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Columnista - 16 octubre, 2017

Una noche en Gaira Bogotá con Carlos Vives

Carlos Vives está en ese nivel en el cual si tú lo criticas es envidia y si lo elogias es lambonería. No será más por lo que digas y ni menos por lo mismo, no es que esté por encima del bien y el mal, eso solo Dios, sin embargo, me atrevo a decir que […]

Carlos Vives está en ese nivel en el cual si tú lo criticas es envidia y si lo elogias es lambonería. No será más por lo que digas y ni menos por lo mismo, no es que esté por encima del bien y el mal, eso solo Dios, sin embargo, me atrevo a decir que Carlos es más de lo que nosotros creemos, esa fusión antioqueña con costeño funciona de maravilla, yo siempre dije que me casaría con una antioqueña, pero no fue así. Gaira en Bogotá es un templo de la música y el espectáculo, en una zona exclusiva de Bogotá, no entraré en detalle porque seguramente Juan Rincón Vanegas nos va a sorprender con una de sus genialidades que lo han convertido en el mejor cronista del vallenato, haciendo una descripción exacta de Gaira, solo diré que al estar frente a frente con el público de Gaira volví a sentir lo que experimenté cuando canté por primera y única vez en el Teatro Heredia de Cartagena, siendo Gaira algo sencillo frente al teatro cartagenero.

En Gaira todo funciona como un reloj, dos días antes ya se habían agotado las boletas para ver a los cuatro juglares: Gustavo Gutiérrez, Romualdo Brito, este seguro servidor de ustedes y Luis Egurrola (‘El poeta urbano de San Juan’), a quien los compositores mayores que él, consentimos por ser lo más cerca que tenemos. Yo fui el primero que llegó con una pareja de esposos de Fusagasugá que me llevaron en su camioneta de alta gama, así es que me bajé como toda una estrella con el asombro y admiración de la fila que ya agonizaba, compré una chaqueta de cuero, un sombrero al estilo Carlos Gardel, una camisa blanca y jean, con zapatos brillantes. Me subieron al camerino, un sitio acogedor con un piano bien afinado, algunas fotos, un bar y una mesa de centro hecha con dos tambores. De inmediato empezó a llegar comida que daba miedo, para asombro mío apareció Carlos Vives, me saludó un poco serio y me dijo: ¿Cómo está master? llegó ‘Tavo’ Gutiérrez, parecía un cantante español con su chaqueta y camisa sin corbata, casi enseguida entró Luis Egurrola, con un aspecto de poeta trashumante, su pelo un poco desordenado, una chaqueta ancha pero elegante y, en medio de amigos y parientes, hizo su aparición mi compadre Romualdo acompañado de su esposa Indira De la Cruz, elegantes y sobrios a la vez, muy para la ocasión. Mi compadre Romualdo después de detallarme bien dijo que yo parecía un gánster (carcajadas de los presentes y por supuesto yo), de ahí para allá todo fue alegría, nerviosismo, fotos y más fotos.

Llegó la esposa de Carlos Vives, Claudia Helena Vásquez, impresionante, su belleza sigue intacta, nos permitió tomarnos foto con ella, muy decente, sencilla y cordial. Por su parte, Carlos Huertas Junior se movía de un lado para el otro ágil y preciso, pues tenía a cargo acompañar a los cuatro cantautores, allí estaba su hermano Hugo Huertas, quien fue el empresario contratante. En unas de esas bajadas y subidas, Carlos hizo una aparición en el escenario y las mujeres soltaron un grito en unidad múltiple, aguda y estridente en delirante histeria emocional. Carlos empezó a mostrar su emoción, en eso mi esposa me pidió por un mensaje de WhatsApp desde Valledupar que le pidiera a Carlos Vives un saludo para mi hija Natalia que había cumplido su 15 años y Carlos con gusto accedió y la forma tan sencilla y de buen humor que lo dijo me hizo sentir bien y reír de buena gana, todo el que ve el saludo se ríe.

Poco a poco fui apreciando de manera franca y sencilla, que Vives ama su música, que es uno más de nosotros, siendo lo que es la estrella internacional del vallenato y el Guillermo Buitrago de hoy, el gran puntal de uno de los ángulos del triángulo de la Sierra Nevada. La Guajira, el Cesar y Santa Marta (el Magdalena Grande).

El primero que salió fue Hugo Huertas, el empresario hermano menor de Carlos Huertas, con una voz bien timbrada cantó ‘El cantor de Fonseca’, Vives lo acompañó, canto más; luego Carlos nos fue presentando uno por uno, eso fue apoteósico, que noche por Dios, nunca voy a olvidar aquella noche en Gaira con Carlos Vives. Cuando salí para el hotel, vi una de las chaquetas del astro samario en una urna de cristal con uno de sus tantos Grammy y me dije: “No hay dudas. Carlos Vives es más de lo que nosotros creemos, él es una marca internacional de nuestro país vallenato”.

