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Columnista - 24 septiembre, 2024

Tecnología infernal

Con el título de esta columna, quiero referirme particularmente a la digital, originada por personas imaginativamente talentosas, cuya responsabilidad, considero,  llega hasta las respectivas creaciones, ideadas, sin duda, para el beneficio del hombre, pero cuya praxis está a cargo de los operadores de los respectivos sistemas de aplicación, y aquí fue Troya. 

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Mi columna precedente estuvo dedicada a la lógica hegeliana, constitutiva de su dialéctica, que es un proceso especulativo pro desarrollo histórico. En cambio, en la de hoy me contraigo a una lógica instrumental propia de la investigación científica aplicada a la técnica. Si esta no funciona debidamente por fallas mecánicas o porque no se la usa correctamente, la fatalidad deviene catastrófica, y entonces, ¿a quién achacar la responsabilidad? Aquí la responsabilidad se diluye, porque  esta lógica instrumental difiere de la lógica enteramente racional. Y en esto consiste su tragedia.  

Con el título de esta columna, quiero referirme particularmente a la digital, originada por personas imaginativamente talentosas, cuya responsabilidad, considero,  llega hasta las respectivas creaciones, ideadas, sin duda, para el beneficio del hombre, pero cuya praxis está a cargo de los operadores de los respectivos sistemas de aplicación, y aquí fue Troya. 

Es necesario distinguir esa tecnología usada por los países que las crean y continúan  creándolas y la usada por los países receptores.

Allá funciona muy bien y acá generalmente muy mal, por la mediocre enseñanza y formación que existe y  persiste en estos países, pues muchas veces la aplicación de ella es desacertada, lo cual origina muchos problemas prácticos y también abusivos,  convirtiéndose  en instrumentos tiránicos, manejados incompetentemente e irracionalmente, no pocas veces, aunque pretextando dizque seguridad para el usuario. Yo y muchos hemos sido víctimas sacrificadas de tales operadores. 

Constantemente los usuarios de los bancos, por disposición de éstos, nos someten a la tragedia de cambiar las “claves” de ingreso a las aplicaciones de nuestras respectivas cuentas.  Con cuánta dificultad para la reposición de  la “clave”. Sobre todo penoso para determinados sectores de la población no capacitada al respecto, y, peor aún,  cuando son adultos mayores. Al observarlo de cerca,  a mí me ha conmovido esa discriminación odiosa que hacen inmisericordemente los que custodian  ese capital de otros, pero cuyo uso es controlado por el banquero. 

Me consta el interés generoso que ponen los empleados,  sobre todo  las empleadas de esas  instituciones para ayudar a las personas necesitadas de ello.

Cuando se trata de la exigencia de la huella digital hay que ver padecer las torturas reiteradas cuando la huella ya se ha borrado por la  senectud y, sin embargo,  el empleado o empleada persiste en el interés de exigir la huella y, finalmente, cuando la naturaleza humana decadente no lo permite, comienza un interrogatorio de “seguridad” según el cual el paciente bancario, porque es un paciente obligado, debe aprobar un test  en el que se le averigua, por ejemplo: cuál es su médico principal; si tiene mascota; cuál es su comida preferida y mejor destino turístico. Todo insulso, pero si se considera, en razón de las respuestas, que el cliente no está engañando, entonces es digno de confianza. ¿Qué tendrá que ver una cosa con la otra? ¡Averígüelo Vargas! Son los manes de la tecnología investigativa. 

¿Y qué tal el bloqueo al acceso de todas las aplicaciones de las cuentas bancarias de un usuario,  con el pretexto de su  seguridad, por el simple hecho de cambiar éste el servicio de una sociedad comercial prestadora de uno de internet por otro, por el simple hecho de transferir el coste del servicio a la nueva empresa? ¿No sería menos traumático un mensaje de WhatsApp de previa averiguación? ¡Vivir para ver! Una tecnología aplicada así, es una tecnología infernal, habiéndose hecho de ella una moderna creencia, de manera ciega, una nueva fe, según la cual, la tomas o la dejas.

Por: Rodrigo López Barros.

