“Era una celda oscura. El suelo, las paredes, los catres y hasta los cuentos para la comida eran grises. Los últimos rayos de luz provenientes del atardecer se filtraron a través de la ventana de barrotes, tiñendo la grisácea pared de un tono púrpura rojizo. Afuera solo se podía ver una torre de vigilancia que resplandecía bajo el sol”. Esta es la primera impresión que tiene de una cárcel china el protagonista de la novela “Las Baladas del Ajo”, escrita por Mo- Yan, Nobel de Literatura 2012. Un relato crudo y mordaz sobre el rígido sistema penitenciario chino, reflejo de un régimen judicial en el que la ley se aplica sin miramientos y donde los delitos se castigan con severidad por la mano de hierro del estado.
Más allá de estar de acuerdo o no con su particular tasación de penas y reglas de procedimiento, pues en nuestra tradición legal la inyección letal y los procesos sin acatamiento del debido proceso son una aberrante atrocidad, el debate sobre los colombianos presos en China debe servir para analizar nuestra concepción de la ilegalidad y cómo, muy adentro de nosotros, el país profesa una doble moral sobre el narcotráfico.
“Cómo lo van a matar a uno por un kilito de coca” recuerdo haber leído de boca de un repatriado que se salvó de su inexorable final gracias a los buenos oficios de la Cancillería. Su razonamiento es el reflejo de cómo al promedio del país el narcotráfico le sigue pareciendo una ofensa menor sin víctimas, como pasarse el semáforo en rojo cuando nadie viene. Pero para los chinos no es así. En su ideario, introducir cocaína a la República Popular es una afrenta contra el mismísimo Partido Comunista, pues debido a la política del hijo único que imperó por décadas, facilitar los medios para volver drogadicto a un ciudadano es casi como firmar el acta de defunción de todo su linaje. Un soldado menos para la causa de Mao.
Las ejecuciones en el extranjero no son ocasiones de celebración, pero tampoco pueden convertirse en el motivo para que la prensa exponga a los condenados como víctimas injustas de un sistema opresor, inhumano y descorazonado. Una cosa es no estar de acuerdo con la magnitud del castigo aplicado y otra muy diferente es terminar difuminando la gravedad del delito que cometieron.
Excusas como “Por un error no lo pueden matar” y “Le tocó aceptar por necesidad”, lo único que logran es amainar con eufemismos una conducta punible en todo el planeta como lo es el narcotráfico. Un crimen que ha matado a miles de colombianos y que sigue con vida gracias a cada una de las maletas forradas en droga que esas mulas que “cometen un error” y “aceptan por necesidad” logran colar con éxito en los aeropuertos del mundo entero..
Colombia tiene que dejar de justificar a sus criminales y procurar que, así nuestras sanciones sean diferentes, el reproche contra la delincuencia sea igualmente irrestricto aquí o en la mismísima China.
Por Fuad Gonzalo Chacón
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