Por Rosendo Romero Ospino

 

Columnista
16 octubre, 2017

Una noche en Gaira Bogotá con Carlos Vives

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rosendo Romero Ospino

Carlos Vives está en ese nivel en el cual si tú lo criticas es envidia y si lo elogias es lambonería. No será más por lo que digas y ni menos por lo mismo, no es que esté por encima del bien y el mal, eso solo Dios, sin embargo, me atrevo a decir que […]


Carlos Vives está en ese nivel en el cual si tú lo criticas es envidia y si lo elogias es lambonería. No será más por lo que digas y ni menos por lo mismo, no es que esté por encima del bien y el mal, eso solo Dios, sin embargo, me atrevo a decir que Carlos es más de lo que nosotros creemos, esa fusión antioqueña con costeño funciona de maravilla, yo siempre dije que me casaría con una antioqueña, pero no fue así. Gaira en Bogotá es un templo de la música y el espectáculo, en una zona exclusiva de Bogotá, no entraré en detalle porque seguramente Juan Rincón Vanegas nos va a sorprender con una de sus genialidades que lo han convertido en el mejor cronista del vallenato, haciendo una descripción exacta de Gaira, solo diré que al estar frente a frente con el público de Gaira volví a sentir lo que experimenté cuando canté por primera y única vez en el Teatro Heredia de Cartagena, siendo Gaira algo sencillo frente al teatro cartagenero.

En Gaira todo funciona como un reloj, dos días antes ya se habían agotado las boletas para ver a los cuatro juglares: Gustavo Gutiérrez, Romualdo Brito, este seguro servidor de ustedes y Luis Egurrola (‘El poeta urbano de San Juan’), a quien los compositores mayores que él, consentimos por ser lo más cerca que tenemos. Yo fui el primero que llegó con una pareja de esposos de Fusagasugá que me llevaron en su camioneta de alta gama, así es que me bajé como toda una estrella con el asombro y admiración de la fila que ya agonizaba, compré una chaqueta de cuero, un sombrero al estilo Carlos Gardel, una camisa blanca y jean, con zapatos brillantes. Me subieron al camerino, un sitio acogedor con un piano bien afinado, algunas fotos, un bar y una mesa de centro hecha con dos tambores. De inmediato empezó a llegar comida que daba miedo, para asombro mío apareció Carlos Vives, me saludó un poco serio y me dijo: ¿Cómo está master? llegó ‘Tavo’ Gutiérrez, parecía un cantante español con su chaqueta y camisa sin corbata, casi enseguida entró Luis Egurrola, con un aspecto de poeta trashumante, su pelo un poco desordenado, una chaqueta ancha pero elegante y, en medio de amigos y parientes, hizo su aparición mi compadre Romualdo acompañado de su esposa Indira De la Cruz, elegantes y sobrios a la vez, muy para la ocasión. Mi compadre Romualdo después de detallarme bien dijo que yo parecía un gánster (carcajadas de los presentes y por supuesto yo), de ahí para allá todo fue alegría, nerviosismo, fotos y más fotos.

Llegó la esposa de Carlos Vives, Claudia Helena Vásquez, impresionante, su belleza sigue intacta, nos permitió tomarnos foto con ella, muy decente, sencilla y cordial. Por su parte, Carlos Huertas Junior se movía de un lado para el otro ágil y preciso, pues tenía a cargo acompañar a los cuatro cantautores, allí estaba su hermano Hugo Huertas, quien fue el empresario contratante. En unas de esas bajadas y subidas, Carlos hizo una aparición en el escenario y las mujeres soltaron un grito en unidad múltiple, aguda y estridente en delirante histeria emocional. Carlos empezó a mostrar su emoción, en eso mi esposa me pidió por un mensaje de WhatsApp desde Valledupar que le pidiera a Carlos Vives un saludo para mi hija Natalia que había cumplido su 15 años y Carlos con gusto accedió y la forma tan sencilla y de buen humor que lo dijo me hizo sentir bien y reír de buena gana, todo el que ve el saludo se ríe.

Poco a poco fui apreciando de manera franca y sencilla, que Vives ama su música, que es uno más de nosotros, siendo lo que es la estrella internacional del vallenato y el Guillermo Buitrago de hoy, el gran puntal de uno de los ángulos del triángulo de la Sierra Nevada. La Guajira, el Cesar y Santa Marta (el Magdalena Grande).

El primero que salió fue Hugo Huertas, el empresario hermano menor de Carlos Huertas, con una voz bien timbrada cantó ‘El cantor de Fonseca’, Vives lo acompañó, canto más; luego Carlos nos fue presentando uno por uno, eso fue apoteósico, que noche por Dios, nunca voy a olvidar aquella noche en Gaira con Carlos Vives. Cuando salí para el hotel, vi una de las chaquetas del astro samario en una urna de cristal con uno de sus tantos Grammy y me dije: “No hay dudas. Carlos Vives es más de lo que nosotros creemos, él es una marca internacional de nuestro país vallenato”.

Por Rosendo Romero Ospino