En Colombia, cada día que transcurre vemos y escuchamos con mayor preocupación el incremento desbordado del número de pacientes contagiados y muertos por el ya tristemente famoso covid-19 y aunque no queramos hablar de él e intentemos eludirlo de la misma forma como quisiéramos evadir la mala suerte y hasta la muerte, nos va conduciendo […]
En Colombia, cada día que transcurre vemos y escuchamos con mayor preocupación el incremento desbordado del número de pacientes contagiados y muertos por el ya tristemente famoso covid-19 y aunque no queramos hablar de él e intentemos eludirlo de la misma forma como quisiéramos evadir la mala suerte y hasta la muerte, nos va conduciendo sigilosamente y de manera persistente por el camino de la desesperación y la angustia prolongada en el tiempo, ahora con la saturación de las unidades de cuidados intensivos rondando la línea del colapso.
Y es que este no es un tema menor, se trata nada más y nada menos que de la última esperanza que tienen los enfermos para seguir luchando por sobrevivir y de la última herramienta con que cuentan los médicos para intentar alargarles la vida y aliviarles el sufrimiento. Herramienta esta que se limita y se reduce de manera vertiginosa con un alto porcentaje de ocupación de estas unidades que en algunos hospitales sobrepasa el noventa por ciento y en otros ya llegó al tope máximo por lo cual han empezado a transportar pacientes a otros lugares del país en donde la ocupación es menor pero que irremediablemente se irán llenando con el paso de los días de acuerdo a la frecuencia de estas remisiones si no tomamos conciencia de la gravedad de la situación.
En el horizonte cercano aflora con mirada terrorífica y escalofriante, medidas tomadas en épocas de la segunda guerra mundial e inclusive en otros países con la actual pandemia que de manera soterrada y selectiva, en donde el número de pacientes graves rebasaba la capacidad operativa de los médicos y centros de salud para atender a dichos pacientes, les tocaba entrar a escoger quién vivía y quién moría de acuerdo a la edad, esperanza de vida y seguramente influencias políticas y hasta económicas. Suponer siquiera que un médico deba entrar a definir quién es más útil o más importante que otro para poder vivir, es una idea descabellada, pero en Colombia ya se empieza a hablar del tema de manera discreta y con algo de temor, pues esa facultad solo está reservada al omnipotente. Dios quiera que nuestros galenos no tengan que verse abocados a esta situación contraria a lo concebido en el juramento hipocrático que le ordena al médico: “Hacer de la salud y de la vida de vuestros enfermos la primera de vuestras preocupaciones”. Y: “Tener absoluto respeto por la vida humana desde el instante de la concepción”. En este orden de ideas encontramos un panorama totalmente complejo para la ciencia médica en su conjunto con un virus de comportamiento incierto y con una comunidad incrédula que sigue pensando que esto es mentira, que es un negocio y que sigue parrandeando y aglomerándose irresponsablemente sin ninguna medida de protección. Y mientras los hospitales se llenan de pacientes y la esperanza de vida se esfuma lentamente, el Invima le sigue dando vueltas a los ventiladores hechos en Medellín, los cuales vendrían a ser una panacea en esta coyuntura.
El fin de la existencia humana es el destino que nadie ha querido, pero a ella convergen por igual el pobre y el rico, el feo y el bonito, el blanco y el negro, porque al final de nuestro peregrinar por el mundo, la corriente de la vida nos arrastrará juntos de manera inexorable hacia un mismo destino: la muerte. Pero aun a sabiendas los seres humanos nos aferramos a la vida con fuerza y fortaleza para prolongar su estadía, y sin embargo en esta temporada en donde la muerte anda de caza y cuando se supone que deberíamos cuidarnos con mayor apego y decisión, es cuando vemos cantidades de personas en las calles desafiando el destino. Es nuestra obligación seguir insistiendo, persistiendo y no desfallecer hasta que nuestros congéneres entiendan que el autocuidado y el distanciamiento social es la clave para vencer esta terrible enfermedad que nos mantiene confinados y condenados a un futuro incierto. Entender que tú eres el único dueño de tu vida y por lo tanto nadie mejor que tú para cuidarte.
Hacer de la salud y de la vida de vuestros enfermos la primera de vuestras preocupaciones.
Tener absoluto respeto por la vida humana desde el instante de la concepción.
