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Columnista - 31 julio, 2015

Un mango y una jarra con agua por 100 gramos de oro

Luis, un joven de 18 años. Sus padres, dos afortunados que heredaron tierras en el Cesar y La Guajira. Todas sus tierras eran apetecidas por las calidades que ofrecían. En el 2012, año de nacimiento de Luis; María, su madre, comenzaba a sufrir delirio de persecución, consecuencia del susto vivido en una finca cerca a […]

Luis, un joven de 18 años. Sus padres, dos afortunados que heredaron tierras en el Cesar y La Guajira. Todas sus tierras eran apetecidas por las calidades que ofrecían.

En el 2012, año de nacimiento de Luis; María, su madre, comenzaba a sufrir delirio de persecución, consecuencia del susto vivido en una finca cerca a Manaure. Decidieron vender todas las tierras, vislumbrando que a Juan Manuel Santos le quedarían grandes las cosas. Aprovechando la calidad y evitando la desvalorización por especulación, las ofreció a los terratenientes de su círculo social. Recibieron buenas ofertas, pero la subasta la ganaron empresas mineras al triplicar las propuestas. Don Mario, el esposo, pensando solo en el signo peso, no despreció ninguna y las vendió todas.

El dinero lo invirtieron en CDT y se dedicaron a vivir de la capitalización mensual. Decidieron no volver a trabajar y vivir como buenos pensionados. Con el pasar del tiempo dejaron de ser útiles para la sociedad y se sumergieron en una falsa tranquilidad, que después de siete años los hizo caer en alcoholismo y enfermedades degenerativas, producto de la depresión y del no hacer nada. Todos los ingresos percibidos eran consumidos en lujos, viajes y restaurantes.

El alimento se encarecía año tras año y ya no consumían frutas como en sus tierras. Ni siquiera podían disfrutar los mangos de los palos sembrados en bulevares, en las avenidas de Valledupar; porque habían dejado de dar frutos por la recolección indiscriminada, aun estando biches.
Quisieron volver a comprar tierras, para cultivar su propio alimento, pero la mayoría, explotadas por las minas ya no eran útiles; otras estaban sembradas con palma o produciendo para el exterior y las pocas que quedaban valían 100 veces más que cuando ellos vendieron.

Al reconocer el error, aumentaron sus penas, hasta tomar la decisión de dar punto final. Como ya no estarían, arreglaron todo para garantizarle bienestar, protección, asistencia y educación a su hijo, hasta sus 18 años.
Siendo las 4:30 p.m. del dos de octubre del año 2030, después de recibir su herencia, Luis solo pide deleitarse con un fresco mango manzana y empinarse de una jarra con agua pura, extraída de un manantial, y para ello esta dispuesto a pagar hasta 100 gramos de oro o su equivalente en pesos.
Que no le pase a usted, ni a sus hijos, ni a la descendencia de sus hijos, ni a la descendencia de los hijos de sus hijos, ni…

Por Armando Javier López Sierra
@arjalosie

Columnista
31 julio, 2015

Un mango y una jarra con agua por 100 gramos de oro

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.

Luis, un joven de 18 años. Sus padres, dos afortunados que heredaron tierras en el Cesar y La Guajira. Todas sus tierras eran apetecidas por las calidades que ofrecían. En el 2012, año de nacimiento de Luis; María, su madre, comenzaba a sufrir delirio de persecución, consecuencia del susto vivido en una finca cerca a […]


Luis, un joven de 18 años. Sus padres, dos afortunados que heredaron tierras en el Cesar y La Guajira. Todas sus tierras eran apetecidas por las calidades que ofrecían.

En el 2012, año de nacimiento de Luis; María, su madre, comenzaba a sufrir delirio de persecución, consecuencia del susto vivido en una finca cerca a Manaure. Decidieron vender todas las tierras, vislumbrando que a Juan Manuel Santos le quedarían grandes las cosas. Aprovechando la calidad y evitando la desvalorización por especulación, las ofreció a los terratenientes de su círculo social. Recibieron buenas ofertas, pero la subasta la ganaron empresas mineras al triplicar las propuestas. Don Mario, el esposo, pensando solo en el signo peso, no despreció ninguna y las vendió todas.

El dinero lo invirtieron en CDT y se dedicaron a vivir de la capitalización mensual. Decidieron no volver a trabajar y vivir como buenos pensionados. Con el pasar del tiempo dejaron de ser útiles para la sociedad y se sumergieron en una falsa tranquilidad, que después de siete años los hizo caer en alcoholismo y enfermedades degenerativas, producto de la depresión y del no hacer nada. Todos los ingresos percibidos eran consumidos en lujos, viajes y restaurantes.

El alimento se encarecía año tras año y ya no consumían frutas como en sus tierras. Ni siquiera podían disfrutar los mangos de los palos sembrados en bulevares, en las avenidas de Valledupar; porque habían dejado de dar frutos por la recolección indiscriminada, aun estando biches.
Quisieron volver a comprar tierras, para cultivar su propio alimento, pero la mayoría, explotadas por las minas ya no eran útiles; otras estaban sembradas con palma o produciendo para el exterior y las pocas que quedaban valían 100 veces más que cuando ellos vendieron.

Al reconocer el error, aumentaron sus penas, hasta tomar la decisión de dar punto final. Como ya no estarían, arreglaron todo para garantizarle bienestar, protección, asistencia y educación a su hijo, hasta sus 18 años.
Siendo las 4:30 p.m. del dos de octubre del año 2030, después de recibir su herencia, Luis solo pide deleitarse con un fresco mango manzana y empinarse de una jarra con agua pura, extraída de un manantial, y para ello esta dispuesto a pagar hasta 100 gramos de oro o su equivalente en pesos.
Que no le pase a usted, ni a sus hijos, ni a la descendencia de sus hijos, ni a la descendencia de los hijos de sus hijos, ni…

Por Armando Javier López Sierra
@arjalosie