“No llame más a este hp que lo vamos a matar”, anunció uno de los indígenas asentados en el parque La Florida, en las afueras de Bogotá… y lo mataron.
“No llame más a este hp que lo vamos a matar”, anunció uno de los indígenas asentados en el parque La Florida, en las afueras de Bogotá… y lo mataron.
La víctima, Hildebrando Rivera, de 60 años, era un buen hombre, de Guasca, Cundinamarca, donde conducía un camión recolector de basuras, hasta la noche del 25 de enero, cuando regresaba del botadero y, accidentalmente, atropelló a dos personas.
Mientras destrozaban el vehículo y resistía en la cabina, aterrorizado, logró llamar a su patrón: “Se me atravesó un muchacho, yo no lo vi…”. Nunca supo que moriría porque, sin querer, había causado la muerte a una madre indígena y a su hija.
Los medios que defienden a los indígenas porque saben que es políticamente correcto, lo sentenciaron de forma sumaria y póstuma. Sin averiguar, decidieron que había invadido la berma, aunque los más objetivos informaron que, según testigos, la mujer cruzaba la carretera con la menor y, como atestiguó Hildebrando, antes de ser atacado, sencillamente no las vio.
La alcaldesa culpó al gobierno, al Mindefensa, a la Unidad de Víctimas y al ICBF, por ser incapaces de garantizar que no los desplacen, que retornen a sus resguardos y que se proteja a los niños. Qué poco sabe -o se hace – de las causas de la violencia y el desplazamiento, del narcotráfico, de la oposición de la izquierda a la aspersión aérea y de la instrumentalización política de los indígenas.
Muchos viven en Bogotá. En 2005 se censaron más de 15.000, pero en 2021, en medio de pandemia y paro narcoterrorista, cerca de 1.300, la mayoría emberas del Chocó, llegaron a Bogotá y se tomaron el parque Nacional. ¿Desplazados? Un desplazado del Chocó llega, si mucho, al Eje Cafetero, donde el clima es más benigno, pero ¿a Bogotá?
Exigieron estadía digna, pero nada les servía, hasta que aceptaron las instalaciones del parque La Florida. De hecho, muchos ya regresaron con la ayuda del gobierno, que también exigían. No tenían cómo devolverse, pero sí tuvieron como llegar ¡a Bogotá! ¿Quién les ayudó?, ¿quién los trajo y para qué? ¿A quién le interesaba que agravaran el caos de la ciudad? Preguntas inquietantes…, ahí se las dejo.
La familia de Hildebrando lo llora y su pueblo le hace velatones. ¿Y los asesinos? Son escalofriantes los videos que muestran como lo apalearon con sevicia. Sin duda, deberán responder ante la justicia ordinaria, pues fue un delito fuera de sus resguardos y contra un colombiano no indígena.
Sin embargo, no faltan argumentos para favorecer a los asesinos, que no han sido entregados a la justicia ordinaria, en medio del silencio de la izquierda, que sabe manipular la causa indígena y que habría estallado sus redes, si el linchado hubiera sido uno de ellos.
N.B. Nueve atentados a la Fuerza Pública en 12 horas. El narcoterrorismo de las disidencias y el Eln no descansa, mientras la izquierda calla.
Por José Félix Lafaurie Rivera
“No llame más a este hp que lo vamos a matar”, anunció uno de los indígenas asentados en el parque La Florida, en las afueras de Bogotá… y lo mataron.
“No llame más a este hp que lo vamos a matar”, anunció uno de los indígenas asentados en el parque La Florida, en las afueras de Bogotá… y lo mataron.
La víctima, Hildebrando Rivera, de 60 años, era un buen hombre, de Guasca, Cundinamarca, donde conducía un camión recolector de basuras, hasta la noche del 25 de enero, cuando regresaba del botadero y, accidentalmente, atropelló a dos personas.
Mientras destrozaban el vehículo y resistía en la cabina, aterrorizado, logró llamar a su patrón: “Se me atravesó un muchacho, yo no lo vi…”. Nunca supo que moriría porque, sin querer, había causado la muerte a una madre indígena y a su hija.
Los medios que defienden a los indígenas porque saben que es políticamente correcto, lo sentenciaron de forma sumaria y póstuma. Sin averiguar, decidieron que había invadido la berma, aunque los más objetivos informaron que, según testigos, la mujer cruzaba la carretera con la menor y, como atestiguó Hildebrando, antes de ser atacado, sencillamente no las vio.
La alcaldesa culpó al gobierno, al Mindefensa, a la Unidad de Víctimas y al ICBF, por ser incapaces de garantizar que no los desplacen, que retornen a sus resguardos y que se proteja a los niños. Qué poco sabe -o se hace – de las causas de la violencia y el desplazamiento, del narcotráfico, de la oposición de la izquierda a la aspersión aérea y de la instrumentalización política de los indígenas.
Muchos viven en Bogotá. En 2005 se censaron más de 15.000, pero en 2021, en medio de pandemia y paro narcoterrorista, cerca de 1.300, la mayoría emberas del Chocó, llegaron a Bogotá y se tomaron el parque Nacional. ¿Desplazados? Un desplazado del Chocó llega, si mucho, al Eje Cafetero, donde el clima es más benigno, pero ¿a Bogotá?
Exigieron estadía digna, pero nada les servía, hasta que aceptaron las instalaciones del parque La Florida. De hecho, muchos ya regresaron con la ayuda del gobierno, que también exigían. No tenían cómo devolverse, pero sí tuvieron como llegar ¡a Bogotá! ¿Quién les ayudó?, ¿quién los trajo y para qué? ¿A quién le interesaba que agravaran el caos de la ciudad? Preguntas inquietantes…, ahí se las dejo.
La familia de Hildebrando lo llora y su pueblo le hace velatones. ¿Y los asesinos? Son escalofriantes los videos que muestran como lo apalearon con sevicia. Sin duda, deberán responder ante la justicia ordinaria, pues fue un delito fuera de sus resguardos y contra un colombiano no indígena.
Sin embargo, no faltan argumentos para favorecer a los asesinos, que no han sido entregados a la justicia ordinaria, en medio del silencio de la izquierda, que sabe manipular la causa indígena y que habría estallado sus redes, si el linchado hubiera sido uno de ellos.
N.B. Nueve atentados a la Fuerza Pública en 12 horas. El narcoterrorismo de las disidencias y el Eln no descansa, mientras la izquierda calla.
Por José Félix Lafaurie Rivera