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Columnista - 19 mayo, 2017

Una mujer llamada Lidia

“Si habéis juzgado que yo sea fiel al Señor, hospedaos en mi casa”. Hechos 16,15. En ocasión del mes de la mujer y la celebración del día de las Madres; mi esposa Maríamercedes compartió una bonita enseñanza acerca del personaje de Lidia, una comerciante que dio a Dios el primer lugar. En honor de las […]

“Si habéis juzgado que yo sea fiel al Señor, hospedaos en mi casa”. Hechos 16,15.

En ocasión del mes de la mujer y la celebración del día de las Madres; mi esposa Maríamercedes compartió una bonita enseñanza acerca del personaje de Lidia, una comerciante que dio a Dios el primer lugar. En honor de las mujeres y especialmente las madres de la Provincia, retomo algunos apartes.

Es día sábado, en la ciudad de Filipos una mujer camina apresuradamente en dirección al río, donde se celebra una reunión de oración. Su nombre es Lidia. Ella es una persona importante, dirige su propio negocio, importa púrpura, una tela muy costosa que la llevan solamente las personas ricas y de la realeza. Ella es una comerciante exitosa, respetada, vive cómodamente con su familia, es una mujer inteligente, de mente clara, que hace su trabajo con entusiasmo y propósito.

Su trabajo le da muchos contactos con gente importante, su condición de independiente en medio de una cultura de hombres, la hace excepcionalmente interesante. Pero, ella comprende que el éxito personal y comercial no es suficiente, por eso se encuentra de camino al culto de oración.

Aquel día, hay algunos visitantes inesperados, Pablo y Silas, quienes les predican la palabra de Dios, anunciando cómo el Dios de Abraham, había enviado a su hijo Jesucristo para redimir a la gente, trayendo salvación, vida eterna y una nueva perspectiva para la vida humana.

El corazón de Lidia está abierto a las cosas de Dios, escucha con atención porque ansía una más profunda experiencia de fe. Al dar atención a su palabra, Dios puede empezar una nueva obra en ella. La semilla de la palabra ha caído en buena tierra, con el resultado de un nuevo nacimiento. Por fin, había encontrado el punto de unión que faltaba en su experiencia de búsqueda. ¡El lazo de una fe personal en Jesucristo! Testificando públicamente de su fe, es bautizada y empieza a compartir abiertamente de su fe en Cristo.

Esta nueva convertida, atrae a otros a la fe, comenzando por su propia casa. Estos escuchan la palabra y también creen, confirmando su fe por medio del bautismo. Así nace la primera iglesia en Filipos y de esa manera se cumple la dirección de Dios para predicar el Evangelio en la región de Macedonia, llegando a Europa. ¡Un nuevo continente se abre al Evangelio, por medio de Lidia!

Ser cristiano es un asunto muy práctico para Lidia, no se hace ministro ni entra a una comunidad religiosa; permanece en su ocupación de comerciante. Sin embargo, glorifica a su Salvador, consagrándole su vida, sus negocios, sus posesiones y manteniendo en su quehacer diario la perspectiva del servicio a Cristo. Lo primero que consagra es su propia casa. No se avergüenza del Evangelio, ni siquiera cuando pablo y Silas, azotados y heridos, vuelven de la prisión, donde habían sido puestos.

Podemos decir, que esta preciosa mujer que pudo imprimir el mensaje de los apóstoles a su familia, tuvo un éxito igual al compartirlo con sus clientes en toda la región. Lidia seguirá vendiendo púrpura para la honra de Dios, pues Dios está en el primer lugar de su lista de prioridades.

Las Buenas Nuevas son esparcidas rápidamente desde esta ciudad comercial y desde la casa de Lidia, saldrán no solamente fardos de púrpura, sino también paquetes del Evangelio Eterno.

Algunos años más tarde, Pablo escribe desde una prisión, mencionando a las mujeres que trabajaron ardientemente con él en la expansión del Evangelio; probablemente, estaría pensando también en Lidia y las mujeres que conoció en su casa.

A Lidia se le confió mucho en todos los sentidos. Pero, se convierte para nosotros, en un símbolo de lo que Dios puede hacer con una persona que se atreve a ponerle a él en el primer lugar de su vida.

Amados lectores, aprendamos de Lidia, la lección de la búsqueda del Señor y la hospitalidad. Considerémonos mayordomos de las posesiones materiales que Dios nos ha confiado y abramos nuestras casas y nuestro corazón a su palabra bendita que cambia y transforma vidas.

Abrazos y muchas bendiciones en Cristo. ¡Feliz mes!

