Durante decenios pareció que existía una perspectiva clara. El progreso podría ser más o menos rápido en uno y otro país o variar de acuerdo con los años, pero era un destino cierto. Evidentemente había dificultades: Guerras, transitorias recesiones, huelgas, crisis políticas; no obstantes, el mundo marchaba con paso firme por la senda del progreso. […]
Durante decenios pareció que existía una perspectiva clara. El progreso podría ser más o menos rápido en uno y otro país o variar de acuerdo con los años, pero era un destino cierto. Evidentemente había dificultades: Guerras, transitorias recesiones, huelgas, crisis políticas; no obstantes, el mundo marchaba con paso firme por la senda del progreso.
No importaba que los avances estuvieran muy desigualmente distribuidos entre y dentro de los países. Con el tiempo los sectores marginados serían integrados y los países pobres lograrían el desarrollo.
La revolución científico – técnica con su inmenso desarrollo de las fuerzas productivas, constituyó una base sólida para la visión optimista y fe tecnológica.
El duro combate de la izquierda política, mostrando las irracionalidades de la organización capitalista, no logró conmover la opinión suficientemente como para provocar los necesarios cambios radicales que le dieron otra fisonomía al mundo. Pero la economía occidental comenzó hacer víctima de una situación nueva. La ocurrencia simultánea de altas tasas de desempleo y de inflación, desafiaron la sapiencia de la teoría económica.
La confianza empezó a resquebrajarse. Y la crisis del petróleo y otros recursos, y algunas impresionantes tragedias ocasionadas por la contaminación, propiciaron un clima receptivo para la advertencia que ya venían siendo formuladas por los ecólogos.
Pronto se consolidó un movimiento ecológico de alcances mundiales, que ha denunciado los grandes peligros ocasionados por un crecimiento económico que se basa en un consumo de despilfarro de las clases y países rico y que desprecia los costos ecológicos. Como consecuencia de este activismo se ha logrado alertar a la población, lo cual a su vez ha obligado algunas decisiones gubernamentales para la protección ambiental; hasta sectores del empresariado capitalista se han sentido preocupados por la situación.
Los progresos de la conciencia ecológica son notables y es mucho lo que puede hacerse todavía aún dentro de los moldes del tipo de organización social prevalente en occidente y en la zonas del globo sometidas a su influencia. Claro está que la lucha ecológica plantea inevitablemente conflictos de intereses. Los controles ambientales y la protección de los recursos limitan la libertad de empresa y provocan la resistencia de sectores económicos que obtienen ganancias en actividades ecológicamente lesivas. Continuaremos.
*Especializado en gestión ambiental
Durante decenios pareció que existía una perspectiva clara. El progreso podría ser más o menos rápido en uno y otro país o variar de acuerdo con los años, pero era un destino cierto. Evidentemente había dificultades: Guerras, transitorias recesiones, huelgas, crisis políticas; no obstantes, el mundo marchaba con paso firme por la senda del progreso. […]
Durante decenios pareció que existía una perspectiva clara. El progreso podría ser más o menos rápido en uno y otro país o variar de acuerdo con los años, pero era un destino cierto. Evidentemente había dificultades: Guerras, transitorias recesiones, huelgas, crisis políticas; no obstantes, el mundo marchaba con paso firme por la senda del progreso.
No importaba que los avances estuvieran muy desigualmente distribuidos entre y dentro de los países. Con el tiempo los sectores marginados serían integrados y los países pobres lograrían el desarrollo.
La revolución científico – técnica con su inmenso desarrollo de las fuerzas productivas, constituyó una base sólida para la visión optimista y fe tecnológica.
El duro combate de la izquierda política, mostrando las irracionalidades de la organización capitalista, no logró conmover la opinión suficientemente como para provocar los necesarios cambios radicales que le dieron otra fisonomía al mundo. Pero la economía occidental comenzó hacer víctima de una situación nueva. La ocurrencia simultánea de altas tasas de desempleo y de inflación, desafiaron la sapiencia de la teoría económica.
La confianza empezó a resquebrajarse. Y la crisis del petróleo y otros recursos, y algunas impresionantes tragedias ocasionadas por la contaminación, propiciaron un clima receptivo para la advertencia que ya venían siendo formuladas por los ecólogos.
Pronto se consolidó un movimiento ecológico de alcances mundiales, que ha denunciado los grandes peligros ocasionados por un crecimiento económico que se basa en un consumo de despilfarro de las clases y países rico y que desprecia los costos ecológicos. Como consecuencia de este activismo se ha logrado alertar a la población, lo cual a su vez ha obligado algunas decisiones gubernamentales para la protección ambiental; hasta sectores del empresariado capitalista se han sentido preocupados por la situación.
Los progresos de la conciencia ecológica son notables y es mucho lo que puede hacerse todavía aún dentro de los moldes del tipo de organización social prevalente en occidente y en la zonas del globo sometidas a su influencia. Claro está que la lucha ecológica plantea inevitablemente conflictos de intereses. Los controles ambientales y la protección de los recursos limitan la libertad de empresa y provocan la resistencia de sectores económicos que obtienen ganancias en actividades ecológicamente lesivas. Continuaremos.
*Especializado en gestión ambiental