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Columnista - 9 diciembre, 2020

El sesgo de la noticia

“Toda distorsión deliberada de la verdad que el público merezca conocer, constituye una inmoralidad”: David Blasquez. Los periodistas no debemos caer en expresiones populistas de coyuntura electorera como el “castrochavismo”, a la luz de un proceso de mamertización, para crear un estado de miedo. En hora buena surgen las redes sociales para democratizar la noticia, […]

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“Toda distorsión deliberada de la verdad que el público merezca conocer, constituye una inmoralidad”: David Blasquez. Los periodistas no debemos caer en expresiones populistas de coyuntura electorera como el “castrochavismo”, a la luz de un proceso de mamertización, para crear un estado de miedo.

En hora buena surgen las redes sociales para democratizar la noticia, que debe ser un derecho y no un privilegio, como ocurría con los medios tradicionales, obviamente, no todos, pero sí muchos, y claro, toda regla tiene su excepción, pero no toda excepción hace regla.

Con la vigencia de la era digital para nadie es un secreto que el 80 % de la información, en promedio, llega a través de las redes sociales, que no solo han hecho retroceder a los medios tradicionales sino estremecer los cimientos de la cultura misma.

¿Hoy por hoy, quién no tiene acceso a las redes sociales? Es la pregunta de actualidad: la respuesta es simple. El grueso de la población por Facebook, Twitter, Instagram, etc., de inmediato se informa de lo que acontece en el mundo, sin agotar protocolos y sin esperar 4 horas a que termine un noticiero de televisión para informarse.

Parafraseando al premio Simón Bolívar, Rodolfo Quintero Romero, lo nuevo, guste o no, siempre emerge con su impertinencia renovadora, sumado el encanto de los dispositivos electrónicos que te permiten imagen, audio y texto para captar la noticia, lo que convierten el mundo en un pañuelo. Esto se llama revolución tecnológica, lo que pone en aprietos también a los impresos y a la radio.

La crisis de medios tradiciones como El Tiempo, El Espectador y Semana, o el caso de RCN y Caracol, es inocultable, en razón a que pierden el encanto de la objetividad por los intereses que maneja la propiedad en manos de conglomerados económicos, realidad que ha derivado en el despido masivo de comunicadores que deben competir, además, con robot periodistas con cabeza para pensar y manos para escribir, que ya utilizan en sus salas de redacción diarios como Le Monde de Francia,  que transforman datos en textos.

Si miramos hacia los países nórdicos, encontramos que  Noruega ya le dijo adiós a la frecuencia radial AM y va de paso hasta la misma Fm, luego se colige que la tendencia es ver dinosaurios en vía de extinción, pues tal y como sentenciara el nobel Gabriel García Márquez, pasamos de un mundo dominado por la metáfora del reloj a uno determinado por la figura de las nubes, lo que explica la ventaja del satélite. Y como la continuidad es la vía más rápida hacia la desaparición, el camino más expedito hacia el fracaso, hay que reinventarse y adaptarse para sobrevivir a las grandes crisis.

Columnista
9 diciembre, 2020

El sesgo de la noticia

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Miguel Aroca Yepez

“Toda distorsión deliberada de la verdad que el público merezca conocer, constituye una inmoralidad”: David Blasquez. Los periodistas no debemos caer en expresiones populistas de coyuntura electorera como el “castrochavismo”, a la luz de un proceso de mamertización, para crear un estado de miedo. En hora buena surgen las redes sociales para democratizar la noticia, […]



“Toda distorsión deliberada de la verdad que el público merezca conocer, constituye una inmoralidad”: David Blasquez. Los periodistas no debemos caer en expresiones populistas de coyuntura electorera como el “castrochavismo”, a la luz de un proceso de mamertización, para crear un estado de miedo.

En hora buena surgen las redes sociales para democratizar la noticia, que debe ser un derecho y no un privilegio, como ocurría con los medios tradicionales, obviamente, no todos, pero sí muchos, y claro, toda regla tiene su excepción, pero no toda excepción hace regla.

Con la vigencia de la era digital para nadie es un secreto que el 80 % de la información, en promedio, llega a través de las redes sociales, que no solo han hecho retroceder a los medios tradicionales sino estremecer los cimientos de la cultura misma.

¿Hoy por hoy, quién no tiene acceso a las redes sociales? Es la pregunta de actualidad: la respuesta es simple. El grueso de la población por Facebook, Twitter, Instagram, etc., de inmediato se informa de lo que acontece en el mundo, sin agotar protocolos y sin esperar 4 horas a que termine un noticiero de televisión para informarse.

Parafraseando al premio Simón Bolívar, Rodolfo Quintero Romero, lo nuevo, guste o no, siempre emerge con su impertinencia renovadora, sumado el encanto de los dispositivos electrónicos que te permiten imagen, audio y texto para captar la noticia, lo que convierten el mundo en un pañuelo. Esto se llama revolución tecnológica, lo que pone en aprietos también a los impresos y a la radio.

La crisis de medios tradiciones como El Tiempo, El Espectador y Semana, o el caso de RCN y Caracol, es inocultable, en razón a que pierden el encanto de la objetividad por los intereses que maneja la propiedad en manos de conglomerados económicos, realidad que ha derivado en el despido masivo de comunicadores que deben competir, además, con robot periodistas con cabeza para pensar y manos para escribir, que ya utilizan en sus salas de redacción diarios como Le Monde de Francia,  que transforman datos en textos.

Si miramos hacia los países nórdicos, encontramos que  Noruega ya le dijo adiós a la frecuencia radial AM y va de paso hasta la misma Fm, luego se colige que la tendencia es ver dinosaurios en vía de extinción, pues tal y como sentenciara el nobel Gabriel García Márquez, pasamos de un mundo dominado por la metáfora del reloj a uno determinado por la figura de las nubes, lo que explica la ventaja del satélite. Y como la continuidad es la vía más rápida hacia la desaparición, el camino más expedito hacia el fracaso, hay que reinventarse y adaptarse para sobrevivir a las grandes crisis.