«La voz vegetal del viento», Gráficas del Comercio, Valledupar, 2023, 135 páginas. Una compilación de textos de periodismo y literatura.
Por Donaldo Mendoza.
«La voz vegetal del viento», Gráficas del Comercio, Valledupar, 2023, 135 páginas. Una compilación de textos de periodismo y literatura. Cinco capítulos y un anexo conforman su contenido. La portada, de fondo azul, presenta un óleo sobre lienzo del joven artista Efraín ‘El Mono’ Quintero; a juicio del artista payanés Rodrigo Valencia Quijano, es una pintura en donde expresionismo y arte abstracto se funden en una geografía de agua, viento y montañas. Otro joven, Miguel Barrios Payares, es el autor de un inteligente prólogo, titulado ‘Un camino hacia sí mismo’.
Dijo el maestro José Atuesta, en reciente columna, que después de tomar el pulso a la obra, encontró que, entre los propósitos de su polifonía vegetal, el primer capítulo, dedicado a mujeres en la literatura, la cultura y la historia, es el de relevancia mayor. Valoración que comparto plenamente. Se abre este capítulo con la heroína María Concepción Loperena de Fernández (Valledupar, 1775-1835). Atuesta ha sido un obstinado defensor de la memoria de ‘La Loperena’.
Con coraje de mártir, esta mujer fue el cerebro del acta de independencia, del 14 de febrero de 1813. En ese documento se declara “mujer libre de origen realista, pero hoy republicana…”.
La siguiente mujer es Mary Daza Orozco, guajira ella, pero vallenata por adopción. Daza Orozco ha realizado una extensa obra periodística, que alterna con la escritura de libros de cuento y novelas. La violencia ha sido el leitmotiv de su trabajo narrativo: “La historia de los actos violentos es mi propuesta estética desde cuando comencé a escribir mis novelas…”. «Los muertos no se cuentan así» y «La noche de las velas azules», son reveladores testimonios de su propuesta estética. Sobre el estilo, dice el escritor: “…su narrativa es amena, elegante y pincelada en atmósfera poética…”.
Rita Fernández Padilla, nacida en Santa Marta, pero desde su adolescencia fue atrapada por ese Macondo vivo y mágico que es Valledupar. La música le viene de cuna, en un hogar donde conoció el piano primero que el alfabeto. Una mujer reciamente original: fue la primera voz femenina que se dejó escuchar en una tarima; y su impronta quedó para siempre en la letra de los himnos de Valledupar y Codazzi. El impacto del Valle en su imaginario, ella misma lo explica: “Valledupar vibraba de júbilo y entusiasmo; la ciudad entera parecía envuelta en una nube de alegría y fiesta”. Es autora de más de ochenta canciones, en varios géneros.
Marina Quintero, nacida en Ocaña, es la voz de la academia. Desde la Universidad de Antioquia adelanta investigaciones sobre folclor y cultura vallenata. Gracias a ella, los profanos nos enteramos de que el primer cantor que usó el término ‘vallenato’ para nombrar nuestra música fue Guillermo Buitrago (1920-1949). Su libro «Juglares y troveros del Caribe» es un texto canónico para ascender hasta el mito de la ‘leyenda vallenata’: “…una selección de textos en homenaje a la música y a la poética de la juglaría en el decurso del siglo XX…”.
Diestro en rescatar personajes de la región, José Atuesta pone en primer plano a la poeta Clemencia Tariffa (Codazzi, 1959 – Santa Marta, 2009). Es el único personaje de Codazzi que se asoma a lo universal. Supo andar por el angosto hilo del erotismo, sin conceder un ápice de explicitud al sexo. Su poesía nos enseña a vivir cuando hay fantasmas que atormentan la existencia. En prosa poética, el escritor Atuesta describe la voz de Clemencia: “…su obra poética es un burbujeo estético de símbolos y erotismo con aroma de selva, de mar, de ventanas y de lunas…”.
Al final del capítulo, Marce Urón, con el libro «La vida en palabras». El escritor halló en unas líneas del poeta y artista payanés Rodrigo Valencia, una fuente surtidora de la poesía de Marce Urón: “en el poeta la palabra no se cierra, se abre en líneas luminosas de color y tiempo…”. Y termina con María Mercedes Carranza (Bogotá, 1945-2003). De esta irreverente poeta, José Atuesta Mendiola nos dice: “los de María Mercedes son poemas coloquiales, con una respiración cercana al temor, a la diatriba del desamor y a la citadina angustia de la soledad”.
