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Columnista - 20 noviembre, 2024

¡Adiós Molly!

Se fue mi Molly. Se fue un ser de luz que nos cambió la vida durante once años. Se fue como el ángel que fue, dejando su aroma regado en cualquier parte por donde hubiera estado.

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Aunque la muerte siempre ha sido nuestra mayor verdad y aunque nos cansemos de no aceptarla y nos atemorice cada instante que irónicamente vivimos para llegar a ella, no podemos rechazarla y solo nos queda aceptarla como la mejor maestra que nos enseña la grandeza de la vida y, al final, cuando entendemos su lección es entonces cuando valoramos cada instante de nuestro presente y el de los demás y entendemos que ella es tan necesaria como la vida misma.

Se fue mi Molly. Se fue un ser de luz que nos cambió la vida durante once años. Se fue como el ángel que fue, dejando su aroma regado en cualquier parte por donde hubiera estado. No ladró, solo suspiró y su aliento aún retumba en el silencio oscuro de nuestro hogar cargado aún de soledad. Cuánta falta haces compañera de mi alma. Te sigo buscando entre el sonar de los latidos agitados de mi pecho tratando de escuchar tus ladridos entre los murmullos que dejaste, suspiros de tu voz, prefiriendo recordarlos como truenos en la calma, ladridos que hoy me gritan en el dolor atroz. 

Todavía vagas en los sueños que dejaste mi princesa, navegando entre las lágrimas que derramo por tu ausencia, que se vierten y riegan sin consuelo desafiando la tristeza en el silencio de mi alma que reclama impotente tu presencia. Cómo duele no tenerte compañera de mañanas, cómo duele no mirarte en el oriente de mi cama, cómo duele no abrazarte y esperarte con el alma, pero eras tú la fiel, la que siempre me esperabas.

Alebrije albina como te mostrabas, abnegada siempre a nuestros brazos. Polvo de estrellas que te riegas en la estancia como el cielo que al fin hoy deja de llorar y permite asomar el sol que tanto amabas. Hoy seguro estás camuflada entre las nubes cargadas de llanto, reclamando al relámpago que temías un soplo de furia para que pueda penetrar por ellas y permitir el paso de una lágrima tuya convertida en llovizna y que caiga en el espacio que solo tú conoces, en donde todavía habitas con tus recuerdos y ladridos convertidos en caricias.

Tal vez muchos lectores hayan vivido la experiencia de la muerte de su mascota o de alguna cercana a su entorno familiar. Hay un dolor que te penetra hasta lo más profundo de tu ser, un nudo en la garganta se aprieta hasta dejarte sin aliento y solo respiras después del llanto, cuando reflexionamos que la vida es amplia y total, llena de alegrías y también de tristezas y que solo la valoramos cuando reímos por ella y nos hacemos a veces la falsa imagen que en la vida no se sufre por un animal. Al menos yo, llevo tres pérdidas de este tipo de compañías y hoy me niego a enfrentar otra, pero tampoco puede pensar en evadir la certeza del final de todo ser viviente, porque la muerte estará siempre ahí, al lado nuestro, no al frente o en el futuro, porque todo lo que sucede ocurre en el presente de nuestras vidas, solo nos acompaña y existe.

Hoy recuerdo lo dicho por el nobel de literatura François Mauriac, que la muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente. Ahora, tanto mi familia como yo debemos afrontar el duelo y tratar de adaptarnos a la pérdida, sé que será difícil y complejo, requerirá de tiempo, aunque no crea en él, mientras tanto seguiremos, con seguridad y con tristeza, escuchando sus ladridos como siempre, como si aún no se hubiera ido hasta que transitemos lo suficiente y dejemos de escucharlos y podamos entonces aceptar su ausencia, pero solo podremos hacerlo si nos permitimos abrazar esa tristeza cada vez que su recuerdo llegue a nuestros corazones.

Solo la tristeza que nos acompaña nos ha permitido encontrar la presencia de Molly, hoy ausente, pero nuestros recuerdos están atados más a momentos y experiencias de felicidad, de alegría, compañía y de amor con ella. Nos has abierto una puerta de entrada a nuestras memorias y que tal vez ella nos conduzca a un vacío, pero aunque suene paradójico, será el lugar en donde nos permitirá encontrarnos contigo por siempre. Una presencia maravillosa desde la ausencia, en todos nosotros. Adiós Molly, por siempre en mi corazón.

