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Columnista - 14 enero, 2023

“Bueno pero no se enoje”

Es increíble que la posibilidad de retransmitir en Latinoamérica y en el resto del mundo los capítulos de los personajes creados por Roberto Gómez Bolaños no haya derivado en un final feliz.

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Es increíble que la posibilidad de retransmitir en Latinoamérica y en el resto del mundo los capítulos de los personajes creados por Roberto Gómez Bolaños no haya derivado en un final feliz. Desde agosto de 2020 nos hemos tenido que privar de semejantes obras de arte. ¡No hay derecho!

Disputas entre Televisa -dueña de los derechos de transmisión de los programas por haber sido la compañía productora- y el Grupo Chespirito -propietario de los derechos sobre los guiones y los personajes- no han permitido que, quienes como yo somos fans de Chespirito, podamos volver a disfrutar de su humor. Los derechos de transmisión habían sido cedidos a Televisa hasta finales de julio de 2020 y, al no renovarse, Chespirito y sus personajes debieron salir del aire. Una pena.

Mi feliz niñez estuvo marcada por El Chavo del 8 -mi personaje preferido de los interpretados por Gómez Bolaños- al ser un permanente televidente de la serie. No miento cuando afirmo que Don Ramón -mi personaje favorito entre todos los creados por Chespirito- me hizo reír a carcajadas miles de veces. Llegué al extremo de saberme los diálogos completos y mi mamá me oía asombrada anticipando lo que se diría en cada uno. Gozaba viendo a Doña Florinda cachetearlo, a Quico decirle “chusma, chusma, pfff”, al señor Barriga cobrarle la renta y a Doña Clotilde -La Bruja del 71- coquetearle. Don Ramón fue un personaje icónico, admirado por millones y que sigue vendiendo camisetas, mugs, cuadros, etc., en nuestros países. 

Quién no recuerda los “cachetes de marrana flaca” de Quico, las pecas y la forma de llorar de La Chilindrina, el “ta, ta, ta” del profesor Jirafales, el “acúsalo con tu mamá…” de la Popis, los golpes con que El Chavo siempre recibía a Senón Barriga y Pesado, a Jaimito el Cartero decir “es para evitar la fatiga” y recordar a su natal Tangamandapio, a Ñoño decir “mírelo eh, mírelo eh”, a Doña Florinda decirle a Quico “no te juntes con esa chusma” y a la bruja llamar “Rorro” a Don Ramón. Podría seguir y seguir y agotaría rápidamente los 4.100 caracteres a los que tengo derecho en cada columna. Humor blanco y simple pero con mensajes que nos llevaban a reflexionar constantemente acerca de la bondad, la generosidad y la empatía. Cada vez que me hacían un sándwich lo apreciaba mucho al recordar el enorme deseo de El Chavo por comerse una torta de jamón. El Chavo tenía muy poco y nunca tuvo problema en compartirlo como cuando en una Navidad el señor Barriga le regaló un camioncito de juguete que él no dudó en regalarle al bebé recién nacido de la portera de la vecindad. 

Desde que viajo a México, país que he visitado más de 10 veces, me ha llamado mucho la atención que allí no exista un museo dedicado a Chespirito y a sus personajes. Me imagino el éxito que tendría un lugar en el que se recreara la vecindad, tal como la vimos siempre en el programa, para visitarla, tomarse fotos, tocar sus puertas, asomarnos al interior del barril de El Chavo y hasta asomarnos por las ventanas de las casas de Quico y de la Chilindrina. Hasta sería maravilloso poder tomar en nuestras manos los ladrillos de icopor que siempre tenían como destino la cabeza de algún vecino; me maravillaría poder ver, por fin después de tantos años, la pelota cuadrada de Quico. Me encantaría poder comer algo en la fonda de Doña Florinda y montar en alguno de los triciclos que aparecieron en la serie. 

Sin embargo, una de las mayores emociones que podría sentir sería entrar al salón de clase del profesor Jirafales -siempre después del silencio de la muchachada llamado por el Chavo y, “sin querer queriendo”: “el maestro Longaniza”- ya que esta experiencia, en ese 2ºB ubicado en los estudios de Televisa en Chapultepec en Ciudad de México, me llevaría a recordar mis felices años de director de grupo de 2ºB del Colegio Santa María de Bogotá. Como una premonición en mi niñez, mi salón fue el mismo del profesor Jirafales.

