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Columnista - 17 febrero, 2018

Añoranzas de un pasado no tan lejano

A veces es muy acertada esa creencia de que “todo tiempo pasado fue mejor”, algunos hemos sido más afortunados que otros, en mi caso considero que Dios ha sido demasiado justo conmigo y con toda mi familia, nunca nos ha faltado nada, tampoco ha sobrado, pero gracias a Dios no hemos pasado verdaderas dificultades por […]

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A veces es muy acertada esa creencia de que “todo tiempo pasado fue mejor”, algunos hemos sido más afortunados que otros, en mi caso considero que Dios ha sido demasiado justo conmigo y con toda mi familia, nunca nos ha faltado nada, tampoco ha sobrado, pero gracias a Dios no hemos pasado verdaderas dificultades por así decirlo.

De todos modos, la vida tiene sus altibajos y esas dificultades que a veces se nos atraviesan en nuestro camino son las que le ponen la pimienta y la sal a nuestra vida, las que le dan el sabor, cuando caminamos de la mano de Dios esos obstaculos por grandes que sean son más fáciles de sortear.

La vida trae consigo cambios, y día tras día noto como aceleradamente mi Valle crece y cambia, hay muchas cosas de nuestro pasado que obviamente ya no son iguales, ya ese pueblo en donde todos nos conocíamos dejó de existir, ahora hay mucha gente extraña y quizás ellos pensarán lo mismo de uno. Añoro esas inolvidables sentadas en las terrazas de nuestras casas, sana y agradable costumbre de la que tuvimos que prescindir por la ola de inseguridad, añoro esas fiestas de mi adolescencia en donde las puertas estaban abiertas para todos, en donde los únicos hechos por lamentar eran unas fugaces peleas a “trompá”, más por llamar la atención de las chicas que por hacerse algún daño, jamás se escuchó de heridos a puñal o bala, y mucho menos muertos, riñas que nunca pasaron a mayores.

Fueron famosas las fiestas de la familia Matiz Martínez, en las que sus hijos tenían un gran poder de convocatoria y mensualmente realizaban unas rumbas maratónicas en donde la gran mayoría de los jóvenes vallenatos de bien, en un promedio entre 13 y 18 años, asistían a divertirse sanamente, fiestas a las que yo nunca fui, no porque no me invitaran, porque precisamente su fama se debía a que eran de puertas abiertas y todo el que quisiera podía ir, justamente por lo que expuse anteriormente, todos nos conocíamos con todos, no iba simplemente porque de pronto estaba muy muchacho, incluso uno de los dueños de esa casa era mi amigo contemporáneo, me refiero a Juan Carlos Matiz, aunque creo que quien organizaba las apoteósicas fiestas era su hermana mayor Diana, esa casa fue bautizada con un nombre que le cayó como anillo al dedo, haciendo homonimia a una canción muy de moda para aquellos tiempos: ‘La casa del ritmo’, interpretada por un grupo venezolano llamado Daiquiri.

Otro ingrediente por añorar, es que los vallenatos y guajiros nos criamos con muchas costumbres y productos venezolanos, es más, nosotros solo veíamos Radio Caracas Televisión, en sus siglas RCTV y Venevisión, canales cuya señal veíamos casi perfecta y además tenían una programación selecta, por la tarde comiquitas y en las noches Radio Rochela, el Show de Joselo y famosas telenovelas: Luisana Mia, Señora, Leonela, Cristal, Topacio, Pasionaria, entre otras, la banda sonora de esas producciones también nos imponían los cantantes y discos de moda, igualmente todos venezolanos, Yordano, Rudy La Scala, Carlos Mata, Franco de Vita, Colina, Daiquiri, Ilan Chester, Los Chamos, Kiara, Karin y Ricardo Montaner, entre otros.

Con tanta influencia venezolana por estos lares, tanta que creo que en cierta época hasta nos sabíamos y entonábamos los acordes de su himno nacional como si fuera nuestro, ¿cómo no añorar las cosas de Venezuela y su ya extinta época de oro? ¿Cómo no lamentarse y dolerse de la situación actual del vecino país? Cuando vemos tanta miseria e injusticia, lamentablemente ellos si deben añorar su pasado, otrora próspero y tranquilo, Dios se apiade de nuestro vecino país y permita que recuperen su tranquilidad.

