Después de 12 años, Richard Leguízamo, quien se desempeñó como redactor de Generales, Política, Farándula y hasta de Deportes, recuerda con nostalgia su paso por EL PILÓN.
Todos tratábamos de llegar antes de las siete y media de la mañana, aunque normalmente, el Consejo de Redacción se iniciaba un poco antes de las ocho. Era el inicio de una lucha diaria por construir un producto informativo, el mismo que normalmente recibiríamos en la puerta de nuestras casas antes de las seis de la mañana del día siguiente.
Perdí la cuenta del número de veces que nos sentamos en aquella mesa rectangular de granito, de la cual alguna vez llegué a decir que había sido concebida por el mismo albañil que construyó las mesas de la carnicería del Mercado Público de Valledupar.
Pero existía un detalle, tal vez inadvertido para la mayoría de los miembros de aquel equipo periodístico de los albores de la década del 2000: un pequeño librillo que Ana María Ferrer armaba con los pedazos recortados de papel periódico que amanecían regados en el inmenso patio de la edificación ubicada en la carrera séptima, número 14 – 50.
El famoso ‘Machote’, una especie de borrador de la edición que empezábamos a construir entre todos, y que al final de la tarde-noche llegaría a tener una cantidad considerable de tachones, enmendaduras y correcciones, la mayoría realizada por nosotros, y por supuesto, por los miembros del equipo de mercadeo que aprendieron a ubicar los avisos publicitarios que iban saliendo en el transcurso de la jornada.
“Si no está en el Machote, no existe”
Ese Machote, borrador de la edición en el que Ana María desahogaba sus deseos reprimidos de diseñadora gráfica o delineante de arquitectura, guardaba los secretos de una jornada que muchas veces excedía las doce horas de trabajo, pero que marcaba la ruta de lo que sería una nueva edición del “Periódico de la Región”, ese mismo del que JJ Daza conceptuó que fue una escuela formadora de periodistas, concepto que comparto plenamente.
Muchas veces, fui testigo de la desazón que embargaba a nuestra Jefa de Redacción cuando después de las tres de la tarde las circunstancias la obligaban a tachar una entrevista propuesta en la mañana. “Cómo así que el personaje no aparece. Bueno, y para qué tienen celular si no lo contestan. La aplazamos, pero mañana madrugas a buscar ese personaje, la demora nos perjudica”, eran las palabras de consuelo para una entrevista que ya tenía asignada un destacado para primera página, titular a tres columnas y recuadrito con la foto del personaje.
De igual manera, y parodiando el concepto de los códigos jurídicos, lo que no estaba en el Machote no existía, por eso proponer un nuevo tema, noticia o entrevista después de las tres de la tarde conllevaba un argumento jurídico-periodístico emanado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, o una corte de similar importancia.
Al margen del Machote
En alguna ocasión, creo que en alguna de nuestras reuniones ‘piloneras’ de época decembrina, traje a colación las muchas historias que se quedaron por fuera del Machote, pero que hicieron parte de esa historia que tuve la oportunidad de ayudar a escribir durante casi dos años.
Por ejemplo, el celular de un secretario de la Gobernación que terminó en la ‘mariquera’ de ganadero magdalenense que usaba Óscar Martínez, y de manera inversativa, las múltiples llamadas en tono femenino reclamante que el funcionario departamental recibió a través de un teléfono que un periodista dejó sobre su escritorio.
La respuesta que Abdel Martínez Pérez, reconocido redactor judicial del equipo, le dio al entonces comandante de la Policía Cesar, oficial que lo llamó para invitarlo a un sobrevuelo en helicóptero sobre Pueblo Bello, pero que fue rechazada por el periodista en los siguientes términos: “Apreciado Coronel, me apena con Usted, pero a estas horas de la mañana me encuentro amanecido, y todavía libando unos líquidos perláticos con el compañero Jhon Rodríguez Julio, quien ayer recibió su grado como administrador financiero”.
Y como las noticias económicas también eran importantes, vale la pena preguntar en dónde quedaría la invitación que le extendieron al colega Ramiro Ospino Velásquez, periodista económico que tuvo la paciencia de hacerle seguimiento durante varios meses a un fallido convenio entre la Cámara de Comercio de Valledupar y el gobierno de la China para fomentar la siembra de bambú en territorio cesarense. Según me comentó alguna vez Leonardo Armenta, el compadre ‘Rami’ hasta alcanzó a comprarse unos kimonos masculinos de su talla para el viaje a tierras orientales que nunca llegó.
El Pilón de Amistad
Doce años después de no participar en los consejos de redacción en la mesa rectangular de granito, reconozco el aporte que recibí durante mis escasos dos años de permanencia en ‘El Periódico de la Región’. Una amalgama de circunstancias especiales, unas gratas, otras no, permitieron que la huella dejada en nuestro proceso de aprendizaje enriqueciera cada una de las labores que Dios y la vida nos han permitido realizar durante nuestro desempeño en el campo de las comunicaciones.
Veinte años de historia, dos décadas de lucha, cuatro lustros de información; es el mismo tiempo en términos cuantitativos, pero es un cúmulo incontable de historias que le han aportado al crecimiento de la ‘Capital Mundial del Vallenato’, al departamento del Cesar y sus vecinos geográficos.