Columnista
24 septiembre, 2024

Tecnología infernal

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rodrigo López Barros

Con el título de esta columna, quiero referirme particularmente a la digital, originada por personas imaginativamente talentosas, cuya responsabilidad, considero,  llega hasta las respectivas creaciones, ideadas, sin duda, para el beneficio del hombre, pero cuya praxis está a cargo de los operadores de los respectivos sistemas de aplicación, y aquí fue Troya. 


Mi columna precedente estuvo dedicada a la lógica hegeliana, constitutiva de su dialéctica, que es un proceso especulativo pro desarrollo histórico. En cambio, en la de hoy me contraigo a una lógica instrumental propia de la investigación científica aplicada a la técnica. Si esta no funciona debidamente por fallas mecánicas o porque no se la usa correctamente, la fatalidad deviene catastrófica, y entonces, ¿a quién achacar la responsabilidad? Aquí la responsabilidad se diluye, porque  esta lógica instrumental difiere de la lógica enteramente racional. Y en esto consiste su tragedia.  

Con el título de esta columna, quiero referirme particularmente a la digital, originada por personas imaginativamente talentosas, cuya responsabilidad, considero,  llega hasta las respectivas creaciones, ideadas, sin duda, para el beneficio del hombre, pero cuya praxis está a cargo de los operadores de los respectivos sistemas de aplicación, y aquí fue Troya. 

Es necesario distinguir esa tecnología usada por los países que las crean y continúan  creándolas y la usada por los países receptores.

Allá funciona muy bien y acá generalmente muy mal, por la mediocre enseñanza y formación que existe y  persiste en estos países, pues muchas veces la aplicación de ella es desacertada, lo cual origina muchos problemas prácticos y también abusivos,  convirtiéndose  en instrumentos tiránicos, manejados incompetentemente e irracionalmente, no pocas veces, aunque pretextando dizque seguridad para el usuario. Yo y muchos hemos sido víctimas sacrificadas de tales operadores. 

Constantemente los usuarios de los bancos, por disposición de éstos, nos someten a la tragedia de cambiar las “claves” de ingreso a las aplicaciones de nuestras respectivas cuentas.  Con cuánta dificultad para la reposición de  la “clave”. Sobre todo penoso para determinados sectores de la población no capacitada al respecto, y, peor aún,  cuando son adultos mayores. Al observarlo de cerca,  a mí me ha conmovido esa discriminación odiosa que hacen inmisericordemente los que custodian  ese capital de otros, pero cuyo uso es controlado por el banquero. 

Me consta el interés generoso que ponen los empleados,  sobre todo  las empleadas de esas  instituciones para ayudar a las personas necesitadas de ello.

Cuando se trata de la exigencia de la huella digital hay que ver padecer las torturas reiteradas cuando la huella ya se ha borrado por la  senectud y, sin embargo,  el empleado o empleada persiste en el interés de exigir la huella y, finalmente, cuando la naturaleza humana decadente no lo permite, comienza un interrogatorio de “seguridad” según el cual el paciente bancario, porque es un paciente obligado, debe aprobar un test  en el que se le averigua, por ejemplo: cuál es su médico principal; si tiene mascota; cuál es su comida preferida y mejor destino turístico. Todo insulso, pero si se considera, en razón de las respuestas, que el cliente no está engañando, entonces es digno de confianza. ¿Qué tendrá que ver una cosa con la otra? ¡Averígüelo Vargas! Son los manes de la tecnología investigativa. 

¿Y qué tal el bloqueo al acceso de todas las aplicaciones de las cuentas bancarias de un usuario,  con el pretexto de su  seguridad, por el simple hecho de cambiar éste el servicio de una sociedad comercial prestadora de uno de internet por otro, por el simple hecho de transferir el coste del servicio a la nueva empresa? ¿No sería menos traumático un mensaje de WhatsApp de previa averiguación? ¡Vivir para ver! Una tecnología aplicada así, es una tecnología infernal, habiéndose hecho de ella una moderna creencia, de manera ciega, una nueva fe, según la cual, la tomas o la dejas.

Por: Rodrigo López Barros.