Columnista
17 febrero, 2018

Añoranzas de un pasado no tan lejano

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Julio Mario Celedon

A veces es muy acertada esa creencia de que “todo tiempo pasado fue mejor”, algunos hemos sido más afortunados que otros, en mi caso considero que Dios ha sido demasiado justo conmigo y con toda mi familia, nunca nos ha faltado nada, tampoco ha sobrado, pero gracias a Dios no hemos pasado verdaderas dificultades por […]


A veces es muy acertada esa creencia de que “todo tiempo pasado fue mejor”, algunos hemos sido más afortunados que otros, en mi caso considero que Dios ha sido demasiado justo conmigo y con toda mi familia, nunca nos ha faltado nada, tampoco ha sobrado, pero gracias a Dios no hemos pasado verdaderas dificultades por así decirlo.

De todos modos, la vida tiene sus altibajos y esas dificultades que a veces se nos atraviesan en nuestro camino son las que le ponen la pimienta y la sal a nuestra vida, las que le dan el sabor, cuando caminamos de la mano de Dios esos obstaculos por grandes que sean son más fáciles de sortear.

La vida trae consigo cambios, y día tras día noto como aceleradamente mi Valle crece y cambia, hay muchas cosas de nuestro pasado que obviamente ya no son iguales, ya ese pueblo en donde todos nos conocíamos dejó de existir, ahora hay mucha gente extraña y quizás ellos pensarán lo mismo de uno. Añoro esas inolvidables sentadas en las terrazas de nuestras casas, sana y agradable costumbre de la que tuvimos que prescindir por la ola de inseguridad, añoro esas fiestas de mi adolescencia en donde las puertas estaban abiertas para todos, en donde los únicos hechos por lamentar eran unas fugaces peleas a “trompá”, más por llamar la atención de las chicas que por hacerse algún daño, jamás se escuchó de heridos a puñal o bala, y mucho menos muertos, riñas que nunca pasaron a mayores.

Fueron famosas las fiestas de la familia Matiz Martínez, en las que sus hijos tenían un gran poder de convocatoria y mensualmente realizaban unas rumbas maratónicas en donde la gran mayoría de los jóvenes vallenatos de bien, en un promedio entre 13 y 18 años, asistían a divertirse sanamente, fiestas a las que yo nunca fui, no porque no me invitaran, porque precisamente su fama se debía a que eran de puertas abiertas y todo el que quisiera podía ir, justamente por lo que expuse anteriormente, todos nos conocíamos con todos, no iba simplemente porque de pronto estaba muy muchacho, incluso uno de los dueños de esa casa era mi amigo contemporáneo, me refiero a Juan Carlos Matiz, aunque creo que quien organizaba las apoteósicas fiestas era su hermana mayor Diana, esa casa fue bautizada con un nombre que le cayó como anillo al dedo, haciendo homonimia a una canción muy de moda para aquellos tiempos: ‘La casa del ritmo’, interpretada por un grupo venezolano llamado Daiquiri.

Otro ingrediente por añorar, es que los vallenatos y guajiros nos criamos con muchas costumbres y productos venezolanos, es más, nosotros solo veíamos Radio Caracas Televisión, en sus siglas RCTV y Venevisión, canales cuya señal veíamos casi perfecta y además tenían una programación selecta, por la tarde comiquitas y en las noches Radio Rochela, el Show de Joselo y famosas telenovelas: Luisana Mia, Señora, Leonela, Cristal, Topacio, Pasionaria, entre otras, la banda sonora de esas producciones también nos imponían los cantantes y discos de moda, igualmente todos venezolanos, Yordano, Rudy La Scala, Carlos Mata, Franco de Vita, Colina, Daiquiri, Ilan Chester, Los Chamos, Kiara, Karin y Ricardo Montaner, entre otros.

Con tanta influencia venezolana por estos lares, tanta que creo que en cierta época hasta nos sabíamos y entonábamos los acordes de su himno nacional como si fuera nuestro, ¿cómo no añorar las cosas de Venezuela y su ya extinta época de oro? ¿Cómo no lamentarse y dolerse de la situación actual del vecino país? Cuando vemos tanta miseria e injusticia, lamentablemente ellos si deben añorar su pasado, otrora próspero y tranquilo, Dios se apiade de nuestro vecino país y permita que recuperen su tranquilidad.