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Columnista - 8 noviembre, 2016

¿Una Reparación Histórica?

Ha hecho eco en las páginas y comentarios de la prensa mundial, el proyecto de convertir en una ley de España el otorgamiento de la nacionalidad de tal país a quienes demuestren ser descendientes de judíos sefardíes expulsados por los Reyes Católicos en 1442, pocos meses antes de la llegada de las carabelas de Colón […]

Ha hecho eco en las páginas y comentarios de la prensa mundial, el proyecto de convertir en una ley de España el otorgamiento de la nacionalidad de tal país a quienes demuestren ser descendientes de judíos sefardíes expulsados por los Reyes Católicos en 1442, pocos meses antes de la llegada de las carabelas de Colón a las Indias Occidentales. Motiva ese propósito hacer una reparación histórica quinientos años después del suceso.

De súbito le entró a los chapetones el reato de conciencia por haber expulsado a más de medio millón de judíos no conversos a la fe católica, sus compatriotas, asentados en España en muchas generaciones de atrás, lo que trajo consigo la venta apresurada de sus bienes por precios ridículos, antes del vencimiento del plazo inaplazable para la expatriación, y la negación de sus acreedores de pagarles las sumas dinerarias que de ellos habían recibido en préstamos. Más que un nuevo atropello contra los judíos, fue un robo con descaro.

¿Por qué si se trata de reparar injusticias no compensan también a los descendientes de las víctimas de la Inquisición o Santo Oficio? Ese aparato judicial de eclesiásticos dominicos que renació con la coyunda del Papa y de los Reyes Católicos (ya antes había existido) para castigar las herejías, blasfemias, hechicerías, ateísmo, a los miembros de las sectas protestantes, a judíos no conversos, a moros musulmanes o de otro credo religioso, y que repujó las mazmorras de acusados (existía el delito de sospecha) donde se les hacía torturas para obtener la confesión e imponerles penas que iban desde la multa, el suplicio, la confiscación de bienes, la privación de oficios y cargos, la humillación pública, el encierro perpetuo o la pira para quemar vivos a los reos en los llamados autos de fe.

¿Por qué, si se trata de reparar injusticias históricas, no se les dan beneficios a los pueblos de Latinoamérica por el saqueo de sus riquezas de más de trecientos años?. Eran los tiempos aquellos en que los galeones que cruzaban el océano con sus bodegas ahítas de robo, con lingotes y monedas de metales preciosos, perlas y pedrerías, principalmente, riqueza con la cual los españoles construyeron sus villas, murallas, castillos, palacios y monumentos que son la base del turismo actual, su principal ingreso, pues aún en los tiempos de ahora España vive de los saqueos que hizo en la América indiana.

Si se trata de reparar injusticia deben indemnizar a los tribus aborígenes de América que aún quedan, a quienes sometieron a las brutalidades de la encomienda y la mita minera hasta casi su total exterminio pues a tan sólo quince años del Descubrimiento sólo quedaban en las costas un 20% de la población nativa ante lo cual hubo apenas los clamores de curas moralistas y protectores de indios como el obispo de Chiapas (México) fray Bartolomé de las Casas, el padre Victoria, los frailes jerónimos, el cura Antonio de Montesino, que se alzaron hasta los oídos del rey cuando estaba en vía de extinción la vieja raza.

Si se trata de reparar injusticia del pasado, deben los españoles compensar a los afrodecendientes de América por toda la maldad que hicieron a los negros cazados como animales en los matorrales de África y que en el vientre de los veleros llegaban cargados de cadenas y marcados con herretes a los mercados de esclavos de La Habana, Santo Domingo, Jamaica, Cartagena, Portobelo, etc.

Deben los españoles indemnizar a los descendientes de las tribus africanas desbaratadas por la violencia en la cacería que hacían en sus aldeas como a yolofos, zulúes, bantúes, congos, carabalíes, minas, ararás, biáfaras, balantas, lucumíes, etc.

Hay quienes creen (y yo aparejo mi opinión con ellos) que la reparación histórica en reconocer la nacionalidad española a ciertos apellidos que demuestren ser descendientes de judíos españoles expulsados por los Reyes Católicos, no es más que una estrategia llamativa para que los grandes capitales judíos del mundo sean invertidos en España, para taponar así su caótica economía de bancarrota.

