Asesor en Comunicaciones y docente universitario. Volver a la universidad donde se ha estudiado y conocido el mundo intelectual es una de las cosas más afortunadas de la vida. Recordar es vivir, dice el adagio. Me sucedió hace pocas semanas, cuando volví a la Universidad Externado de Colombia, en Bogotá, donde a principios de la […]
Asesor en Comunicaciones y docente universitario.
Volver a la universidad donde se ha estudiado y conocido el mundo intelectual es una de las cosas más afortunadas de la vida. Recordar es vivir, dice el adagio. Me sucedió hace pocas semanas, cuando volví a la Universidad Externado de Colombia, en Bogotá, donde a principios de la década de los ochenta estudié Periodismo.
Obvio, muchas cosas han cambiado. Cambió el mundo, cambió el país; la misma universidad ahora es más grande y más bonita, desde sus edificios y jardines se divisa toda Bogotá. Fue el sitio y el ambiente donde estudiamos periodismo, con total libertad y con una gran esperanza en el futuro de Colombia.
En ese entonces, principios de 1983, Gabriel García Márquez acabada de recibir el Premio Nobel de Literatura y le mostró al mundo que Macondo no solo era un mundo en su fecunda imaginación, sino un espacio geográfico del cual hacía parte Colombia. El país se ilusionaba con el tema del proceso de paz del Presidente Conservador, pero progresista, Belisario Betancur, iniciativa que terminó con la violenta muerte de miles de integrantes de la Unión Patriótica, y en el caso del M-19 con la toma del Palacio de Justicia, escenario donde este grupo guerrillero quijotesco y exagerado pretendía hacerle un juicio al Jefe del Estado. Todos conocemos en que terminó esta locura, donde el Externado puso una alta cuota de sacrificio.
En el mundo todavía se sentía el ambiente de guerra fría, EEUU era gobernado por Ronald Reagan, actor de origen conservador, que devolvió la confianza a los norteamericanos. Y en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), gobernaba Mikhail Gorvachev, un político liberal que reconoció el fracaso del modelo comunista. Estos dos señores dieron fin a esa guerra fría.
El periodismo era muy distinto al actual. No existían canales privados de televisión, solo había dos canales públicos y apenas se iniciaba la televisión en color. La radio era dominada por dos grandes periodistas: Yamit Amat, en Caracol, y Juan Gossaín, en RCN, quienes despertaban a los colombianos con las noticias y la opinión para entender que estaba pasando en el país y en el mundo.
El diario El Tiempo no solo era el más leído y el de mayor influencia, sino que su director tenía el poder de cambiar a ministros y otros altos funcionarios. El ombligo del país era Bogotá, hoy Colombia es muy distinta y es un país de regiones. El Espectador era nuestro diario modelo, irreverente y muy liberal, cuyo director, Guillermo Cano Isaza, sigue siendo el referente de un valiente director, maestro de periodistas y paradigma moral de un país que, luego del narcotráfico y toda su estela de violencia, no volvió a ser el mismo.
Entonces, no existían los computadores portátiles, los computadores eran unos aparatos grandes, que las empresas cuidaban mucho. Obviamente, tampoco existían los celulares, ni esos demonios llamados redes sociales que han cambiado para mal las comunicaciones entre la gente.
La vida nos brinda oportunidades que quizás no habíamos previsto. Cuando llegué al Externado nos recibió el maestro Fernando Hinestrosa que no solo era un gran abogado civilista, sino un sabio maestro de la vida. Nos habló del lenguaje y de la importancia del mismo en la comunicación. Sus argumentos de entonces, treinta años después, tienen igual vigencia. Hoy, tengo la oportunidad de darles la bienvenida a los futuros periodistas y comunicadores, y –créanme-, no sé qué decirles?, aparte de que disfruten su universidad, sáquenle mucho provecho y vivan su juventud a sus anchas… porque esta vida es muy corta.