En Colombia, cada día que transcurre vemos y escuchamos con mayor preocupación el incremento desbordado del número de pacientes contagiados y muertos por el ya tristemente famoso covid-19 y aunque no queramos hablar de él e intentemos eludirlo de la misma forma como quisiéramos evadir la mala suerte y hasta la muerte, nos va conduciendo […]
En Colombia, cada día que transcurre vemos y escuchamos con mayor preocupación el incremento desbordado del número de pacientes contagiados y muertos por el ya tristemente famoso covid-19 y aunque no queramos hablar de él e intentemos eludirlo de la misma forma como quisiéramos evadir la mala suerte y hasta la muerte, nos va conduciendo sigilosamente y de manera persistente por el camino de la desesperación y la angustia prolongada en el tiempo, ahora con la saturación de las unidades de cuidados intensivos rondando la línea del colapso.
Y es que este no es un tema menor, se trata nada más y nada menos que de la última esperanza que tienen los enfermos para seguir luchando por sobrevivir y de la última herramienta con que cuentan los médicos para intentar alargarles la vida y aliviarles el sufrimiento. Herramienta esta que se limita y se reduce de manera vertiginosa con un alto porcentaje de ocupación de estas unidades que en algunos hospitales sobrepasa el noventa por ciento y en otros ya llegó al tope máximo por lo cual han empezado a transportar pacientes a otros lugares del país en donde la ocupación es menor pero que irremediablemente se irán llenando con el paso de los días de acuerdo a la frecuencia de estas remisiones si no tomamos conciencia de la gravedad de la situación.
En el horizonte cercano aflora con mirada terrorífica y escalofriante, medidas tomadas en épocas de la segunda guerra mundial e inclusive en otros países con la actual pandemia que de manera soterrada y selectiva, en donde el número de pacientes graves rebasaba la capacidad operativa de los médicos y centros de salud para atender a dichos pacientes, les tocaba entrar a escoger quién vivía y quién moría de acuerdo a la edad, esperanza de vida y seguramente influencias políticas y hasta económicas. Suponer siquiera que un médico deba entrar a definir quién es más útil o más importante que otro para poder vivir, es una idea descabellada, pero en Colombia ya se empieza a hablar del tema de manera discreta y con algo de temor, pues esa facultad solo está reservada al omnipotente. Dios quiera que nuestros galenos no tengan que verse abocados a esta situación contraria a lo concebido en el juramento hipocrático que le ordena al médico: “Hacer de la salud y de la vida de vuestros enfermos la primera de vuestras preocupaciones”. Y: “Tener absoluto respeto por la vida humana desde el instante de la concepción”. En este orden de ideas encontramos un panorama totalmente complejo para la ciencia médica en su conjunto con un virus de comportamiento incierto y con una comunidad incrédula que sigue pensando que esto es mentira, que es un negocio y que sigue parrandeando y aglomerándose irresponsablemente sin ninguna medida de protección. Y mientras los hospitales se llenan de pacientes y la esperanza de vida se esfuma lentamente, el Invima le sigue dando vueltas a los ventiladores hechos en Medellín, los cuales vendrían a ser una panacea en esta coyuntura.
El fin de la existencia humana es el destino que nadie ha querido, pero a ella convergen por igual el pobre y el rico, el feo y el bonito, el blanco y el negro, porque al final de nuestro peregrinar por el mundo, la corriente de la vida nos arrastrará juntos de manera inexorable hacia un mismo destino: la muerte. Pero aun a sabiendas los seres humanos nos aferramos a la vida con fuerza y fortaleza para prolongar su estadía, y sin embargo en esta temporada en donde la muerte anda de caza y cuando se supone que deberíamos cuidarnos con mayor apego y decisión, es cuando vemos cantidades de personas en las calles desafiando el destino. Es nuestra obligación seguir insistiendo, persistiendo y no desfallecer hasta que nuestros congéneres entiendan que el autocuidado y el distanciamiento social es la clave para vencer esta terrible enfermedad que nos mantiene confinados y condenados a un futuro incierto. Entender que tú eres el único dueño de tu vida y por lo tanto nadie mejor que tú para cuidarte.
Hacer de la salud y de la vida de vuestros enfermos la primera de vuestras preocupaciones.
Tener absoluto respeto por la vida humana desde el instante de la concepción.