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Crónica - 29 septiembre, 2011

Últimos momentos de la vida de Consuelo Araujo

10 años de su partida: Por Juan Rincón Vanegas [email protected] Pasados 10 años del asesinato de la ex ministra de cultura, Consuelo Araujonoguera, su última acompañante en el calvario del secuestro, que se inició el 24 de septiembre de 2001 en la vía de Valledupar al corregimiento de Patillal, accedió a contar detalles de ese […]

10 años de su partida:

Por Juan Rincón Vanegas
[email protected]

Pasados 10 años del asesinato de la ex ministra de cultura, Consuelo Araujonoguera, su última acompañante en el calvario del secuestro, que se inició el 24 de septiembre de 2001 en la vía de Valledupar al corregimiento de Patillal, accedió a contar detalles de ese hecho que culminó con su muerte, cinco días después, en el sitio conocido como ‘La nevadita’.
Luz Stella Molina Mejía, hermana del acordeonero Gonzalo Arturo ‘El Cocha’ Molina, nunca quiso dar entrevistas, hasta hoy que amablemente habló de ese caso que conmovió al país.
“Todo comenzó cuando veníamos de Patillal, de los actos religiosos de la Virgen de las Mercedes y como a eso de las 3:40 de la tarde había un retén de la guerrilla y nos llevaron a varias personas. Desde ese momento comenzamos a rezar y Consuelo decía que nos encomendáramos a Dios. Ella oraba y oraba, con el rosario en la mano. Siempre asumió una postura espiritual y oraba lo siguiente; “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí” y nos animaba a repetirla.
También nos decía que a nosotros los que la acompañábamos, nos iban a liberar primero, pero ella se quedaba un tiempo porque lo de ella era político”.
Enseguida Luz Stella pone en fila sus pensamientos e indica que en el vehículo oficial donde junto con ella iban seis personas, entre ellas su sobrina, Paola Molina; Cecilia ‘La Polla’ Monsalvo, Consuelo Araujo y Onésimo, el chofer, pasaron por La Mina, donde hicieron una parada.
“Nos bajamos del carro y Consuelo sentada en una piedra empezó a escribir en su agenda una nota donde relató algo de lo que había pasado hasta el momento. También comenzó a arrancar hojas y a masticárselas y los arrojaba a un lado. En ese momento llegó una guerrillera a revisar los objetos que teníamos y ella me dijo que tenía un celular con números importantes de personalidades del país. Me lo pasó y lo escondí en el pantalón. Al frente de donde estábamos había una casita y pedí el favor de que me dejaran ir al baño. Una guerrillera me llevó, entré al sanitario que estaba en el patio de la modesta casita, cerré la puerta y arrojé el celular dentro del bacinete.
Después volvimos a continuar el recorrido, pasamos por un lado de Atánquez y llegamos a Guatapurí, donde nos quedamos esa noche metidos en el carro. Nos turnábamos para dormir un rato en el baúl del carro. ‘La Polla’ iba adelante y ahí estuvo. Como a las 7:00 de la mañana nos llevaron una ‘ollona’ de tinto y todos tomamos. Ella dijo que estaba sabroso porque le gustaba pasado de azúcar.
De ahí en adelante si nos tocó caminar y caminar, pero al cabo rato de estarlo haciendo ‘La Polla’, al tener que subir una montaña  no pudo más y fue dejada a la vera del camino. La propia Consuelo al ver la dificultad de ‘La Polla’, pidió la dejaran porque no había medios para que continuara con nosotros. “Polla, quédate ahí, no te muevas. Llévamele saludos a todos, diles que estoy bien”, le dijo Consuelo”.
Más adelante, relata Luz Stella que a las mujeres las montaron en unas mulas y a ‘La Cacica’ se le perdió un zapato y un arete que tenía años de tenerlo. Eso le dolió mucho. Pero, atrás había quedado la promesa de cocinar unos espaguetis porque los hacía deliciosos y a su familia le encantaban.
“Después, cuando el Ejército Nacional estaba cerca nos escondieron debajo de unas piedras porque el bombardeo era grande y enseguida nos tocó andar mucho tiempo. Todos estábamos agotados y no comíamos, solo tomábamos agua y comíamos panela. En los últimos días a ella le estaban saliendo unas manchas rojas en las piernas y el agotamiento era visible. Tosía mucho, esgarraba sangre y estaba mal del estómago. En medio de esa zozobra nos hicieron poner un camuflado. Como anécdota, para ninguna de las dos hubo botas talla 40, entonces nos pusieron en los pies hojas de frailejón y plátano, y encima las medias. Así anduvimos mucho tiempo.
Siempre nos manifestaba que a nosotros nos iban a liberar primero y entonces, en una de esas ocasiones, nos dieron un viejo cuaderno para que pusiéramos las cosas que necesitábamos y ella decidió empezar a escribirle algo a su esposo Edgardo y me dijo que lo guardara para llevárselo. No alcanzó a escribir mucho porque llegaron a buscar el pedido. Lo último que escribió fue una pequeña nota donde estaba la fecha y decía: “Pechi (así llamaba a Edgardo), no te preocupes”.
También me recomendó que les dijera algunas cosas a la familia, insistió en que les indicara que en la última gaveta de su closet, estaban los planos del Parque de la Leyenda Vallenata, y que no le descuidaran las matas y otras cosas”, manifestó Luz Stella.