Por Rodolfo Ortega Montero

Columnista
8 noviembre, 2016

¿Una Reparación Histórica?

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El Pilón

Ha hecho eco en las páginas y comentarios de la prensa mundial, el proyecto de convertir en una ley de España el otorgamiento de la nacionalidad de tal país a quienes demuestren ser descendientes de judíos sefardíes expulsados por los Reyes Católicos en 1442, pocos meses antes de la llegada de las carabelas de Colón […]


Ha hecho eco en las páginas y comentarios de la prensa mundial, el proyecto de convertir en una ley de España el otorgamiento de la nacionalidad de tal país a quienes demuestren ser descendientes de judíos sefardíes expulsados por los Reyes Católicos en 1442, pocos meses antes de la llegada de las carabelas de Colón a las Indias Occidentales. Motiva ese propósito hacer una reparación histórica quinientos años después del suceso.

De súbito le entró a los chapetones el reato de conciencia por haber expulsado a más de medio millón de judíos no conversos a la fe católica, sus compatriotas, asentados en España en muchas generaciones de atrás, lo que trajo consigo la venta apresurada de sus bienes por precios ridículos, antes del vencimiento del plazo inaplazable para la expatriación, y la negación de sus acreedores de pagarles las sumas dinerarias que de ellos habían recibido en préstamos. Más que un nuevo atropello contra los judíos, fue un robo con descaro.

¿Por qué si se trata de reparar injusticias no compensan también a los descendientes de las víctimas de la Inquisición o Santo Oficio? Ese aparato judicial de eclesiásticos dominicos que renació con la coyunda del Papa y de los Reyes Católicos (ya antes había existido) para castigar las herejías, blasfemias, hechicerías, ateísmo, a los miembros de las sectas protestantes, a judíos no conversos, a moros musulmanes o de otro credo religioso, y que repujó las mazmorras de acusados (existía el delito de sospecha) donde se les hacía torturas para obtener la confesión e imponerles penas que iban desde la multa, el suplicio, la confiscación de bienes, la privación de oficios y cargos, la humillación pública, el encierro perpetuo o la pira para quemar vivos a los reos en los llamados autos de fe.

¿Por qué, si se trata de reparar injusticias históricas, no se les dan beneficios a los pueblos de Latinoamérica por el saqueo de sus riquezas de más de trecientos años?. Eran los tiempos aquellos en que los galeones que cruzaban el océano con sus bodegas ahítas de robo, con lingotes y monedas de metales preciosos, perlas y pedrerías, principalmente, riqueza con la cual los españoles construyeron sus villas, murallas, castillos, palacios y monumentos que son la base del turismo actual, su principal ingreso, pues aún en los tiempos de ahora España vive de los saqueos que hizo en la América indiana.

Si se trata de reparar injusticia deben indemnizar a los tribus aborígenes de América que aún quedan, a quienes sometieron a las brutalidades de la encomienda y la mita minera hasta casi su total exterminio pues a tan sólo quince años del Descubrimiento sólo quedaban en las costas un 20% de la población nativa ante lo cual hubo apenas los clamores de curas moralistas y protectores de indios como el obispo de Chiapas (México) fray Bartolomé de las Casas, el padre Victoria, los frailes jerónimos, el cura Antonio de Montesino, que se alzaron hasta los oídos del rey cuando estaba en vía de extinción la vieja raza.

Si se trata de reparar injusticia del pasado, deben los españoles compensar a los afrodecendientes de América por toda la maldad que hicieron a los negros cazados como animales en los matorrales de África y que en el vientre de los veleros llegaban cargados de cadenas y marcados con herretes a los mercados de esclavos de La Habana, Santo Domingo, Jamaica, Cartagena, Portobelo, etc.

Deben los españoles indemnizar a los descendientes de las tribus africanas desbaratadas por la violencia en la cacería que hacían en sus aldeas como a yolofos, zulúes, bantúes, congos, carabalíes, minas, ararás, biáfaras, balantas, lucumíes, etc.

Hay quienes creen (y yo aparejo mi opinión con ellos) que la reparación histórica en reconocer la nacionalidad española a ciertos apellidos que demuestren ser descendientes de judíos españoles expulsados por los Reyes Católicos, no es más que una estrategia llamativa para que los grandes capitales judíos del mundo sean invertidos en España, para taponar así su caótica economía de bancarrota.

Por Rodolfo Ortega Montero