historia con su talento. Crecerá como todos los niños del pueblo, en las horas de descanso caminará en silencio para que su cuerpo se impregne del viento cantarino de los árboles del río, y de noche, en la soledad del patio, se detendrá a contemplar los cortejos celestes de la luna.
Empezará a tocar un pequeño instrumento de botones, viajará a otros horizontes y, sin olvidar a su tierra, se hará un músico famoso. La nostalgia pintará sus sueños, de sus ojos una llovizna apaciguará el verano en los lirios rojos, navegará por el fondo del mar buscando las huellas de su amada, y con sus canciones hará célebres a personajes anónimos de los pueblos. Será coronado rey en un festival de música folclórica; y después, por la grandeza de su vida y obra, recibirá muchos homenajes.
En el atardecer de sus días, tendrá de custodia, una compañera, tan dulce como su nombre. Y será recordado por todos los que sienten su música como ensoñación del alma”.
No hay duda que el niño de esa leyenda es Calixto Ochoa Campo. Su pueblo natal es Valencia de Jesús, en época prehispánica era un paraje de indígenas Chimilas; estaba rodeada de fértiles llanuras, conocidas como Sabanas de Poponí. En el siglo XVIII llegó a ser una Villa reconocida por su numerosa población, algunas edificaciones semejantes a la típica arquitectura española, y populosos hatos de ganados mayores y menores que servían de sustento para proveer a la provincia de Cartagena.
Pero en el siglo XIX, Valencia tuvo un notorio retroceso, el sociólogo Ariel Rincones explica: “La mayoría de los habitantes eran afines a la autoridad española, pero el triunfo de la campaña libertadora, provocó la huida de gran parte de los habitantes y el desmoronamiento de su economía y sus edificaciones”.
En la primera mitad del siglo XX, Valencia de Jesús parecía detenerse en el tiempo, los hombres dedicados a las faenas agropecuarias. De esas noches de luna cuando los colores duermen en los patios, aparecen dos valencianos, hijos de César Salomón Ochoa López y María Jesús Campo, Rafael y Juan, y con sus acordeones llenan de fiesta el corazón de sus paisanos, y detrás de ellos, el hermano menor, Calixto quien en edad juvenil descubre su talento y empieza entonces a desarrollar su capacidad musical.
Tal vez, iluminado por el precepto bíblico de que nadie es profeta en su tierra, decide viajar hacia la Sabana, y se queda en Sincelejo, emporio de música de bandas; y, sin olvidar sus raíces vallenatas, se nutre de estas influencias que fortalecen su capacidad musical, hasta el punto de alcanzar el distinguido título de maestro y máximo genio creador de canciones en el folclor colombiano. Sus coleccionistas afirman que tiene grabada más de 1.120 canciones. Su compañera sentimental por muchos años hasta su muerte fue Dulzaide Bermúdez, una mujer dulce como su nombre y la musa del hogar lleno de amor y ternura, hoy es una fiel defensora del legado musical del maestro Calixto.