La gran adoración, sus hijos

En medio del relato sucedido a pocos metros de la casa donde últimamente vivió ‘La Cacica’ en el barrio Novalito de Valledupar, Luz Stella, hace una parada para recordar que ella amaba a sus hijos por encima de todo.
“Cuando hablaba de sus hijos la emoción era inmensa. De cada uno fue dando su concepto. Nandito, me mira y yo sé lo que me va a decir porque lo conozco mucho. Es el hijo amigo y el hermano mayor. Andrés, el intelectual; Ricardo, el campesino agricultor; María Mercedes, la bohemia; Rodolfo, mi alma noble y Edgardo José ‘Mi cuchi’, igualito a su papá en todo”.

Vuelve a recordar los últimos instantes de ‘La Cacica’, no podía caminar más porque estaba muy débil y entonces la llevaban en una hamaca. Esa noche mientras descansábamos nos dijeron que teníamos que partir enseguida, porque se sentía cerca el bombardeo y nos llevaron a ambas, porque ella me agarraba y no me soltaba. Entonces, un guerrillero la cargó y la separó de mí. Ella, volteaba la cabeza y me miraba como llamándome, hasta que en una curva la perdí de vista; cuando la volví a ver fue en un féretro”.

Crónica
29 septiembre, 2011

Últimos momentos de la vida de Consuelo Araujo

10 años de su partida: Por Juan Rincón Vanegas [email protected] Pasados 10 años del asesinato de la ex ministra de cultura, Consuelo Araujonoguera, su última acompañante en el calvario del secuestro, que se inició el 24 de septiembre de 2001 en la vía de Valledupar al corregimiento de Patillal, accedió a contar detalles de ese […]


10 años de su partida:

Por Juan Rincón Vanegas
[email protected]