Por Richard Leguízamo Peñate
Después de 12 años, Richard Leguízamo, quien se desempeñó como redactor de Generales, Política, Farándula y hasta de Deportes, recuerda con nostalgia su paso por EL PILÓN.
Todos tratábamos de llegar antes de las siete y media de la mañana, aunque normalmente, el Consejo de Redacción se iniciaba un poco antes de las ocho. Era el inicio de una lucha diaria por construir un producto informativo, el mismo que normalmente recibiríamos en la puerta de nuestras casas antes de las seis de la mañana del día siguiente.
Perdí la cuenta del número de veces que nos sentamos en aquella mesa rectangular de granito, de la cual alguna vez llegué a decir que había sido concebida por el mismo albañil que construyó las mesas de la carnicería del Mercado Público de Valledupar.
Pero existía un detalle, tal vez inadvertido para la mayoría de los miembros de aquel equipo periodístico de los albores de la década del 2000: un pequeño librillo que Ana María Ferrer armaba con los pedazos recortados de papel periódico que amanecían regados en el inmenso patio de la edificación ubicada en la carrera séptima, número 14 – 50.
El famoso ‘Machote’, una especie de borrador de la edición que empezábamos a construir entre todos, y que al final de la tarde-noche llegaría a tener una cantidad considerable de tachones, enmendaduras y correcciones, la mayoría realizada por nosotros, y por supuesto, por los miembros del equipo de mercadeo que aprendieron a ubicar los avisos publicitarios que iban saliendo en el transcurso de la jornada.
“Si no está en el Machote, no existe”
Ese Machote, borrador de la edición en el que Ana María desahogaba sus deseos reprimidos de diseñadora gráfica o delineante de arquitectura, guardaba los secretos de una jornada que muchas veces excedía las doce horas de trabajo, pero que marcaba la ruta de lo que sería una nueva edición del “Periódico de la Región”, ese mismo del que JJ Daza conceptuó que fue una escuela formadora de periodistas, concepto que comparto plenamente.
Muchas veces, fui testigo de la desazón que embargaba a nuestra Jefa de Redacción cuando después de las tres de la tarde las circunstancias la obligaban a tachar una entrevista propuesta en la mañana. “Cómo así que el personaje no aparece. Bueno, y para qué tienen celular si no lo contestan. La aplazamos, pero mañana madrugas a buscar ese personaje, la demora nos perjudica”, eran las palabras de consuelo para una entrevista que ya tenía asignada un destacado para primera página, titular a tres columnas y recuadrito con la foto del personaje.
De igual manera, y parodiando el concepto de los códigos jurídicos, lo que no estaba en el Machote no existía, por eso proponer un nuevo tema, noticia o entrevista después de las tres de la tarde conllevaba un argumento jurídico-periodístico emanado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, o una corte de similar importancia.
Al margen del Machote
En alguna ocasión, creo que en alguna de nuestras reuniones ‘piloneras’ de época decembrina, traje a colación las muchas historias que se quedaron por fuera del Machote, pero que hicieron parte de esa historia que tuve la oportunidad de ayudar a escribir durante casi dos años.
Por ejemplo, el celular de un secretario de la Gobernación que terminó en la ‘mariquera’ de ganadero magdalenense que usaba Óscar Martínez, y de manera inversativa, las múltiples llamadas en tono femenino reclamante que el funcionario departamental recibió a través de un teléfono que un periodista dejó sobre su escritorio.
La respuesta que Abdel Martínez Pérez, reconocido redactor judicial del equipo, le dio al entonces comandante de la Policía Cesar, oficial que lo llamó para invitarlo a un sobrevuelo en helicóptero sobre Pueblo Bello, pero que fue rechazada por el periodista en los siguientes términos: “Apreciado Coronel, me apena con Usted, pero a estas horas de la mañana me encuentro amanecido, y todavía libando unos líquidos perláticos con el compañero Jhon Rodríguez Julio, quien ayer recibió su grado como administrador financiero”.
Y como las noticias económicas también eran importantes, vale la pena preguntar en dónde quedaría la invitación que le extendieron al colega Ramiro Ospino Velásquez, periodista económico que tuvo la paciencia de hacerle seguimiento durante varios meses a un fallido convenio entre la Cámara de Comercio de Valledupar y el gobierno de la China para fomentar la siembra de bambú en territorio cesarense. Según me comentó alguna vez Leonardo Armenta, el compadre ‘Rami’ hasta alcanzó a comprarse unos kimonos masculinos de su talla para el viaje a tierras orientales que nunca llegó.
El Pilón de Amistad
Doce años después de no participar en los consejos de redacción en la mesa rectangular de granito, reconozco el aporte que recibí durante mis escasos dos años de permanencia en ‘El Periódico de la Región’. Una amalgama de circunstancias especiales, unas gratas, otras no, permitieron que la huella dejada en nuestro proceso de aprendizaje enriqueciera cada una de las labores que Dios y la vida nos han permitido realizar durante nuestro desempeño en el campo de las comunicaciones.
Veinte años de historia, dos décadas de lucha, cuatro lustros de información; es el mismo tiempo en términos cuantitativos, pero es un cúmulo incontable de historias que le han aportado al crecimiento de la ‘Capital Mundial del Vallenato’, al departamento del Cesar y sus vecinos geográficos.
Por Richard Leguízamo Peñate