Por Valerio Mejía Araujo

 

Columnista
19 mayo, 2017

Una mujer llamada Lidia

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Valerio Mejía Araújo

“Si habéis juzgado que yo sea fiel al Señor, hospedaos en mi casa”. Hechos 16,15. En ocasión del mes de la mujer y la celebración del día de las Madres; mi esposa Maríamercedes compartió una bonita enseñanza acerca del personaje de Lidia, una comerciante que dio a Dios el primer lugar. En honor de las […]


“Si habéis juzgado que yo sea fiel al Señor, hospedaos en mi casa”. Hechos 16,15.

En ocasión del mes de la mujer y la celebración del día de las Madres; mi esposa Maríamercedes compartió una bonita enseñanza acerca del personaje de Lidia, una comerciante que dio a Dios el primer lugar. En honor de las mujeres y especialmente las madres de la Provincia, retomo algunos apartes.

Es día sábado, en la ciudad de Filipos una mujer camina apresuradamente en dirección al río, donde se celebra una reunión de oración. Su nombre es Lidia. Ella es una persona importante, dirige su propio negocio, importa púrpura, una tela muy costosa que la llevan solamente las personas ricas y de la realeza. Ella es una comerciante exitosa, respetada, vive cómodamente con su familia, es una mujer inteligente, de mente clara, que hace su trabajo con entusiasmo y propósito.

Su trabajo le da muchos contactos con gente importante, su condición de independiente en medio de una cultura de hombres, la hace excepcionalmente interesante. Pero, ella comprende que el éxito personal y comercial no es suficiente, por eso se encuentra de camino al culto de oración.

Aquel día, hay algunos visitantes inesperados, Pablo y Silas, quienes les predican la palabra de Dios, anunciando cómo el Dios de Abraham, había enviado a su hijo Jesucristo para redimir a la gente, trayendo salvación, vida eterna y una nueva perspectiva para la vida humana.

El corazón de Lidia está abierto a las cosas de Dios, escucha con atención porque ansía una más profunda experiencia de fe. Al dar atención a su palabra, Dios puede empezar una nueva obra en ella. La semilla de la palabra ha caído en buena tierra, con el resultado de un nuevo nacimiento. Por fin, había encontrado el punto de unión que faltaba en su experiencia de búsqueda. ¡El lazo de una fe personal en Jesucristo! Testificando públicamente de su fe, es bautizada y empieza a compartir abiertamente de su fe en Cristo.

Esta nueva convertida, atrae a otros a la fe, comenzando por su propia casa. Estos escuchan la palabra y también creen, confirmando su fe por medio del bautismo. Así nace la primera iglesia en Filipos y de esa manera se cumple la dirección de Dios para predicar el Evangelio en la región de Macedonia, llegando a Europa. ¡Un nuevo continente se abre al Evangelio, por medio de Lidia!

Ser cristiano es un asunto muy práctico para Lidia, no se hace ministro ni entra a una comunidad religiosa; permanece en su ocupación de comerciante. Sin embargo, glorifica a su Salvador, consagrándole su vida, sus negocios, sus posesiones y manteniendo en su quehacer diario la perspectiva del servicio a Cristo. Lo primero que consagra es su propia casa. No se avergüenza del Evangelio, ni siquiera cuando pablo y Silas, azotados y heridos, vuelven de la prisión, donde habían sido puestos.

Podemos decir, que esta preciosa mujer que pudo imprimir el mensaje de los apóstoles a su familia, tuvo un éxito igual al compartirlo con sus clientes en toda la región. Lidia seguirá vendiendo púrpura para la honra de Dios, pues Dios está en el primer lugar de su lista de prioridades.

Las Buenas Nuevas son esparcidas rápidamente desde esta ciudad comercial y desde la casa de Lidia, saldrán no solamente fardos de púrpura, sino también paquetes del Evangelio Eterno.

Algunos años más tarde, Pablo escribe desde una prisión, mencionando a las mujeres que trabajaron ardientemente con él en la expansión del Evangelio; probablemente, estaría pensando también en Lidia y las mujeres que conoció en su casa.

A Lidia se le confió mucho en todos los sentidos. Pero, se convierte para nosotros, en un símbolo de lo que Dios puede hacer con una persona que se atreve a ponerle a él en el primer lugar de su vida.

Amados lectores, aprendamos de Lidia, la lección de la búsqueda del Señor y la hospitalidad. Considerémonos mayordomos de las posesiones materiales que Dios nos ha confiado y abramos nuestras casas y nuestro corazón a su palabra bendita que cambia y transforma vidas.

Abrazos y muchas bendiciones en Cristo. ¡Feliz mes!

Por Valerio Mejía Araujo