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Columnista - 26 noviembre, 2017

Bip bip

En 1949 el animador Chuck Jones creó el dibujo que alinearía desde entonces y para siempre nuestra simpatía por los perseguidores y nuestra apuesta por los mismos en medio de la aceptación de cualquier conducta perversa que los condujera a un único resultado: agarrar a la presa. ¿Por qué había que agarrarla?: porque se lo […]

En 1949 el animador Chuck Jones creó el dibujo que alinearía desde entonces y para siempre nuestra simpatía por los perseguidores y nuestra apuesta por los mismos en medio de la aceptación de cualquier conducta perversa que los condujera a un único resultado: agarrar a la presa. ¿Por qué había que agarrarla?: porque se lo merecía, ya que su habilidad le permitía quedar siempre fuera del alcance de su perseguidor, además de hacer aparecer al mismo como un sujeto incapaz de lograr su objetivo y ser objeto de sus propias trampas. A ese personaje destructivo y malo le otorgamos poder y quisimos siempre que ese poder fuera capaz de aplastar al otro.

El ejercicio del poder del gato constituye un valor arraigado en la sociedad, como también se estima el valor del ratón provisto de todas las habilidades para hacerle el quite al gato y burlarse de él. Ya tenían a Tom y Jerry, pero el Correcaminos refrescaba la metáfora mientras era capaz de incluir la tecnología como herramienta de acción. La Warner había completado el universo.

El Coyote persigue al Correcaminos porque quiere comérselo, ojo, no es porque no tenga qué comer, ni porque no pueda comer otra cosa, es simplemente porque se lo quiere comer ya que ese es su objetivo. No se trata de una necesidad de saciar el hambre. Si fuera esto podría haberle solicitado a ACME que le enviara la totalidad de los alimentos que se producían en una noche neoyorkina, pero en vez de ordenar alimentos, ordena toda suerte de aparatos e instrumentos para atrapar a su presa. ¿Qué quiere el Coyote? El bendito animal ha amarrado su vida a la idea de poder para vencer. Quiere poder, representado además en su capacidad de adquisición de toda esa tecnología pese a que está en un desierto, para vencer a un Correcaminos que no tiene nada más sino la velocidad de sus patas y su bip bip.

Justamente en ese bip bip, doblado por Paul Julian en los estudios de la Warner, imitando la bocina de un VolksWagen escarabajo, reside el poder del Correcaminos. Basta ese sonido para que todo parapeto armado por el Coyote salga a volar, dejándolo en el peor de los mundos, al ser objeto de sus intrincados mecanismos para dar de baja al greater roadrunner. Basta ese sonido para crear en el Canis latrans un definitivo estado de descontrol. Y cuando se descontrola, el animal pone el yunque debajo de él y cae aplastado hasta atravesar toda la tierra, se incendia a sí mismo, cae al abismo de papel que le enviaron en una caja y se destroza, es arrollado por un tren dibujado, cuyos rieles, también dibujados, traían a la máquina a toda velocidad por el interior de una montaña, etc.

Entonces odiamos al Correcaminos aún más, aunque nos reímos del ingenio natural con el que suele burlarse del Coyote para salvarse, y después de esto, seguimos con los dedos cruzados para que el Coyote finalmente pueda tragárselo. A este último le abonamos la paciencia, la capacidad para urdir todo un plan macabro. Esa tenacidad, esa tozudez, esa perseverancia, decimos. Convertimos un acto miserable y ruin en un dechado de virtudes para situarnos con nobleza y sin mancha de lado del que se ha armado para tener el poder de someter y aniquilar.

Y de otro lado, sabemos con el Coyote que el poder es la otra cara de la debilidad. El poderoso siempre es débil, siempre se asusta con un bip bip y termina atrapado en sus confabulaciones. Siempre sabe que finalmente lo que quisiera es tener la libertad interior que tiene el perseguido. ¿Acaso el Coyote no persigue al Correcaminos porque quisiera ser tan veloz como él? El Coyote, como Tom, como la extrema derecha de este país.