Televisa y el Grupo Chespirito deberían zanjar sus diferencias y apiadarse de los millones de latinoamericanos que estamos deseosos de volver a ver a El Chavo del 8…

Por Jorge Eduardo Ávila

Columnista
14 enero, 2023

“Bueno pero no se enoje”

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jorge Eduardo Ávila

Es increíble que la posibilidad de retransmitir en Latinoamérica y en el resto del mundo los capítulos de los personajes creados por Roberto Gómez Bolaños no haya derivado en un final feliz.


Es increíble que la posibilidad de retransmitir en Latinoamérica y en el resto del mundo los capítulos de los personajes creados por Roberto Gómez Bolaños no haya derivado en un final feliz. Desde agosto de 2020 nos hemos tenido que privar de semejantes obras de arte. ¡No hay derecho!

Disputas entre Televisa -dueña de los derechos de transmisión de los programas por haber sido la compañía productora- y el Grupo Chespirito -propietario de los derechos sobre los guiones y los personajes- no han permitido que, quienes como yo somos fans de Chespirito, podamos volver a disfrutar de su humor. Los derechos de transmisión habían sido cedidos a Televisa hasta finales de julio de 2020 y, al no renovarse, Chespirito y sus personajes debieron salir del aire. Una pena.

Mi feliz niñez estuvo marcada por El Chavo del 8 -mi personaje preferido de los interpretados por Gómez Bolaños- al ser un permanente televidente de la serie. No miento cuando afirmo que Don Ramón -mi personaje favorito entre todos los creados por Chespirito- me hizo reír a carcajadas miles de veces. Llegué al extremo de saberme los diálogos completos y mi mamá me oía asombrada anticipando lo que se diría en cada uno. Gozaba viendo a Doña Florinda cachetearlo, a Quico decirle “chusma, chusma, pfff”, al señor Barriga cobrarle la renta y a Doña Clotilde -La Bruja del 71- coquetearle. Don Ramón fue un personaje icónico, admirado por millones y que sigue vendiendo camisetas, mugs, cuadros, etc., en nuestros países. 

Quién no recuerda los “cachetes de marrana flaca” de Quico, las pecas y la forma de llorar de La Chilindrina, el “ta, ta, ta” del profesor Jirafales, el “acúsalo con tu mamá…” de la Popis, los golpes con que El Chavo siempre recibía a Senón Barriga y Pesado, a Jaimito el Cartero decir “es para evitar la fatiga” y recordar a su natal Tangamandapio, a Ñoño decir “mírelo eh, mírelo eh”, a Doña Florinda decirle a Quico “no te juntes con esa chusma” y a la bruja llamar “Rorro” a Don Ramón. Podría seguir y seguir y agotaría rápidamente los 4.100 caracteres a los que tengo derecho en cada columna. Humor blanco y simple pero con mensajes que nos llevaban a reflexionar constantemente acerca de la bondad, la generosidad y la empatía. Cada vez que me hacían un sándwich lo apreciaba mucho al recordar el enorme deseo de El Chavo por comerse una torta de jamón. El Chavo tenía muy poco y nunca tuvo problema en compartirlo como cuando en una Navidad el señor Barriga le regaló un camioncito de juguete que él no dudó en regalarle al bebé recién nacido de la portera de la vecindad. 

Desde que viajo a México, país que he visitado más de 10 veces, me ha llamado mucho la atención que allí no exista un museo dedicado a Chespirito y a sus personajes. Me imagino el éxito que tendría un lugar en el que se recreara la vecindad, tal como la vimos siempre en el programa, para visitarla, tomarse fotos, tocar sus puertas, asomarnos al interior del barril de El Chavo y hasta asomarnos por las ventanas de las casas de Quico y de la Chilindrina. Hasta sería maravilloso poder tomar en nuestras manos los ladrillos de icopor que siempre tenían como destino la cabeza de algún vecino; me maravillaría poder ver, por fin después de tantos años, la pelota cuadrada de Quico. Me encantaría poder comer algo en la fonda de Doña Florinda y montar en alguno de los triciclos que aparecieron en la serie. 

Sin embargo, una de las mayores emociones que podría sentir sería entrar al salón de clase del profesor Jirafales -siempre después del silencio de la muchachada llamado por el Chavo y, “sin querer queriendo”: “el maestro Longaniza”- ya que esta experiencia, en ese 2ºB ubicado en los estudios de Televisa en Chapultepec en Ciudad de México, me llevaría a recordar mis felices años de director de grupo de 2ºB del Colegio Santa María de Bogotá. Como una premonición en mi niñez, mi salón fue el mismo del profesor Jirafales.

Televisa y el Grupo Chespirito deberían zanjar sus diferencias y apiadarse de los millones de latinoamericanos que estamos deseosos de volver a ver a El Chavo del 8…

Por Jorge Eduardo Ávila