Alcides Gutiérrez frecuenta las instalaciones del Cementerio Central de La Paz con el fin de actualizar el registro de defunciones.
Alcides Gutiérrez se desplaza ligero en su bicicleta de siempre. Frecuenta las instalaciones del Cementerio Central de La Paz con el fin de actualizar el registro de defunciones que lleva desde principios de siglo. La afición comenzó en el escenario de discusiones familiares sobre la exactitud del día de la muerte de tal o cual persona. –Me va a tocar anotar a los difuntos, para que no peleen–, fue su resolución de entonces, que ahora confirma entre risas. Hay quienes lo tratan de loco. Otros le preguntan quién lo va a anotar cuando muera. Él ya tiene delegados para esa tarea. Mis sobrinos me apuntan –asegura.
-Kike, ¿a quién guardaron ayer? –pregunta al sepulturero, todos los días, como si en esto residiera el sentido de su vida. “En agosto nada más se han muerto cinco. ¡Poquitos!”, dice.
Es dado a la risa y a chancear con vivencias propias y ajenas. Tiene un sinnúmero de anécdotas alrededor de su actividad como estadista. La más reciente es la de un vecino a quien daban por fallecido y apareció días después frente a sus ojos. Ante la hilarante sorpresa, corrió a cambiar, en su bitácora, el estado de ‘muerto’ a ‘pendiente’. –Ah, conque usted es el que apunta los muertos y me puso ‘pendiente’. Haga el favor y me borra de ahí que yo no soy ningún pendiente–, cuenta Alcides la respuesta de su vecino, mientras suelta una carcajada.
Alcides, de piel curtida, cabello hirsuto y movimientos gráciles, también es albañil y músico, actividades menos lóbregas y sombrías. No cree en las existencias póstumas, pero se ríe de la muerte como si fuera otra vida. O como si la idea de morir, en sí, no importara. Sólo el aquí y el ahora.
Alcides Gutiérrez frecuenta las instalaciones del Cementerio Central de La Paz con el fin de actualizar el registro de defunciones.
Alcides Gutiérrez se desplaza ligero en su bicicleta de siempre. Frecuenta las instalaciones del Cementerio Central de La Paz con el fin de actualizar el registro de defunciones que lleva desde principios de siglo. La afición comenzó en el escenario de discusiones familiares sobre la exactitud del día de la muerte de tal o cual persona. –Me va a tocar anotar a los difuntos, para que no peleen–, fue su resolución de entonces, que ahora confirma entre risas. Hay quienes lo tratan de loco. Otros le preguntan quién lo va a anotar cuando muera. Él ya tiene delegados para esa tarea. Mis sobrinos me apuntan –asegura.
-Kike, ¿a quién guardaron ayer? –pregunta al sepulturero, todos los días, como si en esto residiera el sentido de su vida. “En agosto nada más se han muerto cinco. ¡Poquitos!”, dice.
Es dado a la risa y a chancear con vivencias propias y ajenas. Tiene un sinnúmero de anécdotas alrededor de su actividad como estadista. La más reciente es la de un vecino a quien daban por fallecido y apareció días después frente a sus ojos. Ante la hilarante sorpresa, corrió a cambiar, en su bitácora, el estado de ‘muerto’ a ‘pendiente’. –Ah, conque usted es el que apunta los muertos y me puso ‘pendiente’. Haga el favor y me borra de ahí que yo no soy ningún pendiente–, cuenta Alcides la respuesta de su vecino, mientras suelta una carcajada.
Alcides, de piel curtida, cabello hirsuto y movimientos gráciles, también es albañil y músico, actividades menos lóbregas y sombrías. No cree en las existencias póstumas, pero se ríe de la muerte como si fuera otra vida. O como si la idea de morir, en sí, no importara. Sólo el aquí y el ahora.