POR: JAIRO MEJÍA

Columnista
20 noviembre, 2024

¡Adiós Molly!

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jairo Mejía Cuello

Se fue mi Molly. Se fue un ser de luz que nos cambió la vida durante once años. Se fue como el ángel que fue, dejando su aroma regado en cualquier parte por donde hubiera estado.


Aunque la muerte siempre ha sido nuestra mayor verdad y aunque nos cansemos de no aceptarla y nos atemorice cada instante que irónicamente vivimos para llegar a ella, no podemos rechazarla y solo nos queda aceptarla como la mejor maestra que nos enseña la grandeza de la vida y, al final, cuando entendemos su lección es entonces cuando valoramos cada instante de nuestro presente y el de los demás y entendemos que ella es tan necesaria como la vida misma.

Se fue mi Molly. Se fue un ser de luz que nos cambió la vida durante once años. Se fue como el ángel que fue, dejando su aroma regado en cualquier parte por donde hubiera estado. No ladró, solo suspiró y su aliento aún retumba en el silencio oscuro de nuestro hogar cargado aún de soledad. Cuánta falta haces compañera de mi alma. Te sigo buscando entre el sonar de los latidos agitados de mi pecho tratando de escuchar tus ladridos entre los murmullos que dejaste, suspiros de tu voz, prefiriendo recordarlos como truenos en la calma, ladridos que hoy me gritan en el dolor atroz. 

Todavía vagas en los sueños que dejaste mi princesa, navegando entre las lágrimas que derramo por tu ausencia, que se vierten y riegan sin consuelo desafiando la tristeza en el silencio de mi alma que reclama impotente tu presencia. Cómo duele no tenerte compañera de mañanas, cómo duele no mirarte en el oriente de mi cama, cómo duele no abrazarte y esperarte con el alma, pero eras tú la fiel, la que siempre me esperabas.

Alebrije albina como te mostrabas, abnegada siempre a nuestros brazos. Polvo de estrellas que te riegas en la estancia como el cielo que al fin hoy deja de llorar y permite asomar el sol que tanto amabas. Hoy seguro estás camuflada entre las nubes cargadas de llanto, reclamando al relámpago que temías un soplo de furia para que pueda penetrar por ellas y permitir el paso de una lágrima tuya convertida en llovizna y que caiga en el espacio que solo tú conoces, en donde todavía habitas con tus recuerdos y ladridos convertidos en caricias.

Tal vez muchos lectores hayan vivido la experiencia de la muerte de su mascota o de alguna cercana a su entorno familiar. Hay un dolor que te penetra hasta lo más profundo de tu ser, un nudo en la garganta se aprieta hasta dejarte sin aliento y solo respiras después del llanto, cuando reflexionamos que la vida es amplia y total, llena de alegrías y también de tristezas y que solo la valoramos cuando reímos por ella y nos hacemos a veces la falsa imagen que en la vida no se sufre por un animal. Al menos yo, llevo tres pérdidas de este tipo de compañías y hoy me niego a enfrentar otra, pero tampoco puede pensar en evadir la certeza del final de todo ser viviente, porque la muerte estará siempre ahí, al lado nuestro, no al frente o en el futuro, porque todo lo que sucede ocurre en el presente de nuestras vidas, solo nos acompaña y existe.

Hoy recuerdo lo dicho por el nobel de literatura François Mauriac, que la muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente. Ahora, tanto mi familia como yo debemos afrontar el duelo y tratar de adaptarnos a la pérdida, sé que será difícil y complejo, requerirá de tiempo, aunque no crea en él, mientras tanto seguiremos, con seguridad y con tristeza, escuchando sus ladridos como siempre, como si aún no se hubiera ido hasta que transitemos lo suficiente y dejemos de escucharlos y podamos entonces aceptar su ausencia, pero solo podremos hacerlo si nos permitimos abrazar esa tristeza cada vez que su recuerdo llegue a nuestros corazones.

Solo la tristeza que nos acompaña nos ha permitido encontrar la presencia de Molly, hoy ausente, pero nuestros recuerdos están atados más a momentos y experiencias de felicidad, de alegría, compañía y de amor con ella. Nos has abierto una puerta de entrada a nuestras memorias y que tal vez ella nos conduzca a un vacío, pero aunque suene paradójico, será el lugar en donde nos permitirá encontrarnos contigo por siempre. Una presencia maravillosa desde la ausencia, en todos nosotros. Adiós Molly, por siempre en mi corazón.

POR: JAIRO MEJÍA