Después del apogeo del pensamiento filosófico y teológico del alto medioevo, advienen en la humanidad del hemisferio occidental, muchos otros distintos de aquél, que han conformado su historia durante los últimos siglos. Estos otros pensares se inician con el encuentro de un mundo nuevo –Las Américas –, por parte de unos osados marinos europeos, comandados […]
Después del apogeo del pensamiento filosófico y teológico del alto medioevo, advienen en la humanidad del hemisferio occidental, muchos otros distintos de aquél, que han conformado su historia durante los últimos siglos.
Estos otros pensares se inician con el encuentro de un mundo nuevo –Las Américas –, por parte de unos osados marinos europeos, comandados por el genovés Cristóbal Colón, hacia finales del siglo XV. A comienzos del XVI, se exacerbaron los ánimos con los movimientos religiosos, primero el de la Reforma Protestante, dirigida por el alemán Martin Lutero, respondida después por la llamada Contrarreforma Católica, condensada en el Concilio Ecuménico, reunido en la ciudad italiana de Trento. En el siglo XVII, con el filósofo francés René Descartes, principia un pensamiento eminentemente racionalista, abriendo paso a la edad denominada moderna, con su frase histórica: pienso, luego existo. Dicen algunos entendidos que ella es el desarrollo de la de San Agustín: si creo, es porque existo. En el siglo XVII también tiene lugar un acontecimiento que marca un hecho importante dentro de la edad moderna, es la guerra de los treinta años – causada inicialmente por conflictos religiosos, tornada en una cuestión política — entre los países eurocentrales, especialmente en los que conformaban el Sacro Imperio Romano Germánico, que culmina con los tratados de paz firmados en la provincia alemana de Westfalia.
Dentro de este período, es imprescindible poner de presente la relevancia de los movimientos filosóficos, sociales y políticos, de los pensadores de la Ilustración Francesa, que posteriormente influyeron las guerras de independencia de América del Norte, la Revolución Francesa y las colonias iberoamericanas. El manifiesto comunista de Marx y Engels del año 1848.
En el siglo XX, la revolución rusa de los bolcheviques y las dos guerras mundiales. En cuanto hace a la actividad literaria, dentro del siglo XIX, elijo referirme a la que tiene que ver con un estado especial del alma, profundamente adolorida, cuyo escenario y protagonista es el sufrido milenario pueblo ruso.
Muchos son los autores, pero aquí esa literatura la represento en el escritor Antón Chejov, quien en un cuento suyo, La Sala Número Seis, pone en boca de un loco que sufre manía de persecución, un canto de esperanza para el futuro ruso: “En la tierra nacerá un día mejor en el cual la verdad saldrá victoriosa, y los pobres, los humildes, los perseguidos, los desgraciados alcanzarán la felicidad que se merecen y que ahora no poseen. Quizás entonces yo no estaré allí, pero poco importa. Me complazco en pensar que las generaciones futuras serán felices, y yo les doy la bienvenida de corazón: ¡Adelante, amigos míos¡ ¡Qué Dios os proteja, amigos desconocidos del lejano futuro!
Sin embargo, ni Chejov, que vivió en las decadencias del zarismo, ni ninguno del postzarismo, viejo o nuevo, ha llegado a ver la victoria de aquella anhelada felicidad.
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Después del apogeo del pensamiento filosófico y teológico del alto medioevo, advienen en la humanidad del hemisferio occidental, muchos otros distintos de aquél, que han conformado su historia durante los últimos siglos. Estos otros pensares se inician con el encuentro de un mundo nuevo –Las Américas –, por parte de unos osados marinos europeos, comandados […]
Después del apogeo del pensamiento filosófico y teológico del alto medioevo, advienen en la humanidad del hemisferio occidental, muchos otros distintos de aquél, que han conformado su historia durante los últimos siglos.
Estos otros pensares se inician con el encuentro de un mundo nuevo –Las Américas –, por parte de unos osados marinos europeos, comandados por el genovés Cristóbal Colón, hacia finales del siglo XV. A comienzos del XVI, se exacerbaron los ánimos con los movimientos religiosos, primero el de la Reforma Protestante, dirigida por el alemán Martin Lutero, respondida después por la llamada Contrarreforma Católica, condensada en el Concilio Ecuménico, reunido en la ciudad italiana de Trento. En el siglo XVII, con el filósofo francés René Descartes, principia un pensamiento eminentemente racionalista, abriendo paso a la edad denominada moderna, con su frase histórica: pienso, luego existo. Dicen algunos entendidos que ella es el desarrollo de la de San Agustín: si creo, es porque existo. En el siglo XVII también tiene lugar un acontecimiento que marca un hecho importante dentro de la edad moderna, es la guerra de los treinta años – causada inicialmente por conflictos religiosos, tornada en una cuestión política — entre los países eurocentrales, especialmente en los que conformaban el Sacro Imperio Romano Germánico, que culmina con los tratados de paz firmados en la provincia alemana de Westfalia.
Dentro de este período, es imprescindible poner de presente la relevancia de los movimientos filosóficos, sociales y políticos, de los pensadores de la Ilustración Francesa, que posteriormente influyeron las guerras de independencia de América del Norte, la Revolución Francesa y las colonias iberoamericanas. El manifiesto comunista de Marx y Engels del año 1848.
En el siglo XX, la revolución rusa de los bolcheviques y las dos guerras mundiales. En cuanto hace a la actividad literaria, dentro del siglo XIX, elijo referirme a la que tiene que ver con un estado especial del alma, profundamente adolorida, cuyo escenario y protagonista es el sufrido milenario pueblo ruso.
Muchos son los autores, pero aquí esa literatura la represento en el escritor Antón Chejov, quien en un cuento suyo, La Sala Número Seis, pone en boca de un loco que sufre manía de persecución, un canto de esperanza para el futuro ruso: “En la tierra nacerá un día mejor en el cual la verdad saldrá victoriosa, y los pobres, los humildes, los perseguidos, los desgraciados alcanzarán la felicidad que se merecen y que ahora no poseen. Quizás entonces yo no estaré allí, pero poco importa. Me complazco en pensar que las generaciones futuras serán felices, y yo les doy la bienvenida de corazón: ¡Adelante, amigos míos¡ ¡Qué Dios os proteja, amigos desconocidos del lejano futuro!
Sin embargo, ni Chejov, que vivió en las decadencias del zarismo, ni ninguno del postzarismo, viejo o nuevo, ha llegado a ver la victoria de aquella anhelada felicidad.
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