El sol de los venados agonizaba cuando cansados de jugar fútbol en la plaza Alfonso López nos sentamos en la arena bajo el famoso “Palo e’ mango”. De pronto, las notas de un acordeón llegaron a nuestros oídos y entonces caímos en cuenta de que la fiesta donde el doctor Pavajeau no había terminado aún. […]
El sol de los venados agonizaba cuando cansados de jugar fútbol en la plaza Alfonso López nos sentamos en la arena bajo el famoso “Palo e’ mango”. De pronto, las notas de un acordeón llegaron a nuestros oídos y entonces caímos en cuenta de que la fiesta donde el doctor Pavajeau no había terminado aún.
En medio de la algarabía que tenían los parranderos y la bulla que hacían la guacharaca y la caja, oímos una voz que cantaba: “callate corazoncito, callate no digas nada”, inmediatamente ‘Papingo’ Valle gritó: “Ese es Don Toba” y, como si fuera un grito de guerra, todos salimos volando hacia el lugar de la parranda.
Yo era de los más pequeños del grupo y llegué de último. Todavía recuerdo la fuerte impresión que me causó ver a un hombre alto, blanco, de cara larga y cuello colorado, que emocionado y de pie tocaba el acordeón con tanto brío y entusiasmo que pregunté sorprendido: -¿Quién es ese cachaco que está tocando? Alguien que también estaba observando respondió sin mirarme: -“Que cachaco ni que ná. Ese es Alberto Pacheco de Barranquilla”.
Don Toba seguía cantando alegre su merengue en cuyos versos describía otra de sus despedidas memorables. Esta vez no era de las muchachas y sabanas patillaleras sino de su hermano Don ‘Tito’ y de ‘El Otoño’ y ‘El Amparo’, famosas fincas copeyanas. De repente y cuando todos pensábamos que había cantado todas las estrofas, Don ‘Toba’ le hizo una seña a Pacheco y comenzó a improvisar:
“La leche se ha puesto cara / como la sopa también / Valencia es mala cuchara / mejor es la de Fidel”. La gente gritaba y aplaudía loca de emoción. Volvió Pacheco con la melodía y entró de nuevo Don ‘Toba’ con la sonrisa en la boca: “Coltejer y Fabricato / venden las telas muy caras / por estar cazando patos / Valencia es mala cuchara”.
Hubo más versos echándole vainas a Valencia y flores a López Michelsen, a la sazón jefe del MRL, Movimiento Revolucionario Liberal, a quien Don Toba y muchos vallenatos seguían con fervor y pasión. Mi memoria solo recuerda esas dos primeras estrofas.
Era el año 1964, Colombia vivía los estertores de la violencia partidista y los inicios del Frente Nacional. El presidente Valencia gobernaba en medio de una ola de huelgas, paros cívicos y protestas contra la carestía y los pésimos servicios públicos. La Cuba de Fidel se veía como una esperanza de justicia y democracia. López incitaba: “Pasajeros de la revolución: subid a bordo”.
Con nostalgia evoco esa época bella cuando los compositores vallenatos no solo le cantaban a la naturaleza, los amigos y a sus mujeres sino que también vivían atentos al acontecer político, económico y social del país, el cual reflejaban en sus versos pícaros y castizos. No había espacio para la vulgaridad, la ordinariez, ni para el ‘Glu, glu, glu’, mucho menos para ‘La yuca y la tajá’.
El sol de los venados agonizaba cuando cansados de jugar fútbol en la plaza Alfonso López nos sentamos en la arena bajo el famoso “Palo e’ mango”. De pronto, las notas de un acordeón llegaron a nuestros oídos y entonces caímos en cuenta de que la fiesta donde el doctor Pavajeau no había terminado aún. […]
El sol de los venados agonizaba cuando cansados de jugar fútbol en la plaza Alfonso López nos sentamos en la arena bajo el famoso “Palo e’ mango”. De pronto, las notas de un acordeón llegaron a nuestros oídos y entonces caímos en cuenta de que la fiesta donde el doctor Pavajeau no había terminado aún.
En medio de la algarabía que tenían los parranderos y la bulla que hacían la guacharaca y la caja, oímos una voz que cantaba: “callate corazoncito, callate no digas nada”, inmediatamente ‘Papingo’ Valle gritó: “Ese es Don Toba” y, como si fuera un grito de guerra, todos salimos volando hacia el lugar de la parranda.
Yo era de los más pequeños del grupo y llegué de último. Todavía recuerdo la fuerte impresión que me causó ver a un hombre alto, blanco, de cara larga y cuello colorado, que emocionado y de pie tocaba el acordeón con tanto brío y entusiasmo que pregunté sorprendido: -¿Quién es ese cachaco que está tocando? Alguien que también estaba observando respondió sin mirarme: -“Que cachaco ni que ná. Ese es Alberto Pacheco de Barranquilla”.
Don Toba seguía cantando alegre su merengue en cuyos versos describía otra de sus despedidas memorables. Esta vez no era de las muchachas y sabanas patillaleras sino de su hermano Don ‘Tito’ y de ‘El Otoño’ y ‘El Amparo’, famosas fincas copeyanas. De repente y cuando todos pensábamos que había cantado todas las estrofas, Don ‘Toba’ le hizo una seña a Pacheco y comenzó a improvisar:
“La leche se ha puesto cara / como la sopa también / Valencia es mala cuchara / mejor es la de Fidel”. La gente gritaba y aplaudía loca de emoción. Volvió Pacheco con la melodía y entró de nuevo Don ‘Toba’ con la sonrisa en la boca: “Coltejer y Fabricato / venden las telas muy caras / por estar cazando patos / Valencia es mala cuchara”.
Hubo más versos echándole vainas a Valencia y flores a López Michelsen, a la sazón jefe del MRL, Movimiento Revolucionario Liberal, a quien Don Toba y muchos vallenatos seguían con fervor y pasión. Mi memoria solo recuerda esas dos primeras estrofas.
Era el año 1964, Colombia vivía los estertores de la violencia partidista y los inicios del Frente Nacional. El presidente Valencia gobernaba en medio de una ola de huelgas, paros cívicos y protestas contra la carestía y los pésimos servicios públicos. La Cuba de Fidel se veía como una esperanza de justicia y democracia. López incitaba: “Pasajeros de la revolución: subid a bordo”.
Con nostalgia evoco esa época bella cuando los compositores vallenatos no solo le cantaban a la naturaleza, los amigos y a sus mujeres sino que también vivían atentos al acontecer político, económico y social del país, el cual reflejaban en sus versos pícaros y castizos. No había espacio para la vulgaridad, la ordinariez, ni para el ‘Glu, glu, glu’, mucho menos para ‘La yuca y la tajá’.