Columnista
26 noviembre, 2017

Bip bip

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
María Angélica Pumarejo

En 1949 el animador Chuck Jones creó el dibujo que alinearía desde entonces y para siempre nuestra simpatía por los perseguidores y nuestra apuesta por los mismos en medio de la aceptación de cualquier conducta perversa que los condujera a un único resultado: agarrar a la presa. ¿Por qué había que agarrarla?: porque se lo […]


En 1949 el animador Chuck Jones creó el dibujo que alinearía desde entonces y para siempre nuestra simpatía por los perseguidores y nuestra apuesta por los mismos en medio de la aceptación de cualquier conducta perversa que los condujera a un único resultado: agarrar a la presa. ¿Por qué había que agarrarla?: porque se lo merecía, ya que su habilidad le permitía quedar siempre fuera del alcance de su perseguidor, además de hacer aparecer al mismo como un sujeto incapaz de lograr su objetivo y ser objeto de sus propias trampas. A ese personaje destructivo y malo le otorgamos poder y quisimos siempre que ese poder fuera capaz de aplastar al otro.

El ejercicio del poder del gato constituye un valor arraigado en la sociedad, como también se estima el valor del ratón provisto de todas las habilidades para hacerle el quite al gato y burlarse de él. Ya tenían a Tom y Jerry, pero el Correcaminos refrescaba la metáfora mientras era capaz de incluir la tecnología como herramienta de acción. La Warner había completado el universo.

El Coyote persigue al Correcaminos porque quiere comérselo, ojo, no es porque no tenga qué comer, ni porque no pueda comer otra cosa, es simplemente porque se lo quiere comer ya que ese es su objetivo. No se trata de una necesidad de saciar el hambre. Si fuera esto podría haberle solicitado a ACME que le enviara la totalidad de los alimentos que se producían en una noche neoyorkina, pero en vez de ordenar alimentos, ordena toda suerte de aparatos e instrumentos para atrapar a su presa. ¿Qué quiere el Coyote? El bendito animal ha amarrado su vida a la idea de poder para vencer. Quiere poder, representado además en su capacidad de adquisición de toda esa tecnología pese a que está en un desierto, para vencer a un Correcaminos que no tiene nada más sino la velocidad de sus patas y su bip bip.

Justamente en ese bip bip, doblado por Paul Julian en los estudios de la Warner, imitando la bocina de un VolksWagen escarabajo, reside el poder del Correcaminos. Basta ese sonido para que todo parapeto armado por el Coyote salga a volar, dejándolo en el peor de los mundos, al ser objeto de sus intrincados mecanismos para dar de baja al greater roadrunner. Basta ese sonido para crear en el Canis latrans un definitivo estado de descontrol. Y cuando se descontrola, el animal pone el yunque debajo de él y cae aplastado hasta atravesar toda la tierra, se incendia a sí mismo, cae al abismo de papel que le enviaron en una caja y se destroza, es arrollado por un tren dibujado, cuyos rieles, también dibujados, traían a la máquina a toda velocidad por el interior de una montaña, etc.

Entonces odiamos al Correcaminos aún más, aunque nos reímos del ingenio natural con el que suele burlarse del Coyote para salvarse, y después de esto, seguimos con los dedos cruzados para que el Coyote finalmente pueda tragárselo. A este último le abonamos la paciencia, la capacidad para urdir todo un plan macabro. Esa tenacidad, esa tozudez, esa perseverancia, decimos. Convertimos un acto miserable y ruin en un dechado de virtudes para situarnos con nobleza y sin mancha de lado del que se ha armado para tener el poder de someter y aniquilar.

Y de otro lado, sabemos con el Coyote que el poder es la otra cara de la debilidad. El poderoso siempre es débil, siempre se asusta con un bip bip y termina atrapado en sus confabulaciones. Siempre sabe que finalmente lo que quisiera es tener la libertad interior que tiene el perseguido. ¿Acaso el Coyote no persigue al Correcaminos porque quisiera ser tan veloz como él? El Coyote, como Tom, como la extrema derecha de este país.