«La voz vegetal del viento», Gráficas del Comercio, Valledupar, 2023, 135 páginas. Una compilación de textos de periodismo y literatura.
Por Donaldo Mendoza.
«La voz vegetal del viento», Gráficas del Comercio, Valledupar, 2023, 135 páginas. Una compilación de textos de periodismo y literatura. Cinco capítulos y un anexo conforman su contenido. La portada, de fondo azul, presenta un óleo sobre lienzo del joven artista Efraín ‘El Mono’ Quintero; a juicio del artista payanés Rodrigo Valencia Quijano, es una pintura en donde expresionismo y arte abstracto se funden en una geografía de agua, viento y montañas. Otro joven, Miguel Barrios Payares, es el autor de un inteligente prólogo, titulado ‘Un camino hacia sí mismo’.
Dijo el maestro José Atuesta, en reciente columna, que después de tomar el pulso a la obra, encontró que, entre los propósitos de su polifonía vegetal, el primer capítulo, dedicado a mujeres en la literatura, la cultura y la historia, es el de relevancia mayor. Valoración que comparto plenamente. Se abre este capítulo con la heroína María Concepción Loperena de Fernández (Valledupar, 1775-1835). Atuesta ha sido un obstinado defensor de la memoria de ‘La Loperena’.
Con coraje de mártir, esta mujer fue el cerebro del acta de independencia, del 14 de febrero de 1813. En ese documento se declara “mujer libre de origen realista, pero hoy republicana…”.
La siguiente mujer es Mary Daza Orozco, guajira ella, pero vallenata por adopción. Daza Orozco ha realizado una extensa obra periodística, que alterna con la escritura de libros de cuento y novelas. La violencia ha sido el leitmotiv de su trabajo narrativo: “La historia de los actos violentos es mi propuesta estética desde cuando comencé a escribir mis novelas…”. «Los muertos no se cuentan así» y «La noche de las velas azules», son reveladores testimonios de su propuesta estética. Sobre el estilo, dice el escritor: “…su narrativa es amena, elegante y pincelada en atmósfera poética…”.
Rita Fernández Padilla, nacida en Santa Marta, pero desde su adolescencia fue atrapada por ese Macondo vivo y mágico que es Valledupar. La música le viene de cuna, en un hogar donde conoció el piano primero que el alfabeto. Una mujer reciamente original: fue la primera voz femenina que se dejó escuchar en una tarima; y su impronta quedó para siempre en la letra de los himnos de Valledupar y Codazzi. El impacto del Valle en su imaginario, ella misma lo explica: “Valledupar vibraba de júbilo y entusiasmo; la ciudad entera parecía envuelta en una nube de alegría y fiesta”. Es autora de más de ochenta canciones, en varios géneros.
Marina Quintero, nacida en Ocaña, es la voz de la academia. Desde la Universidad de Antioquia adelanta investigaciones sobre folclor y cultura vallenata. Gracias a ella, los profanos nos enteramos de que el primer cantor que usó el término ‘vallenato’ para nombrar nuestra música fue Guillermo Buitrago (1920-1949). Su libro «Juglares y troveros del Caribe» es un texto canónico para ascender hasta el mito de la ‘leyenda vallenata’: “…una selección de textos en homenaje a la música y a la poética de la juglaría en el decurso del siglo XX…”.
Diestro en rescatar personajes de la región, José Atuesta pone en primer plano a la poeta Clemencia Tariffa (Codazzi, 1959 – Santa Marta, 2009). Es el único personaje de Codazzi que se asoma a lo universal. Supo andar por el angosto hilo del erotismo, sin conceder un ápice de explicitud al sexo. Su poesía nos enseña a vivir cuando hay fantasmas que atormentan la existencia. En prosa poética, el escritor Atuesta describe la voz de Clemencia: “…su obra poética es un burbujeo estético de símbolos y erotismo con aroma de selva, de mar, de ventanas y de lunas…”.
Al final del capítulo, Marce Urón, con el libro «La vida en palabras». El escritor halló en unas líneas del poeta y artista payanés Rodrigo Valencia, una fuente surtidora de la poesía de Marce Urón: “en el poeta la palabra no se cierra, se abre en líneas luminosas de color y tiempo…”. Y termina con María Mercedes Carranza (Bogotá, 1945-2003). De esta irreverente poeta, José Atuesta Mendiola nos dice: “los de María Mercedes son poemas coloquiales, con una respiración cercana al temor, a la diatriba del desamor y a la citadina angustia de la soledad”.