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Columnista - 31 octubre, 2017

Venezuela gratos recuerdos y buena cuchara

“Si yo hubiera sabido que al llegar a Venezuela por culpa de un amor iba a sufrir tanta amargura, no cometo la locura de abandonar a mi tierra, Colombia y Venezuela son dos naciones hermanas por eso yo he pensado que si logro que me quiera se unirán más nuestras tierras, seré el dueño de […]

“Si yo hubiera sabido que al llegar a Venezuela por culpa de un amor iba a sufrir tanta amargura, no cometo la locura de abandonar a mi tierra, Colombia y Venezuela son dos naciones hermanas por eso yo he pensado que si logro que me quiera se unirán más nuestras tierras, seré el dueño de dos almas”.

El aparte transcrito corresponde a la canción titulada ‘La venezolana’, de la autoría de Julio Vázquez, incluida por los Hermanos Zuleta en el LP titulado ‘Mañanitas de invierno’, lanzado por la disquera CBS el 19 de enero de 1993, la cual vino a mi mente a propósito del tema que ocupa nuestra atención.

En días pasados mientras me desplazaba por la avenida circunvalar de la ciudad de Riohacha pude darme cuenta que en un diminuto kiosco ubicado en el sector se encontraban haciendo fila una gran cantidad de personas y olvidando que la curiosidad es mala consejera, me detuve frente a ellos para preguntar de que se trataba, se me informó que alguien de buen corazón les repartía a nuestros hermanos venezolanos que se encuentran en la ciudad en calidad de desplazados, un almuerzo, el cual me mostraron y era evidentemente digno, pero noté que a palo seco, ante esa circunstancia conmovedora además, fui a una tienda cercana y les compré varios litros de gaseosa para que ajustaran.

Mientras observaba las caritas ansiosas de niños, mujeres en estado de gravidez y los viejitos que allí estaban, vinieron a mi recuerdo los tiempos aquellos cuando yo estaba muchacho y en diciembre las mujeres de Mongui, que trabajaban durante todo el año en Venezuela, regresaban a pasar navidad con su gente trayendo regalos para todos los niños del pueblo, dinero para gastar e invertir, eran las más emblemáticas y bulliciosas las hermanas Peralta Rodríguez, Carmen, ‘La Negra’, Bersabeth y Yolanda, y las hijas de Bertha Pinto, gracias a ellas teníamos la oportunidad de comer productos de primera necesidad que eran entonces exóticos, como la harina pan, queso amarillo, atún, ensalada Heinz, coctel de frutas ‘Del monte’, el pan mamonú de la Panadería Mérida, mantequilla Mavesa y gaseosas “con freno de aire” enlatadas, el producto de su trabajo lo compartían con toda su gente y una alegría colectiva se apoderaba del pueblo. El día que “hacían su arribo” era trascendental, llegaban en camionetas fletadas desde Maicao, las cuales hacían su ingreso triunfal haciendo sonar sus pitos de estridentes cornetas para que todos supiéramos que se iba a componer la cuchara en el pueblo, quienes llegaban se desplazaban por las noches casa por casa a visitar y saludar, todos éramos una sola familia, nadie le deseaba mal al otro y tomábamos leche de la misma vaca.

Las anteriores fueron razones suficientes para mi solidaridad con esa gente sin entrar en detalles del porqué de su presencia entre nosotros, con placas o sin ellas, sin importar si son blancas, negras o amarillas, pues no acostumbro a referirme sobre situaciones que no he presenciado, simplemente era mi testimonio de gratitud de quienes en el pasado le dieron de comer a mis conciudadanos, le dieron trabajo a mucha gente de mi familia, le permitieron vivir dignamente a muchas generaciones que antecedieron a la mía, por eso lo hice a conciencia y por las enseñanzas de mis viejos y mi abuelo que no daban lo que no tenían, y porque no olvido tampoco el cuento que mi papá me echó cuando estaba niño, que había un hombre tan loco que todo lo daba y mientras más daba más tenía.

Sabemos que con la situación que se está presentando mucha gente honesta y trabajadora ha venido en busca de oportunidades para sobrevivir, que ante nuestras inoculadas precariedades han tenido que desempeñar trabajos moralmente reprochables y socialmente deshonrosos, pero ellos no tiene la culpa -porque allá no la tienen fácil– porque allá no hay ni a quien atracar, han venido delincuentes, tramoyeros, embusteros y embaucadores que ensucian el buen nombre de su patria con sus actividades que transitan por los capítulos del Código Penal, por eso a quienes vienen a seguir y dar buenos ejemplos, hay que comprenderlos, y a quienes vinieron a otras cosas aplicarles el rigor de la ley.

Como dijo ‘Poncho’ Zuleta: “Como cambian los tiempos y solamente queda el recuerdo”.