Asesor en Comunicaciones y docente universitario. Volver a la universidad donde se ha estudiado y conocido el mundo intelectual es una de las cosas más afortunadas de la vida. Recordar es vivir, dice el adagio. Me sucedió hace pocas semanas, cuando volví a la Universidad Externado de Colombia, en Bogotá, donde a principios de la […]
Asesor en Comunicaciones y docente universitario.
Volver a la universidad donde se ha estudiado y conocido el mundo intelectual es una de las cosas más afortunadas de la vida. Recordar es vivir, dice el adagio. Me sucedió hace pocas semanas, cuando volví a la Universidad Externado de Colombia, en Bogotá, donde a principios de la década de los ochenta estudié Periodismo.
Obvio, muchas cosas han cambiado. Cambió el mundo, cambió el país; la misma universidad ahora es más grande y más bonita, desde sus edificios y jardines se divisa toda Bogotá. Fue el sitio y el ambiente donde estudiamos periodismo, con total libertad y con una gran esperanza en el futuro de Colombia.
En ese entonces, principios de 1983, Gabriel García Márquez acabada de recibir el Premio Nobel de Literatura y le mostró al mundo que Macondo no solo era un mundo en su fecunda imaginación, sino un espacio geográfico del cual hacía parte Colombia. El país se ilusionaba con el tema del proceso de paz del Presidente Conservador, pero progresista, Belisario Betancur, iniciativa que terminó con la violenta muerte de miles de integrantes de la Unión Patriótica, y en el caso del M-19 con la toma del Palacio de Justicia, escenario donde este grupo guerrillero quijotesco y exagerado pretendía hacerle un juicio al Jefe del Estado. Todos conocemos en que terminó esta locura, donde el Externado puso una alta cuota de sacrificio.
En el mundo todavía se sentía el ambiente de guerra fría, EEUU era gobernado por Ronald Reagan, actor de origen conservador, que devolvió la confianza a los norteamericanos. Y en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), gobernaba Mikhail Gorvachev, un político liberal que reconoció el fracaso del modelo comunista. Estos dos señores dieron fin a esa guerra fría.
El periodismo era muy distinto al actual. No existían canales privados de televisión, solo había dos canales públicos y apenas se iniciaba la televisión en color. La radio era dominada por dos grandes periodistas: Yamit Amat, en Caracol, y Juan Gossaín, en RCN, quienes despertaban a los colombianos con las noticias y la opinión para entender que estaba pasando en el país y en el mundo.
El diario El Tiempo no solo era el más leído y el de mayor influencia, sino que su director tenía el poder de cambiar a ministros y otros altos funcionarios. El ombligo del país era Bogotá, hoy Colombia es muy distinta y es un país de regiones. El Espectador era nuestro diario modelo, irreverente y muy liberal, cuyo director, Guillermo Cano Isaza, sigue siendo el referente de un valiente director, maestro de periodistas y paradigma moral de un país que, luego del narcotráfico y toda su estela de violencia, no volvió a ser el mismo.
Entonces, no existían los computadores portátiles, los computadores eran unos aparatos grandes, que las empresas cuidaban mucho. Obviamente, tampoco existían los celulares, ni esos demonios llamados redes sociales que han cambiado para mal las comunicaciones entre la gente.
La vida nos brinda oportunidades que quizás no habíamos previsto. Cuando llegué al Externado nos recibió el maestro Fernando Hinestrosa que no solo era un gran abogado civilista, sino un sabio maestro de la vida. Nos habló del lenguaje y de la importancia del mismo en la comunicación. Sus argumentos de entonces, treinta años después, tienen igual vigencia. Hoy, tengo la oportunidad de darles la bienvenida a los futuros periodistas y comunicadores, y –créanme-, no sé qué decirles?, aparte de que disfruten su universidad, sáquenle mucho provecho y vivan su juventud a sus anchas… porque esta vida es muy corta.