Pasados 10 años del asesinato de la ex ministra de cultura, Consuelo Araujonoguera, su última acompañante en el calvario del secuestro, que se inició el 24 de septiembre de 2001 en la vía de Valledupar al corregimiento de Patillal, accedió a contar detalles de ese hecho que culminó con su muerte, cinco días después, en el sitio conocido como ‘La nevadita’.
Luz Stella Molina Mejía, hermana del acordeonero Gonzalo Arturo ‘El Cocha’ Molina, nunca quiso dar entrevistas, hasta hoy que amablemente habló de ese caso que conmovió al país.
“Todo comenzó cuando veníamos de Patillal, de los actos religiosos de la Virgen de las Mercedes y como a eso de las 3:40 de la tarde había un retén de la guerrilla y nos llevaron a varias personas. Desde ese momento comenzamos a rezar y Consuelo decía que nos encomendáramos a Dios. Ella oraba y oraba, con el rosario en la mano. Siempre asumió una postura espiritual y oraba lo siguiente; “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí” y nos animaba a repetirla.
También nos decía que a nosotros los que la acompañábamos, nos iban a liberar primero, pero ella se quedaba un tiempo porque lo de ella era político”.
Enseguida Luz Stella pone en fila sus pensamientos e indica que en el vehículo oficial donde junto con ella iban seis personas, entre ellas su sobrina, Paola Molina; Cecilia ‘La Polla’ Monsalvo, Consuelo Araujo y Onésimo, el chofer, pasaron por La Mina, donde hicieron una parada.
“Nos bajamos del carro y Consuelo sentada en una piedra empezó a escribir en su agenda una nota donde relató algo de lo que había pasado hasta el momento. También comenzó a arrancar hojas y a masticárselas y los arrojaba a un lado. En ese momento llegó una guerrillera a revisar los objetos que teníamos y ella me dijo que tenía un celular con números importantes de personalidades del país. Me lo pasó y lo escondí en el pantalón. Al frente de donde estábamos había una casita y pedí el favor de que me dejaran ir al baño. Una guerrillera me llevó, entré al sanitario que estaba en el patio de la modesta casita, cerré la puerta y arrojé el celular dentro del bacinete.
Después volvimos a continuar el recorrido, pasamos por un lado de Atánquez y llegamos a Guatapurí, donde nos quedamos esa noche metidos en el carro. Nos turnábamos para dormir un rato en el baúl del carro. ‘La Polla’ iba adelante y ahí estuvo. Como a las 7:00 de la mañana nos llevaron una ‘ollona’ de tinto y todos tomamos. Ella dijo que estaba sabroso porque le gustaba pasado de azúcar.
De ahí en adelante si nos tocó caminar y caminar, pero al cabo rato de estarlo haciendo ‘La Polla’, al tener que subir una montaña  no pudo más y fue dejada a la vera del camino. La propia Consuelo al ver la dificultad de ‘La Polla’, pidió la dejaran porque no había medios para que continuara con nosotros. “Polla, quédate ahí, no te muevas. Llévamele saludos a todos, diles que estoy bien”, le dijo Consuelo”.
Más adelante, relata Luz Stella que a las mujeres las montaron en unas mulas y a ‘La Cacica’ se le perdió un zapato y un arete que tenía años de tenerlo. Eso le dolió mucho. Pero, atrás había quedado la promesa de cocinar unos espaguetis porque los hacía deliciosos y a su familia le encantaban.
“Después, cuando el Ejército Nacional estaba cerca nos escondieron debajo de unas piedras porque el bombardeo era grande y enseguida nos tocó andar mucho tiempo. Todos estábamos agotados y no comíamos, solo tomábamos agua y comíamos panela. En los últimos días a ella le estaban saliendo unas manchas rojas en las piernas y el agotamiento era visible. Tosía mucho, esgarraba sangre y estaba mal del estómago. En medio de esa zozobra nos hicieron poner un camuflado. Como anécdota, para ninguna de las dos hubo botas talla 40, entonces nos pusieron en los pies hojas de frailejón y plátano, y encima las medias. Así anduvimos mucho tiempo.
Siempre nos manifestaba que a nosotros nos iban a liberar primero y entonces, en una de esas ocasiones, nos dieron un viejo cuaderno para que pusiéramos las cosas que necesitábamos y ella decidió empezar a escribirle algo a su esposo Edgardo y me dijo que lo guardara para llevárselo. No alcanzó a escribir mucho porque llegaron a buscar el pedido. Lo último que escribió fue una pequeña nota donde estaba la fecha y decía: “Pechi (así llamaba a Edgardo), no te preocupes”.
También me recomendó que les dijera algunas cosas a la familia, insistió en que les indicara que en la última gaveta de su closet, estaban los planos del Parque de la Leyenda Vallenata, y que no le descuidaran las matas y otras cosas”, manifestó Luz Stella.

La gran adoración, sus hijos

En medio del relato sucedido a pocos metros de la casa donde últimamente vivió ‘La Cacica’ en el barrio Novalito de Valledupar, Luz Stella, hace una parada para recordar que ella amaba a sus hijos por encima de todo.
“Cuando hablaba de sus hijos la emoción era inmensa. De cada uno fue dando su concepto. Nandito, me mira y yo sé lo que me va a decir porque lo conozco mucho. Es el hijo amigo y el hermano mayor. Andrés, el intelectual; Ricardo, el campesino agricultor; María Mercedes, la bohemia; Rodolfo, mi alma noble y Edgardo José ‘Mi cuchi’, igualito a su papá en todo”.

Vuelve a recordar los últimos instantes de ‘La Cacica’, no podía caminar más porque estaba muy débil y entonces la llevaban en una hamaca. Esa noche mientras descansábamos nos dijeron que teníamos que partir enseguida, porque se sentía cerca el bombardeo y nos llevaron a ambas, porque ella me agarraba y no me soltaba. Entonces, un guerrillero la cargó y la separó de mí. Ella, volteaba la cabeza y me miraba como llamándome, hasta que en una curva la perdí de vista; cuando la volví a ver fue en un féretro”.