En esa aldea dormida sobre un paraje de pesebre decembrino, dos estampidos de arma corta quebraron el reposo de la madrugada. Antonio Urrutia saltó de su cama y dijo: “¡Esa es mi arma!”.
Teobaldo Padilla, un pastor de iglesia luterana, y como tal un sabelotodo en los laberintos e intersticios de la Biblia, razonaba que ese voceador de salchichas no podía ser hebreo porque las tribus de Israel no llevaban a la boca carne de cerdo desde cuando estuvieron errabundas en el desierto del Sinaí...
En un ademán impensado, su mano tocó el cabezote de la rula que en una funda de cuero flecado pendía de su cintura.
El prólogo de un prometido y aplazado libro, del abogado Federico Castro Arias, lo da a conocer en cuatro historias Rodolfo Ortega Montero. Hoy publicamos las tercera y cuarta. Antes fue la etapa española de la familia, ahora es la libertaria y republicana.
El prólogo de un prometido y aplazado libro, del abogado Federico Castro Arias, lo da a conocer en cuatro historias Rodolfo Ortega Montero. Hoy publicamos las dos primeras.
Todo comenzó, para nosotros, escasos quinientos años atrás cuando ningún pie extraño había pisado estos suelos, hasta que un día nuestras montañas del Valle de Euparí sintieron el casco fatídico de una caballada de conquista y los truenos demoledores de los arcabuces cristianos.
Ramón González, era su nombre, él quiso adentrarse en el mundo de los conjuros, remedios y “contras” para hacerle el quite al mal de ojos.
San Eulalio de Crotona, el monje que había vivido en el vientre de una cueva de penitente, hacía más de setecientos años en los montes de la Calabria italiana, con fama de milagrero por espantar desgracias y evitar las malas horas.
Cuatro policías arreaban a trece adultos que vestían la túnica amoratada de los penitentes de la Hermandad de Jesús.
De piel bien tostada, alta estatura y complexión maciza, se había ganado el apelativo por las grandes manchas blanquecinas de su piel.
Al oído de monseñor Oscar José Vélez, obispo de Valledupar.
Era sepulturero de oficio. Por la noche dormía en el vientre vacío de una tumba en el Cementerio Central.
En sus correrías de mensajero ultramontado, ataba, con su oficio, las aldeas de la provincia en la década de 1930.
“Luis Ignacio. Era el primero del apellido Santander que nacía en Nuevo Reino de Granada. Sería unos de los bisabuelos del general Francisco de Paula Santander Omaña”.
“Luis Ignacio. Era el primero del apellido Santander que nacía en Nuevo Reino de Granada. Sería unos de los bisabuelos del general Francisco de Paula Santander Omaña”.
“Fue un hijo de Crisanto de la Villota y de Miriam Barrero, de notables familias, a quien le pusieron unción de bautizo con el nombre de Francisco Solano de la Villota Barrera”.
A muchos vecinos le sabía a miel el chaparrón de música que venía hasta sus aposentos en las ondas del aire.
“Esas manos que hoy me amarran, otro día que vendrá, no amarrarán más”, profecía o maldición que se cumplió con el tiempo.
“No son frases diseminadas con esencias florales ni artesanías de la imaginación, ya que, pese a su juvenil edad, esboza conceptos sabios y reflexivos”
Tomado del libro en el Valle de Euparí. Pronto comenzaron a llegar a Valledupar las comitivas de los pueblos citados con matalotaje de guerra
“Entonces cuando tengamos la certeza de que la casona de los Martínez Torres fue el primero, cobraría la relevancia histórica”