Por Luis Eduardo Acosta Medina

Columnista
31 octubre, 2017

Venezuela gratos recuerdos y buena cuchara

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Eduardo Acosta Medina

“Si yo hubiera sabido que al llegar a Venezuela por culpa de un amor iba a sufrir tanta amargura, no cometo la locura de abandonar a mi tierra, Colombia y Venezuela son dos naciones hermanas por eso yo he pensado que si logro que me quiera se unirán más nuestras tierras, seré el dueño de […]


“Si yo hubiera sabido que al llegar a Venezuela por culpa de un amor iba a sufrir tanta amargura, no cometo la locura de abandonar a mi tierra, Colombia y Venezuela son dos naciones hermanas por eso yo he pensado que si logro que me quiera se unirán más nuestras tierras, seré el dueño de dos almas”.

El aparte transcrito corresponde a la canción titulada ‘La venezolana’, de la autoría de Julio Vázquez, incluida por los Hermanos Zuleta en el LP titulado ‘Mañanitas de invierno’, lanzado por la disquera CBS el 19 de enero de 1993, la cual vino a mi mente a propósito del tema que ocupa nuestra atención.

En días pasados mientras me desplazaba por la avenida circunvalar de la ciudad de Riohacha pude darme cuenta que en un diminuto kiosco ubicado en el sector se encontraban haciendo fila una gran cantidad de personas y olvidando que la curiosidad es mala consejera, me detuve frente a ellos para preguntar de que se trataba, se me informó que alguien de buen corazón les repartía a nuestros hermanos venezolanos que se encuentran en la ciudad en calidad de desplazados, un almuerzo, el cual me mostraron y era evidentemente digno, pero noté que a palo seco, ante esa circunstancia conmovedora además, fui a una tienda cercana y les compré varios litros de gaseosa para que ajustaran.

Mientras observaba las caritas ansiosas de niños, mujeres en estado de gravidez y los viejitos que allí estaban, vinieron a mi recuerdo los tiempos aquellos cuando yo estaba muchacho y en diciembre las mujeres de Mongui, que trabajaban durante todo el año en Venezuela, regresaban a pasar navidad con su gente trayendo regalos para todos los niños del pueblo, dinero para gastar e invertir, eran las más emblemáticas y bulliciosas las hermanas Peralta Rodríguez, Carmen, ‘La Negra’, Bersabeth y Yolanda, y las hijas de Bertha Pinto, gracias a ellas teníamos la oportunidad de comer productos de primera necesidad que eran entonces exóticos, como la harina pan, queso amarillo, atún, ensalada Heinz, coctel de frutas ‘Del monte’, el pan mamonú de la Panadería Mérida, mantequilla Mavesa y gaseosas “con freno de aire” enlatadas, el producto de su trabajo lo compartían con toda su gente y una alegría colectiva se apoderaba del pueblo. El día que “hacían su arribo” era trascendental, llegaban en camionetas fletadas desde Maicao, las cuales hacían su ingreso triunfal haciendo sonar sus pitos de estridentes cornetas para que todos supiéramos que se iba a componer la cuchara en el pueblo, quienes llegaban se desplazaban por las noches casa por casa a visitar y saludar, todos éramos una sola familia, nadie le deseaba mal al otro y tomábamos leche de la misma vaca.

Las anteriores fueron razones suficientes para mi solidaridad con esa gente sin entrar en detalles del porqué de su presencia entre nosotros, con placas o sin ellas, sin importar si son blancas, negras o amarillas, pues no acostumbro a referirme sobre situaciones que no he presenciado, simplemente era mi testimonio de gratitud de quienes en el pasado le dieron de comer a mis conciudadanos, le dieron trabajo a mucha gente de mi familia, le permitieron vivir dignamente a muchas generaciones que antecedieron a la mía, por eso lo hice a conciencia y por las enseñanzas de mis viejos y mi abuelo que no daban lo que no tenían, y porque no olvido tampoco el cuento que mi papá me echó cuando estaba niño, que había un hombre tan loco que todo lo daba y mientras más daba más tenía.

Sabemos que con la situación que se está presentando mucha gente honesta y trabajadora ha venido en busca de oportunidades para sobrevivir, que ante nuestras inoculadas precariedades han tenido que desempeñar trabajos moralmente reprochables y socialmente deshonrosos, pero ellos no tiene la culpa -porque allá no la tienen fácil– porque allá no hay ni a quien atracar, han venido delincuentes, tramoyeros, embusteros y embaucadores que ensucian el buen nombre de su patria con sus actividades que transitan por los capítulos del Código Penal, por eso a quienes vienen a seguir y dar buenos ejemplos, hay que comprenderlos, y a quienes vinieron a otras cosas aplicarles el rigor de la ley.

Como dijo ‘Poncho’ Zuleta: “Como cambian los tiempos y solamente queda el recuerdo”.

Por Luis Eduardo Acosta Medina