Por Marlon Javier Domínguez Una de las frecuentes críticas que se hace a los cristianos católicos tiene que ver con la devoción profesada a la Madre de Dios. Se nos acusa de ser desmedidos en la admiración y respeto a una simple criatura de exagerar sus virtudes e incluso de colocarla en el lugar del mismo […]
Por Marlon Javier Domínguez
Una de las frecuentes críticas que se hace a los cristianos católicos tiene que ver con la devoción profesada a la Madre de Dios. Se nos acusa de ser desmedidos en la admiración y respeto a una simple criatura de exagerar sus virtudes e incluso de colocarla en el lugar del mismo Dios. Con Biblia en mano se esgrimen argumentos que sustentan la acusación de nuestra idolatría y solemnemente se nos declara anatema por incumplir el mandato de “no tendrás otro Dios fuera de mí”. Uno que otro incauto desconocedor de la fe que profesa termina convencido de haber vivido una mentira durante muchos años y de haber descubierto ahora la panacea. Hoy, día en que el catolicismo celebra la Solemnidad de La Presentación de Jesús (en muchos lugares Nuestra Señora de la Candelaria), escribiré un par de cosas al respecto.
Dejando a un lado el tema de las imágenes (sobre el que podríamos discurrir en otra ocasión), invito al lector a acompañarme en el siguiente razonamiento: normalmente no hay sobre la tierra nada más sagrado para un ser humano que su madre. Aún con defectos y errores la madre es admirada, respetada, valorada y amada de manera singular. Ello se manifiesta, entre otras cosas, en el hecho de que la peor ofensa para una persona es aquella que involucra a su progenitora.
Piense por un momento. Si usted hubiese tenido la oportunidad de adornar a quien iba a ser su madre de todas las virtudes y características buenas, así como de evitar todos los defectos y posibilidad de errores, ¿lo habría hecho? ¡Por supuesto que sí! Bueno, pues Dios tuvo esa posibilidad y – adivine – ¡lo hizo! El Dios eterno quiso modelar a quien habría de ser su madre y “la adornó con todos los dones proporcionados a tan excelente grandeza”.
El argumento del teólogo escocés Duns Scotto podría servirnos también:
1. ¿Convenía a Dios que su Madre estuviera libre de la mancha del pecado?
Sí, a Dios le convenía que su Madre fuera inmaculada. Esto es lo más honroso para Él.
2. ¿Podía Dios hacer de su Madre un ser sin mancha de pecado?
Sí, Dios lo puede todo y, por tanto, podía hacerlo.
3. Entonces lo hizo.
Todo lo anterior nos lleva a una conclusión lógica: María, la Madre de Dios, es la más perfecta de las creaturas. Ahora bien, ¿Qué pensaría usted de un Dios que le condenara por profesar admiración, devoción y respeto por ella?
Finalmente, es cierto que existen manifestaciones religiosas populares y culturales que pueden conducir a la confusión. La Iglesia debe educar a sus fieles en la verdadera devoción y purificar todo aquello que pueda alejarse de la sana doctrina, pero cada persona (católico o no) es también responsable de buscar respuestas y encontrar conclusiones lógicas respecto de la fe que profesa.Dejemos de aceptar o rechazar las cosas simplemente porque alguien las manda o las prohíbe, eso es contrario a nuestra naturaleza humana. La fe, aunque no es racional, es razonable.
Por Marlon Javier Domínguez Una de las frecuentes críticas que se hace a los cristianos católicos tiene que ver con la devoción profesada a la Madre de Dios. Se nos acusa de ser desmedidos en la admiración y respeto a una simple criatura de exagerar sus virtudes e incluso de colocarla en el lugar del mismo […]
Por Marlon Javier Domínguez
Una de las frecuentes críticas que se hace a los cristianos católicos tiene que ver con la devoción profesada a la Madre de Dios. Se nos acusa de ser desmedidos en la admiración y respeto a una simple criatura de exagerar sus virtudes e incluso de colocarla en el lugar del mismo Dios. Con Biblia en mano se esgrimen argumentos que sustentan la acusación de nuestra idolatría y solemnemente se nos declara anatema por incumplir el mandato de “no tendrás otro Dios fuera de mí”. Uno que otro incauto desconocedor de la fe que profesa termina convencido de haber vivido una mentira durante muchos años y de haber descubierto ahora la panacea. Hoy, día en que el catolicismo celebra la Solemnidad de La Presentación de Jesús (en muchos lugares Nuestra Señora de la Candelaria), escribiré un par de cosas al respecto.
Dejando a un lado el tema de las imágenes (sobre el que podríamos discurrir en otra ocasión), invito al lector a acompañarme en el siguiente razonamiento: normalmente no hay sobre la tierra nada más sagrado para un ser humano que su madre. Aún con defectos y errores la madre es admirada, respetada, valorada y amada de manera singular. Ello se manifiesta, entre otras cosas, en el hecho de que la peor ofensa para una persona es aquella que involucra a su progenitora.
Piense por un momento. Si usted hubiese tenido la oportunidad de adornar a quien iba a ser su madre de todas las virtudes y características buenas, así como de evitar todos los defectos y posibilidad de errores, ¿lo habría hecho? ¡Por supuesto que sí! Bueno, pues Dios tuvo esa posibilidad y – adivine – ¡lo hizo! El Dios eterno quiso modelar a quien habría de ser su madre y “la adornó con todos los dones proporcionados a tan excelente grandeza”.
El argumento del teólogo escocés Duns Scotto podría servirnos también:
1. ¿Convenía a Dios que su Madre estuviera libre de la mancha del pecado?
Sí, a Dios le convenía que su Madre fuera inmaculada. Esto es lo más honroso para Él.
2. ¿Podía Dios hacer de su Madre un ser sin mancha de pecado?
Sí, Dios lo puede todo y, por tanto, podía hacerlo.
3. Entonces lo hizo.
Todo lo anterior nos lleva a una conclusión lógica: María, la Madre de Dios, es la más perfecta de las creaturas. Ahora bien, ¿Qué pensaría usted de un Dios que le condenara por profesar admiración, devoción y respeto por ella?
Finalmente, es cierto que existen manifestaciones religiosas populares y culturales que pueden conducir a la confusión. La Iglesia debe educar a sus fieles en la verdadera devoción y purificar todo aquello que pueda alejarse de la sana doctrina, pero cada persona (católico o no) es también responsable de buscar respuestas y encontrar conclusiones lógicas respecto de la fe que profesa.Dejemos de aceptar o rechazar las cosas simplemente porque alguien las manda o las prohíbe, eso es contrario a nuestra naturaleza humana. La fe, aunque no es racional, es razonable.