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Columnista - 25 agosto, 2015

El manantial de Cañaverales

Desde hace algunas semanas planeamos un viaje al manantial de Cañaverales, corregimiento de San Juan del Cesar, un sitio paradisíaco, de aguas mansas y enormes árboles que permanecía intacto en mi memoria juvenil a pesar de llevar más de veinte años sin visitarlo. Viajar hacia Cañaverales hoy es mucho más fácil, porque su vía está […]

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Desde hace algunas semanas planeamos un viaje al manantial de Cañaverales, corregimiento de San Juan del Cesar, un sitio paradisíaco, de aguas mansas y enormes árboles que permanecía intacto en mi memoria juvenil a pesar de llevar más de veinte años sin visitarlo.

Viajar hacia Cañaverales hoy es mucho más fácil, porque su vía está en buenas condiciones, pero a su vez es más tensionante, pues el pasar por cada población, en el trayecto del Tablazo y Corraleja, hasta llegar al manantial, hay más de una decena de retenes conformados por jóvenes, hombres y mujeres apostados en la vía, con tablas llenas de grandes clavos punzantes, troncos y otras estructuras aptas para construir obstáculos, estableciendo una especie de control tributario a los carros que transportan gasolina venezolana de contrabando.

Uno experimenta la sensación de estar transitando en un territorio con sus propias leyes establecidas ante la falta de control del Estado, pues es inentendible que el mismo Estado permita que algunas personas creyéndose con derecho a controlar el tránsito, asuman funciones que solo le competen a él y cobren según lo manifestaron algunos habitantes del propio Cañaverales peajes a quienes han convertido la carretera en una ruta peligrosa de transporte de combustible ilegal; de lo contrario, sus vehículos sufrirán las consecuencias de las tablas llenas de clavos punzantes que amenazan con destruir las ruedas de los carros que se nieguen a pagar.

Partimos el sábado temprano en la mañana desde San Juan, acompañados por una leve llovizna que fabricaba el ambiente perfecto para encontrar el manantial totalmente desocupado del turismo bullicioso.

Llegamos al manantial, todavía acompañados del leve susurro de la llovizna que caía más pausada a través de los inmensos árboles que rodean el balneario y del canto de algunos pájaros que tercamente persistían en alegrarse desde la copa de los árboles a pesar del agua que caía.

El manantial sigue manteniendo sus bellas aguas en tono verdeazul, pero ya no es el mismo. Parece que los cañaveraleros le hubieran perdido el amor que antes sentían de gozar de uno de los más hermosos milagros de la naturaleza; parece que hubieran perdido el interés por protegerlo. Es triste ver cómo está amenazado por las basuras que deja el turismo salvaje de consumo que arrasa con lo que encuentra a su paso. Se respira un olor nauseabundo a letrina, hay restos de botellas de cervezas y refrescos por todos los lados; la contaminación hace parte del triste espectáculo que empaña la belleza del lugar.

Corpoguajira, el municipio de San Juan del Cesar y las demás autoridades deberían establecer parámetros específicos para el uso del manantial, al igual que mecanismos de control que impidan que avance en su deterioro.

Sería interesante escuchar a los candidatos a la alcaldía, al concejo y a la Asamblea, qué planes ambientales tienen para recuperar y mantener el manantial que hoy es un patrimonio natural no solo de los cañaveraleros, sino de todos los guajiros, pero que en pocos años sino se hace alguna intervención, será parte del inventario de ríos y cauces de agua que murieron por mera indiferencia.

Columnista
25 agosto, 2015

El manantial de Cañaverales

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Oscar Ariza Daza

Desde hace algunas semanas planeamos un viaje al manantial de Cañaverales, corregimiento de San Juan del Cesar, un sitio paradisíaco, de aguas mansas y enormes árboles que permanecía intacto en mi memoria juvenil a pesar de llevar más de veinte años sin visitarlo. Viajar hacia Cañaverales hoy es mucho más fácil, porque su vía está […]


Desde hace algunas semanas planeamos un viaje al manantial de Cañaverales, corregimiento de San Juan del Cesar, un sitio paradisíaco, de aguas mansas y enormes árboles que permanecía intacto en mi memoria juvenil a pesar de llevar más de veinte años sin visitarlo.

Viajar hacia Cañaverales hoy es mucho más fácil, porque su vía está en buenas condiciones, pero a su vez es más tensionante, pues el pasar por cada población, en el trayecto del Tablazo y Corraleja, hasta llegar al manantial, hay más de una decena de retenes conformados por jóvenes, hombres y mujeres apostados en la vía, con tablas llenas de grandes clavos punzantes, troncos y otras estructuras aptas para construir obstáculos, estableciendo una especie de control tributario a los carros que transportan gasolina venezolana de contrabando.

Uno experimenta la sensación de estar transitando en un territorio con sus propias leyes establecidas ante la falta de control del Estado, pues es inentendible que el mismo Estado permita que algunas personas creyéndose con derecho a controlar el tránsito, asuman funciones que solo le competen a él y cobren según lo manifestaron algunos habitantes del propio Cañaverales peajes a quienes han convertido la carretera en una ruta peligrosa de transporte de combustible ilegal; de lo contrario, sus vehículos sufrirán las consecuencias de las tablas llenas de clavos punzantes que amenazan con destruir las ruedas de los carros que se nieguen a pagar.

Partimos el sábado temprano en la mañana desde San Juan, acompañados por una leve llovizna que fabricaba el ambiente perfecto para encontrar el manantial totalmente desocupado del turismo bullicioso.

Llegamos al manantial, todavía acompañados del leve susurro de la llovizna que caía más pausada a través de los inmensos árboles que rodean el balneario y del canto de algunos pájaros que tercamente persistían en alegrarse desde la copa de los árboles a pesar del agua que caía.

El manantial sigue manteniendo sus bellas aguas en tono verdeazul, pero ya no es el mismo. Parece que los cañaveraleros le hubieran perdido el amor que antes sentían de gozar de uno de los más hermosos milagros de la naturaleza; parece que hubieran perdido el interés por protegerlo. Es triste ver cómo está amenazado por las basuras que deja el turismo salvaje de consumo que arrasa con lo que encuentra a su paso. Se respira un olor nauseabundo a letrina, hay restos de botellas de cervezas y refrescos por todos los lados; la contaminación hace parte del triste espectáculo que empaña la belleza del lugar.

Corpoguajira, el municipio de San Juan del Cesar y las demás autoridades deberían establecer parámetros específicos para el uso del manantial, al igual que mecanismos de control que impidan que avance en su deterioro.

Sería interesante escuchar a los candidatos a la alcaldía, al concejo y a la Asamblea, qué planes ambientales tienen para recuperar y mantener el manantial que hoy es un patrimonio natural no solo de los cañaveraleros, sino de todos los guajiros, pero que en pocos años sino se hace alguna intervención, será parte del inventario de ríos y cauces de agua que murieron por mera indiferencia.