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Columnista - 17 diciembre, 2020

Política, de norte a sur

Esta semana se concretó un hecho político, el cual inexplicablemente muchos compatriotas, contra todo pronóstico y desconocimiento del sistema electoral norteamericano, esperaban se diera de otra manera. El día 3 de noviembre Joe Biden fue elegido por una arrolladora mayoría de votos totales. En su caso, no solo superó al presidente en ejercicio (incumbent) por […]

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Esta semana se concretó un hecho político, el cual inexplicablemente muchos compatriotas, contra todo pronóstico y desconocimiento del sistema electoral norteamericano, esperaban se diera de otra manera. El día 3 de noviembre Joe Biden fue elegido por una arrolladora mayoría de votos totales.

En su caso, no solo superó al presidente en ejercicio (incumbent) por más de 7 millones del voto popular (81.2 millones vs. 74.2, aún sin resultados finales) sino que lo batió por una estrecha mayoría en dos estados de los que suelen variar su votación (Swing States: Pennsylvania, Michigan) y dos tradicionalmente republicanos (Arizona, Georgia). Estos mismos ciegos ahora pretenden desconocer que Joe Biden tiene 306 votos electorales contra 232 (mismo margen con los que fue elegido Trump hace 4 años), y decir que aún falta que el senado lo proclame, como si dada la historia política estadounidense en algún momento el senado ha ido en contra del colegio electoral.

Por supuesto que una republica bananera como la nuestra, donde el respeto por la ley en muchos casos depende de la chequera del procesado, es sumamente difícil comprender que el respeto por los procesos y por el “deber ser” supere las propias ideologías e intereses políticos. Mirar a los registradores republicanos reconocer que el candidato demócrata ganó en franca lid es impensable en un país donde quien mete los votos en las urnas no siempre termina con la credencial; es decir, la democracia norteamericana no ratifica aquello de que “el que escruta, elige”. No nos toca escarbar demasiado en nuestra historia para encontrar múltiples y variados ejemplos sobre cuán diferente pueden ser esos procesos.

Tener que navegar unas aguas tan turbulentas, donde se manejan unos niveles de suciedad tan nauseabundos, requiere unos baquianos dispuestos a ensuciarse mucho más allá de las rodillas; por eso es que muchas veces cuesta tanto que algunos grandes líderes del sector privado se arriesguen a dejar la tranquilidad del manejo de sus empresas para liderar entidades públicas, expuestas a múltiples intereses que con frecuencia superan la misión y la visión de la institución (nuevamente, no hay necesidad de rebuscar en la historia para encontrar ejemplos).

También es quizás por esta razón que cuesta tanto encontrar mujeres dispuestas a participar en política. No en vano muchas veces la excusa de aquellos a quienes se les hace la propuesta es “yo no tengo estómago para lidiar con eso”.

 De algo estoy segura, cuando aquellos o ellas mencionan el estómago no están haciéndole una metáfora a su nivel intelectual, o a su liderazgo para enfrentar un reto. Entonces, es posible que lo que se requiere más que nuevas personas, sean nuevas condiciones, nuevas reglas del juego.

 Quizás lo que hay en Bogotá no es solo intelectualidad y liderazgo, sino un poco más de respeto por el deber ser, por los procesos… pero quizás estoy soñando, olvido que estoy en Valledupar, no en Filadelfia, ni mucho menos en Atlanta o en Phoenix… (sigh!).

Columnista
17 diciembre, 2020

Política, de norte a sur

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Cenaida Alvis Barranco

Esta semana se concretó un hecho político, el cual inexplicablemente muchos compatriotas, contra todo pronóstico y desconocimiento del sistema electoral norteamericano, esperaban se diera de otra manera. El día 3 de noviembre Joe Biden fue elegido por una arrolladora mayoría de votos totales. En su caso, no solo superó al presidente en ejercicio (incumbent) por […]


Esta semana se concretó un hecho político, el cual inexplicablemente muchos compatriotas, contra todo pronóstico y desconocimiento del sistema electoral norteamericano, esperaban se diera de otra manera. El día 3 de noviembre Joe Biden fue elegido por una arrolladora mayoría de votos totales.

En su caso, no solo superó al presidente en ejercicio (incumbent) por más de 7 millones del voto popular (81.2 millones vs. 74.2, aún sin resultados finales) sino que lo batió por una estrecha mayoría en dos estados de los que suelen variar su votación (Swing States: Pennsylvania, Michigan) y dos tradicionalmente republicanos (Arizona, Georgia). Estos mismos ciegos ahora pretenden desconocer que Joe Biden tiene 306 votos electorales contra 232 (mismo margen con los que fue elegido Trump hace 4 años), y decir que aún falta que el senado lo proclame, como si dada la historia política estadounidense en algún momento el senado ha ido en contra del colegio electoral.

Por supuesto que una republica bananera como la nuestra, donde el respeto por la ley en muchos casos depende de la chequera del procesado, es sumamente difícil comprender que el respeto por los procesos y por el “deber ser” supere las propias ideologías e intereses políticos. Mirar a los registradores republicanos reconocer que el candidato demócrata ganó en franca lid es impensable en un país donde quien mete los votos en las urnas no siempre termina con la credencial; es decir, la democracia norteamericana no ratifica aquello de que “el que escruta, elige”. No nos toca escarbar demasiado en nuestra historia para encontrar múltiples y variados ejemplos sobre cuán diferente pueden ser esos procesos.

Tener que navegar unas aguas tan turbulentas, donde se manejan unos niveles de suciedad tan nauseabundos, requiere unos baquianos dispuestos a ensuciarse mucho más allá de las rodillas; por eso es que muchas veces cuesta tanto que algunos grandes líderes del sector privado se arriesguen a dejar la tranquilidad del manejo de sus empresas para liderar entidades públicas, expuestas a múltiples intereses que con frecuencia superan la misión y la visión de la institución (nuevamente, no hay necesidad de rebuscar en la historia para encontrar ejemplos).

También es quizás por esta razón que cuesta tanto encontrar mujeres dispuestas a participar en política. No en vano muchas veces la excusa de aquellos a quienes se les hace la propuesta es “yo no tengo estómago para lidiar con eso”.

 De algo estoy segura, cuando aquellos o ellas mencionan el estómago no están haciéndole una metáfora a su nivel intelectual, o a su liderazgo para enfrentar un reto. Entonces, es posible que lo que se requiere más que nuevas personas, sean nuevas condiciones, nuevas reglas del juego.

 Quizás lo que hay en Bogotá no es solo intelectualidad y liderazgo, sino un poco más de respeto por el deber ser, por los procesos… pero quizás estoy soñando, olvido que estoy en Valledupar, no en Filadelfia, ni mucho menos en Atlanta o en Phoenix… (sigh!).