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Columnista - 3 julio, 2016

La paz

El grupo de los seguidores del Nazareno se multiplicaba con rapidez y también crecía el número de sus simpatizantes aunque no lo siguieran literalmente. Lo que comenzó como el arrebato de un carpintero que parecía desquiciado, se convirtió con el pasar de los días en una luz de esperanza para quienes, sumidos en la monotonía, […]

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El grupo de los seguidores del Nazareno se multiplicaba con rapidez y también crecía el número de sus simpatizantes aunque no lo siguieran literalmente. Lo que comenzó como el arrebato de un carpintero que parecía desquiciado, se convirtió con el pasar de los días en una luz de esperanza para quienes, sumidos en la monotonía, aguardaban a un Mesías que se tardaba en llegar. Las palabras del carpintero de Nazaret, sus acciones, los milagros salidos de sus manos, su autoridad, eran sin duda inspiración para muchos.

La buena noticia descubierta por unos pocos debía ser compartida con muchos, así que setenta y dos personas fueron enviadas por el Maestro, con instrucciones precisas acerca de qué decir, cómo actuar e incluso cómo vestir.

Eran portadores de un tesoro que excede a todas las humanas riquezas y estaban llamados a comunicar a los demás su alegría: El Reino de los cielos está cerca. Dios ha visitado a su pueblo y nos ha traído su paz. “Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa.” Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros”, había dicho Jesús.

El corazón humano aspira a la paz como un bien superior porque fue moldeado por las manos del Autor de la paz. Si analizamos los primeros capítulos del libro del Génesis, notaremos que ni la guerra ni la confrontación son el estado original del ser humano, que fue creado en perfecta armonía con su semejante y con la naturaleza. La guerra, no sólo como concepto, sino como realidad se introduce en el mundo a consecuencia de la decisión humana de dar la espalda a su Creador. Sí, Dios creó al hombre como un ser de paz, pero lo dotó de la capacidad para convertirse en un ser de guerra. Es el misterio de la libertad del que tal vez hablaremos algún día.

Dicho esto, quisiera que volviéramos a la afirmación de Jesús: “Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa.” Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros”. Hay, pues, personas de paz y personas que han decidido ser otra cosa. Como podrá intuir el lector, éste está lejos de ser un estado definitivo, puesto que la libertad nos hace capaces de cambiar de rumbo en cualquier momento y en cualquiera de las direcciones; es más, es preciso admitir que todos y cada uno de nosotros somos al tiempo un poco de lo uno y un poco de lo otro.

Bueno. La paz llegará a los corazones de quienes hayan decidido ser personas de paz y no podrá habitar en quienes no lo sean. Esta es una realidad que no depende de la dejación de las armas o de la firma de tratados. La experiencia nos enseña que muchos desmovilizados siguen siendo agentes de guerra y que también lo son muchos otros que jamás han empuñado un fusil.

Post scriptum: “Que nadie se haga ilusiones de que la simple ausencia de guerra, aun siendo tan deseada, sea sinónimo de una paz verdadera. No hay verdadera paz sino viene acompañada de equidad , verdad, justicia, y solidaridad”. Juan Pablo II.

Columnista
3 julio, 2016

La paz

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Marlon Javier Domínguez

El grupo de los seguidores del Nazareno se multiplicaba con rapidez y también crecía el número de sus simpatizantes aunque no lo siguieran literalmente. Lo que comenzó como el arrebato de un carpintero que parecía desquiciado, se convirtió con el pasar de los días en una luz de esperanza para quienes, sumidos en la monotonía, […]


El grupo de los seguidores del Nazareno se multiplicaba con rapidez y también crecía el número de sus simpatizantes aunque no lo siguieran literalmente. Lo que comenzó como el arrebato de un carpintero que parecía desquiciado, se convirtió con el pasar de los días en una luz de esperanza para quienes, sumidos en la monotonía, aguardaban a un Mesías que se tardaba en llegar. Las palabras del carpintero de Nazaret, sus acciones, los milagros salidos de sus manos, su autoridad, eran sin duda inspiración para muchos.

La buena noticia descubierta por unos pocos debía ser compartida con muchos, así que setenta y dos personas fueron enviadas por el Maestro, con instrucciones precisas acerca de qué decir, cómo actuar e incluso cómo vestir.

Eran portadores de un tesoro que excede a todas las humanas riquezas y estaban llamados a comunicar a los demás su alegría: El Reino de los cielos está cerca. Dios ha visitado a su pueblo y nos ha traído su paz. “Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa.” Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros”, había dicho Jesús.

El corazón humano aspira a la paz como un bien superior porque fue moldeado por las manos del Autor de la paz. Si analizamos los primeros capítulos del libro del Génesis, notaremos que ni la guerra ni la confrontación son el estado original del ser humano, que fue creado en perfecta armonía con su semejante y con la naturaleza. La guerra, no sólo como concepto, sino como realidad se introduce en el mundo a consecuencia de la decisión humana de dar la espalda a su Creador. Sí, Dios creó al hombre como un ser de paz, pero lo dotó de la capacidad para convertirse en un ser de guerra. Es el misterio de la libertad del que tal vez hablaremos algún día.

Dicho esto, quisiera que volviéramos a la afirmación de Jesús: “Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa.” Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros”. Hay, pues, personas de paz y personas que han decidido ser otra cosa. Como podrá intuir el lector, éste está lejos de ser un estado definitivo, puesto que la libertad nos hace capaces de cambiar de rumbo en cualquier momento y en cualquiera de las direcciones; es más, es preciso admitir que todos y cada uno de nosotros somos al tiempo un poco de lo uno y un poco de lo otro.

Bueno. La paz llegará a los corazones de quienes hayan decidido ser personas de paz y no podrá habitar en quienes no lo sean. Esta es una realidad que no depende de la dejación de las armas o de la firma de tratados. La experiencia nos enseña que muchos desmovilizados siguen siendo agentes de guerra y que también lo son muchos otros que jamás han empuñado un fusil.

Post scriptum: “Que nadie se haga ilusiones de que la simple ausencia de guerra, aun siendo tan deseada, sea sinónimo de una paz verdadera. No hay verdadera paz sino viene acompañada de equidad , verdad, justicia, y solidaridad”. Juan Pablo II.