Nadie ha cuantificado cuánto pierde la sociedad cuando muere uno de sus talentos y quizás tampoco cuánto vale su legado, y si eso fuera posible, ¿cuál sería la unidad de medida para valorar estos eventos? Al científico se le mide por sus aportes al conocimiento, a la tecnología y al desarrollo; al altruista por su […]
Nadie ha cuantificado cuánto pierde la sociedad cuando muere uno de sus talentos y quizás tampoco cuánto vale su legado, y si eso fuera posible, ¿cuál sería la unidad de medida para valorar estos eventos? Al científico se le mide por sus aportes al conocimiento, a la tecnología y al desarrollo; al altruista por su generosidad; al líder por sus propuestas de transformación en pro de sus semejantes; al folclorista por su talento, construcción y difusión de una cultura popular perenne que la gente apropia y disfruta y que nadie le podrá quitar.
Ese es el sentido de los patrimonios culturales, que son inalienables y construidos por los talentosos. A ese legado contribuyó, en grado sumo, Jorge Oñate, el ‘Jilguero de América’, quien cruzó las fronteras patrias con su prodigiosa voz. Sin embargo, la FFLV quedó en deuda con él, el impulsor, además, de varios reyes vallenatos. Oñate partió en dos la historia de los conjuntos vallenatos, precursor del cantante líder, abriéndole las puertas a centenares de noveles cantantes.
Lo conocí como en el año 1960, cuando todos los sábados venía a traerle ropa y viandas a Gustavo Gnecco, su hermano, quien, como yo, éramos internos en el Loperena; tendría él 11 años; después, a mediados de los 60s, lo vi semi-interno en el colegio Sagrado Corazón de Jesús, que Mario Cotes Arzuaga tuvo en La Paz, quien fue mi cuñado; era un muchacho inquieto y Delfina, su madre, quería entretenerlo, su ímpeto pedía vía.
Para entonces, ya Jorge mostraba su faz de cantante, no del género vallenato sino de baladas y rancheras. Con Emilio Oviedo, cazador de talentos, tuvo sus inicios discográficos, pero fue con los hermanos López y las sentidas canciones del inmortal Fredy Molina, cuando su voz de tenor inconfundible, inimitable e inagotable, iluminó el firmamento del género vallenato.
Su aporte al vallenato es una cuota al reconocimiento que la ONU nos otorgó como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. A Jorge Oñate hay que mirarlo desde esta arista, como humano, con todas sus flaquezas y virtudes, no como un querubín, nadie lo es. Los que nunca lo trataron ni vieron su proceso artístico podrán tener una mirada sesgada, los entendemos.
La misión de un cantante es difundir sus canciones y llevar la alegría pero el mundo de la farándula tiene muchos atajos y tentaciones malsanas, algunos caen; Jorge no necesitaba de incentivos para triunfar, su voz y su formación le eran suficientes. De Jorge Oñate conozco sus virtudes, siempre lo vi cantando y así lo recordaré. Fue un hombre sencillo, accesible a todos, y, pese a que abrió las puertas del Olimpo, nunca cayó en las excentricidades del triunfo, tampoco levitó ni abandonó su terruño, donde siempre vivió rodeado del cariño de sus paisanos.
Nos dejó un estilo y una escuela, por más de 50 años lo disfrutamos. Ya nadie interpretará las epopéyicas canciones del ‘Yeyo’ Núñez, como él lo hacía, ni las jocosas de Andrés Beleño y Leandro Díaz, que él volvía solemnes; ya no habrá quien cante, como él, las Dos rosas o el Cantor de Fonseca. Me uno al dolor de su familia. Hasta luego Jorge Oñate, defenderemos tu legado.
Nadie ha cuantificado cuánto pierde la sociedad cuando muere uno de sus talentos y quizás tampoco cuánto vale su legado, y si eso fuera posible, ¿cuál sería la unidad de medida para valorar estos eventos? Al científico se le mide por sus aportes al conocimiento, a la tecnología y al desarrollo; al altruista por su […]
Nadie ha cuantificado cuánto pierde la sociedad cuando muere uno de sus talentos y quizás tampoco cuánto vale su legado, y si eso fuera posible, ¿cuál sería la unidad de medida para valorar estos eventos? Al científico se le mide por sus aportes al conocimiento, a la tecnología y al desarrollo; al altruista por su generosidad; al líder por sus propuestas de transformación en pro de sus semejantes; al folclorista por su talento, construcción y difusión de una cultura popular perenne que la gente apropia y disfruta y que nadie le podrá quitar.
Ese es el sentido de los patrimonios culturales, que son inalienables y construidos por los talentosos. A ese legado contribuyó, en grado sumo, Jorge Oñate, el ‘Jilguero de América’, quien cruzó las fronteras patrias con su prodigiosa voz. Sin embargo, la FFLV quedó en deuda con él, el impulsor, además, de varios reyes vallenatos. Oñate partió en dos la historia de los conjuntos vallenatos, precursor del cantante líder, abriéndole las puertas a centenares de noveles cantantes.
Lo conocí como en el año 1960, cuando todos los sábados venía a traerle ropa y viandas a Gustavo Gnecco, su hermano, quien, como yo, éramos internos en el Loperena; tendría él 11 años; después, a mediados de los 60s, lo vi semi-interno en el colegio Sagrado Corazón de Jesús, que Mario Cotes Arzuaga tuvo en La Paz, quien fue mi cuñado; era un muchacho inquieto y Delfina, su madre, quería entretenerlo, su ímpeto pedía vía.
Para entonces, ya Jorge mostraba su faz de cantante, no del género vallenato sino de baladas y rancheras. Con Emilio Oviedo, cazador de talentos, tuvo sus inicios discográficos, pero fue con los hermanos López y las sentidas canciones del inmortal Fredy Molina, cuando su voz de tenor inconfundible, inimitable e inagotable, iluminó el firmamento del género vallenato.
Su aporte al vallenato es una cuota al reconocimiento que la ONU nos otorgó como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. A Jorge Oñate hay que mirarlo desde esta arista, como humano, con todas sus flaquezas y virtudes, no como un querubín, nadie lo es. Los que nunca lo trataron ni vieron su proceso artístico podrán tener una mirada sesgada, los entendemos.
La misión de un cantante es difundir sus canciones y llevar la alegría pero el mundo de la farándula tiene muchos atajos y tentaciones malsanas, algunos caen; Jorge no necesitaba de incentivos para triunfar, su voz y su formación le eran suficientes. De Jorge Oñate conozco sus virtudes, siempre lo vi cantando y así lo recordaré. Fue un hombre sencillo, accesible a todos, y, pese a que abrió las puertas del Olimpo, nunca cayó en las excentricidades del triunfo, tampoco levitó ni abandonó su terruño, donde siempre vivió rodeado del cariño de sus paisanos.
Nos dejó un estilo y una escuela, por más de 50 años lo disfrutamos. Ya nadie interpretará las epopéyicas canciones del ‘Yeyo’ Núñez, como él lo hacía, ni las jocosas de Andrés Beleño y Leandro Díaz, que él volvía solemnes; ya no habrá quien cante, como él, las Dos rosas o el Cantor de Fonseca. Me uno al dolor de su familia. Hasta luego Jorge Oñate, defenderemos tu legado.