Ramón González, era su nombre, él quiso adentrarse en el mundo de los conjuros, remedios y “contras” para hacerle el quite al mal de ojos.
San Eulalio de Crotona, el monje que había vivido en el vientre de una cueva de penitente, hacía más de setecientos años en los montes de la Calabria italiana, con fama de milagrero por espantar desgracias y evitar las malas horas.
Cuatro policías arreaban a trece adultos que vestían la túnica amoratada de los penitentes de la Hermandad de Jesús.
De piel bien tostada, alta estatura y complexión maciza, se había ganado el apelativo por las grandes manchas blanquecinas de su piel.
Al oído de monseñor Oscar José Vélez, obispo de Valledupar.
Era sepulturero de oficio. Por la noche dormía en el vientre vacío de una tumba en el Cementerio Central.
En sus correrías de mensajero ultramontado, ataba, con su oficio, las aldeas de la provincia en la década de 1930.
“Luis Ignacio. Era el primero del apellido Santander que nacía en Nuevo Reino de Granada. Sería unos de los bisabuelos del general Francisco de Paula Santander Omaña”.
“Luis Ignacio. Era el primero del apellido Santander que nacía en Nuevo Reino de Granada. Sería unos de los bisabuelos del general Francisco de Paula Santander Omaña”.
“Fue un hijo de Crisanto de la Villota y de Miriam Barrero, de notables familias, a quien le pusieron unción de bautizo con el nombre de Francisco Solano de la Villota Barrera”.
A muchos vecinos le sabía a miel el chaparrón de música que venía hasta sus aposentos en las ondas del aire.
“Esas manos que hoy me amarran, otro día que vendrá, no amarrarán más”, profecía o maldición que se cumplió con el tiempo.
“No son frases diseminadas con esencias florales ni artesanías de la imaginación, ya que, pese a su juvenil edad, esboza conceptos sabios y reflexivos”
Tomado del libro en el Valle de Euparí. Pronto comenzaron a llegar a Valledupar las comitivas de los pueblos citados con matalotaje de guerra
“Entonces cuando tengamos la certeza de que la casona de los Martínez Torres fue el primero, cobraría la relevancia histórica”
Escribo sobre la última década de los años cincuenta del siglo pasado, donde una muchachada que vivía en calles vecinas a los callejones, nos dábamos cita allí para retozos en juegos de la infancia.
Hubo un tiempo en que escritores y poetas eran una categoría de dioses humanos.
Siempre recibo noticias de sus canciones y de sus triunfos, porque don Rodrigo Aarón Medina me trae esos detalles que de su boca salen en vocablos doctos y balsámicos.
Corrían por las cortes de Europa difusas noticias de los reinos del Preste Juan, aumentadas por boca de los mercaderes florentinos y venecianos en su mayoría, que hacían travesías hacia Catay, Cipango y la India, movidos por la codicia de ganancias generosas.
En 1830, sola, vestida de varón, pobre y virgen, murió en su ley entre sus asnos y mulas de carga.
Un día de 1852, un año después de la liberación de los esclavos en Nueva Granada, se supo en las callejas de la vieja ciudad, que, de un navío atado a los estacones del malecón, había descendido a tierra López de Santana, general que había sido presidente de Méjico, quien llegaba en su segundo exilio a su casa de Turbaco.