Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 10 septiembre, 2020

Palabra de gallero, el respeto a lo acordado

El domingo pasado, el mundo presenció asombrado la descalificación del tenista número uno del mundo Novak Djokovic. Una imprudencia sin intención de agredir a nadie hizo que la pelota golpeara a un juez. Varios minutos duró el jugador disculpándose. Otro tanto duraron los jueces explicando las razones de la decisión. Era evidente que descalificar al […]

Boton Wpp

El domingo pasado, el mundo presenció asombrado la descalificación del tenista número uno del mundo Novak Djokovic. Una imprudencia sin intención de agredir a nadie hizo que la pelota golpeara a un juez. Varios minutos duró el jugador disculpándose. Otro tanto duraron los jueces explicando las razones de la decisión.

Era evidente que descalificar al invicto campeón de la temporada era una decisión difícil de tomar, pero el reglamento lo dice claramente: “Los jugadores no deben golpear, patear o lanzar violenta, peligrosamente o con ira una pelota de tenis mientras esté en los terrenos del torneo, excepto en la búsqueda razonable de un punto durante el partido.” Por tanto aunque haya sido sin ninguna intencionalidad había que sancionarlo.

Este tipo de acción involuntaria figura como infracción en el código de conducta de los cuatro majors, como se conocen los principales torneos del tenis mundial. Para evitar agresiones de cualquier índole, el Grand Slams Rulebook de la ATP; es decir, el reglamento de la asociación de Tenis, así como la reglamentación de Federación Internacional de Tenis prevé lo que se puede hacer o no en la cancha. Involuntario o no, estaba contemplado, con sus consecuencias y había que aplicarlo. 

Aunque para muchos esta aplicación fuese excesiva, al estar contemplado específicamente en el reglamento tenía que cumplirse y por ello finalmente pese al dolor, Djokovic, número uno del mundo no tuvo otra alternativa que recoger sus implementos y abandonar la cancha; y con ello el invicto impecable que llevaba hasta ese momento.

En nuestra tierra la mejor versión del respeto a la palabra empeñada la constituye ese compromiso rápido que se da entre dos personas justo en el momento en que se inicia la riña entre los gallos. Ese acuerdo debe respetarse aún si no se comparten algunas circunstancias o los resultados de la riña. Inclusive bajo sentimientos contradictorios la palabra del gallero se honra todo el tiempo, de allí que quien no esté dispuesto a cumplir tales pactos no tiene nada que hacer en una gallera.

Es el momento de que recuperemos ese respeto por las normas establecidas aún si en algún momento consideramos que su aplicación taxativa termine siendo injusta, como en el caso de Djokovic. Nuestra constitución, el código de tránsito, los reglamentos escolares, la fidelidad en una relación; en fin los múltiples acuerdos sociales o comunitarios (como aquel otro que nos pide respetar el descanso de los vecinos) deben ser honrados.

En el momento en que las leyes y los acuerdos cambian su versión, para adaptarse a las nuevas circunstancias, se inicia el desorden y la desigualdad que conlleva al resentimiento, y si hay un país donde el resentimiento ha pagado unos costos demasiado onerosos, ese es el nuestro. De allí que debemos hacer el pacto de respetar todos esos acuerdos de la misma forma en que lo hacen los galleros.

Indudablemente la carta de Mancuso es un buen comienzo, ese respeto a la palabra comprometida antes de su extradición es una gran muestra de la cual muchos podríamos aprender.

Columnista
10 septiembre, 2020

Palabra de gallero, el respeto a lo acordado

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Cenaida Alvis Barranco

El domingo pasado, el mundo presenció asombrado la descalificación del tenista número uno del mundo Novak Djokovic. Una imprudencia sin intención de agredir a nadie hizo que la pelota golpeara a un juez. Varios minutos duró el jugador disculpándose. Otro tanto duraron los jueces explicando las razones de la decisión. Era evidente que descalificar al […]


El domingo pasado, el mundo presenció asombrado la descalificación del tenista número uno del mundo Novak Djokovic. Una imprudencia sin intención de agredir a nadie hizo que la pelota golpeara a un juez. Varios minutos duró el jugador disculpándose. Otro tanto duraron los jueces explicando las razones de la decisión.

Era evidente que descalificar al invicto campeón de la temporada era una decisión difícil de tomar, pero el reglamento lo dice claramente: “Los jugadores no deben golpear, patear o lanzar violenta, peligrosamente o con ira una pelota de tenis mientras esté en los terrenos del torneo, excepto en la búsqueda razonable de un punto durante el partido.” Por tanto aunque haya sido sin ninguna intencionalidad había que sancionarlo.

Este tipo de acción involuntaria figura como infracción en el código de conducta de los cuatro majors, como se conocen los principales torneos del tenis mundial. Para evitar agresiones de cualquier índole, el Grand Slams Rulebook de la ATP; es decir, el reglamento de la asociación de Tenis, así como la reglamentación de Federación Internacional de Tenis prevé lo que se puede hacer o no en la cancha. Involuntario o no, estaba contemplado, con sus consecuencias y había que aplicarlo. 

Aunque para muchos esta aplicación fuese excesiva, al estar contemplado específicamente en el reglamento tenía que cumplirse y por ello finalmente pese al dolor, Djokovic, número uno del mundo no tuvo otra alternativa que recoger sus implementos y abandonar la cancha; y con ello el invicto impecable que llevaba hasta ese momento.

En nuestra tierra la mejor versión del respeto a la palabra empeñada la constituye ese compromiso rápido que se da entre dos personas justo en el momento en que se inicia la riña entre los gallos. Ese acuerdo debe respetarse aún si no se comparten algunas circunstancias o los resultados de la riña. Inclusive bajo sentimientos contradictorios la palabra del gallero se honra todo el tiempo, de allí que quien no esté dispuesto a cumplir tales pactos no tiene nada que hacer en una gallera.

Es el momento de que recuperemos ese respeto por las normas establecidas aún si en algún momento consideramos que su aplicación taxativa termine siendo injusta, como en el caso de Djokovic. Nuestra constitución, el código de tránsito, los reglamentos escolares, la fidelidad en una relación; en fin los múltiples acuerdos sociales o comunitarios (como aquel otro que nos pide respetar el descanso de los vecinos) deben ser honrados.

En el momento en que las leyes y los acuerdos cambian su versión, para adaptarse a las nuevas circunstancias, se inicia el desorden y la desigualdad que conlleva al resentimiento, y si hay un país donde el resentimiento ha pagado unos costos demasiado onerosos, ese es el nuestro. De allí que debemos hacer el pacto de respetar todos esos acuerdos de la misma forma en que lo hacen los galleros.

Indudablemente la carta de Mancuso es un buen comienzo, ese respeto a la palabra comprometida antes de su extradición es una gran muestra de la cual muchos podríamos aprender.