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Columnista - 7 julio, 2017

Sin título

En estos días un amigo me pidió el favor de que hablara con otro amigo para que lo recomendara ante un funcionario público y este último me contestó que realmente él era amigo del funcionario, pero que consideraba que sí lo recomendaba le hacía daño, porque no era amigo del gobierno. Así me está pasando […]

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En estos días un amigo me pidió el favor de que hablara con otro amigo para que lo recomendara ante un funcionario público y este último me contestó que realmente él era amigo del funcionario, pero que consideraba que sí lo recomendaba le hacía daño, porque no era amigo del gobierno. Así me está pasando con el gobierno municipal que creo que por no haber votado por el Alcalde actual perjudico a Valledupar con las recomendaciones que haga en esta columna y para prueba los huecos y árboles secos que proliferan en la ciudad y que en reiteradas oportunidades le he solicitado al señor Alcalde el arreglo de los primeros y el reemplazo de los segundos, ante la contestación negativa y por eso creo que perjudico al Valle, pues día a día los huecos crecen más y los árboles descuidados también se secan con mayor frecuencia, haciendo de la ciudad una orbe fea e intransitable.

A mediados de la década del 50 en el siglo pasado, el Valle era un pueblo, que lo único atractivo y grande que tenía era el Colegio Loperena, a donde llegaban muchachos de todas las regiones a estudiar, en su inmensa mayoría internos, los dormitorios estaban en el segundo piso y era una delicia ser lopereno, tal como es hoy; no tenía cancha de básquetbol y la de fútbol era el patio, el patiecito lleno de cadillos, pero ahí al medio día, a la hora de la siesta, jugábamos y sudábamos a torrente bajo el ardiente sol vallenato; tampoco teníamos cancha de fútbol y ocupamos el lote que quedaba al frente por espacio de dos años, cuando el señor Ángel Cabas (que era un ángel godo) sucumbió ante la sonrisa angelical de Monseñor Roys y Villalba y le donó el lote a la Iglesia, para construir las Tres Ave Marías y el rector del colegio, otro godo camandulero amante de la confesión y la comunión Jorge Pérez Álvarez, el mejor director que ha tenido el Loperena, nos llevó con la flamante Banda de Guerra a la colocación de la primera piedra. Nadie chistó ni reclamó y el Loperena se quedó sin cancha de fútbol y resolvimos buscar otra, subimos por la hoy carrera 11A hasta la calle 14 donde terminaba por ese lado el pueblo, caminamos unos 300 metros y encontramos unos arañagatales en un terreno donde no había una piedra y machete en mano, “buldoceamos” un bello lote y lo adecuamos para la cancha y a jugar fútbol se dijo. Me fui para Bogotá y años después que vine al Valle ya encontré en esos terrenos construidas varias casas entre las cuales se distinguía por lo grande y bonita la del señor Ricardo Obando, donde funcionó el Centro Médico Raúl Martínez Martínez.

Me acordé de estos hechos, porque la historia se repitió con nuestro famoso y legendario Puente Salguero que ante la indiferencia del Gobernador y Alcaldes de turno, llegaron, lo desarmaron y se lo llevaron dizque para el Tolima, cuando aquí en El Alto y Badillo lo pedían a gritos y su necesidad se ha visto en este riguroso invierno que los ha incomunicado en varias oportunidades.

Eso somos nosotros, una partía de… No uso la palabra adecuada, porque Ana María me la quita, que tenemos la sangre fría y sólo protestamos por tonterías o pendejadas de mínima trascendencia.

Alcalde, por última vez, el hueco de la 11 con 12 crece más y más, ¿no cree usted qué se debe reparar? Si no lo hacen el perjudicado no soy yo, es el Valle y su gente, que lo eligió para que lo embellezca.

José M. Aponte Martínez

 

 

 

 

 

 

Columnista
7 julio, 2017

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El Pilón

En estos días un amigo me pidió el favor de que hablara con otro amigo para que lo recomendara ante un funcionario público y este último me contestó que realmente él era amigo del funcionario, pero que consideraba que sí lo recomendaba le hacía daño, porque no era amigo del gobierno. Así me está pasando […]


En estos días un amigo me pidió el favor de que hablara con otro amigo para que lo recomendara ante un funcionario público y este último me contestó que realmente él era amigo del funcionario, pero que consideraba que sí lo recomendaba le hacía daño, porque no era amigo del gobierno. Así me está pasando con el gobierno municipal que creo que por no haber votado por el Alcalde actual perjudico a Valledupar con las recomendaciones que haga en esta columna y para prueba los huecos y árboles secos que proliferan en la ciudad y que en reiteradas oportunidades le he solicitado al señor Alcalde el arreglo de los primeros y el reemplazo de los segundos, ante la contestación negativa y por eso creo que perjudico al Valle, pues día a día los huecos crecen más y los árboles descuidados también se secan con mayor frecuencia, haciendo de la ciudad una orbe fea e intransitable.

A mediados de la década del 50 en el siglo pasado, el Valle era un pueblo, que lo único atractivo y grande que tenía era el Colegio Loperena, a donde llegaban muchachos de todas las regiones a estudiar, en su inmensa mayoría internos, los dormitorios estaban en el segundo piso y era una delicia ser lopereno, tal como es hoy; no tenía cancha de básquetbol y la de fútbol era el patio, el patiecito lleno de cadillos, pero ahí al medio día, a la hora de la siesta, jugábamos y sudábamos a torrente bajo el ardiente sol vallenato; tampoco teníamos cancha de fútbol y ocupamos el lote que quedaba al frente por espacio de dos años, cuando el señor Ángel Cabas (que era un ángel godo) sucumbió ante la sonrisa angelical de Monseñor Roys y Villalba y le donó el lote a la Iglesia, para construir las Tres Ave Marías y el rector del colegio, otro godo camandulero amante de la confesión y la comunión Jorge Pérez Álvarez, el mejor director que ha tenido el Loperena, nos llevó con la flamante Banda de Guerra a la colocación de la primera piedra. Nadie chistó ni reclamó y el Loperena se quedó sin cancha de fútbol y resolvimos buscar otra, subimos por la hoy carrera 11A hasta la calle 14 donde terminaba por ese lado el pueblo, caminamos unos 300 metros y encontramos unos arañagatales en un terreno donde no había una piedra y machete en mano, “buldoceamos” un bello lote y lo adecuamos para la cancha y a jugar fútbol se dijo. Me fui para Bogotá y años después que vine al Valle ya encontré en esos terrenos construidas varias casas entre las cuales se distinguía por lo grande y bonita la del señor Ricardo Obando, donde funcionó el Centro Médico Raúl Martínez Martínez.

Me acordé de estos hechos, porque la historia se repitió con nuestro famoso y legendario Puente Salguero que ante la indiferencia del Gobernador y Alcaldes de turno, llegaron, lo desarmaron y se lo llevaron dizque para el Tolima, cuando aquí en El Alto y Badillo lo pedían a gritos y su necesidad se ha visto en este riguroso invierno que los ha incomunicado en varias oportunidades.

Eso somos nosotros, una partía de… No uso la palabra adecuada, porque Ana María me la quita, que tenemos la sangre fría y sólo protestamos por tonterías o pendejadas de mínima trascendencia.

Alcalde, por última vez, el hueco de la 11 con 12 crece más y más, ¿no cree usted qué se debe reparar? Si no lo hacen el perjudicado no soy yo, es el Valle y su gente, que lo eligió para que lo embellezca.

José M. Aponte Martínez