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Columnista - 29 enero, 2012

Todo es todo

Por: Luis Rafael Nieto Pardo nietopardoluisrafael@latinmail.com El  pasado sábado se cumplieron 16 años de la muerte de uno de los guerreros y toderos mas gallardos y completos que jamás haya conocido. A pesar de su escasa ilustración en las aulas (apenas curso hasta el 5º de primaria en una escuela de su natal Mompós, este […]

Por: Luis Rafael Nieto Pardo
nietopardoluisrafael@latinmail.com

El  pasado sábado se cumplieron 16 años de la muerte de uno de los guerreros y toderos mas gallardos y completos que jamás haya conocido.

A pesar de su escasa ilustración en las aulas (apenas curso hasta el 5º de primaria en una escuela de su natal Mompós, este viejo, mi querido viejo, se la sabía todas y las que no, las inventaba; así de sencillo, pero nunca rendirse. Sencilla y llanamente (como reza la vieja muletilla que le aprendí a Guille Oliveros para salir del paso en los alegatos ante funcionarios en las estrados judiciales), mi viejo era un “duro de vencer”.
A pesar del esfuerzo mental., no recuerdo haberle oído jamás decir que algo le quedara grande o que no se pudiera hacer o arreglar. Desde componer un verso rimado con picardía, conseguir rudimentaria máquina de hacer helados   para después salir a venderlos por todo el pueblo empujando en una carretilla, bajo el sol canicular; o de igual manera cargar  en el  mismo transporte una caja de cartón llena de zapatos de tacón hueso que ya no tenían demanda en la comunidad femenina o sencillamente la moda había avanzado dejándolos rezagados. De todas maneras a esas alturas de la lucha diaria por la  subsistencia, y siendo yo apenas un mozalbete delgado  (no flaco), ya participaba de la dura larga faena del periplo por todo el pueblo, o bien sirviendo de voceador y tesorero, o en veces y en pequeños tramos ayudando a mi padre en la conducción de la carreta. Bien recuerdo, como si ayer hubiera sido, que para mí no había emoción más grande  y placentera que ver la cara de satisfacción del viejo al regresar a casa con la caja vacía y darle cuentas a mi madre del éxito de la  extenuante jornada y del jugoso producido; y qué decir de sus fuertes pero cariñosas expresiones de agradecimiento al imberbe copiloto,   alborotándome la indómita melena con sus largas, huesudos y fuertes manos trabajadoras como remos de competencia (antes hubiera dicho canaletes); pero además, ensalzándome como un verraquito y lo orgulloso que se sentía de su único varón en el matrimonio.  Por gloria de Dios, hoy la historia se repite y yo también  cuento orgulloso con mi único varón.

Pero allí no para la cosa;  pues les cuento que también aprendí y aun conservo la costumbre de escuchar radio en horas de la madrugada; y para que el hermoso recuerdo de mi viejo sea más cercano a la realidad histórica, desde muchos, muchos años, logré comprar una hermosa réplica de un radio General Electric, que la empresa sacó al mercado por motivo del 60 aniversario de su invención, una limitada cantidad de aquellos hermosos aparatos que sigue siendo pieza fundamental y prioritaria en el entorno de la sala de mi hogar.

Y qué decir de su esmero y dedicación de satisfacer las necesidades y preocupaciones de los humildes campesinos(as) o encopetados e ilustres vecinos o personajes que llegaban a casa a requerir los modestos servicios de su ingenio para arreglar algún aparato, coser algún maletín roto o colocarle una corredera; elaborar rústicas lámparas de mecha con recipientes de frascos de diferentes tamaños y colores;  o ayudar a mi madre en sus labores de modistería, forrando hebillas o botones;  o en ocasiones poniéndose al frente de los cobros a los deudores y deudoras morosas;  o que tal aquella vez que se le dio por incursionar en un pequeño y próspero negocio de prestar pequeñas sumas de dinero a bajos intereses;  negocio que a la final resultó un fiasco porque el viejo perdió la fuerza y aun conservo en el baúl de los recuerdos el viejo cuaderno con los apuntes de algunos préstamos a “amigos” que se olvidaron de cancelar.

Son tantas y tantas facetas que manejó mi querido viejo a pesar de su escasa preparación, que de verdad resultaría prolijo enumerarlas en tan corto espacio; pero lo que sí es cierto, es que no me cansaré de sentirme orgulloso de haber sido engendrado por el “todero” más completo que he conocido, sin demeritar a McGiver.  Algo para recordar y practicar: “la culpa engendra la pena, pena que a nadie detiene, sólo quien honra no tiene, puede jugar con la ajena!”

Columnista
29 enero, 2012

Todo es todo

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Rafael Nieto Pardo

Por: Luis Rafael Nieto Pardo nietopardoluisrafael@latinmail.com El  pasado sábado se cumplieron 16 años de la muerte de uno de los guerreros y toderos mas gallardos y completos que jamás haya conocido. A pesar de su escasa ilustración en las aulas (apenas curso hasta el 5º de primaria en una escuela de su natal Mompós, este […]


Por: Luis Rafael Nieto Pardo
nietopardoluisrafael@latinmail.com

El  pasado sábado se cumplieron 16 años de la muerte de uno de los guerreros y toderos mas gallardos y completos que jamás haya conocido.

A pesar de su escasa ilustración en las aulas (apenas curso hasta el 5º de primaria en una escuela de su natal Mompós, este viejo, mi querido viejo, se la sabía todas y las que no, las inventaba; así de sencillo, pero nunca rendirse. Sencilla y llanamente (como reza la vieja muletilla que le aprendí a Guille Oliveros para salir del paso en los alegatos ante funcionarios en las estrados judiciales), mi viejo era un “duro de vencer”.
A pesar del esfuerzo mental., no recuerdo haberle oído jamás decir que algo le quedara grande o que no se pudiera hacer o arreglar. Desde componer un verso rimado con picardía, conseguir rudimentaria máquina de hacer helados   para después salir a venderlos por todo el pueblo empujando en una carretilla, bajo el sol canicular; o de igual manera cargar  en el  mismo transporte una caja de cartón llena de zapatos de tacón hueso que ya no tenían demanda en la comunidad femenina o sencillamente la moda había avanzado dejándolos rezagados. De todas maneras a esas alturas de la lucha diaria por la  subsistencia, y siendo yo apenas un mozalbete delgado  (no flaco), ya participaba de la dura larga faena del periplo por todo el pueblo, o bien sirviendo de voceador y tesorero, o en veces y en pequeños tramos ayudando a mi padre en la conducción de la carreta. Bien recuerdo, como si ayer hubiera sido, que para mí no había emoción más grande  y placentera que ver la cara de satisfacción del viejo al regresar a casa con la caja vacía y darle cuentas a mi madre del éxito de la  extenuante jornada y del jugoso producido; y qué decir de sus fuertes pero cariñosas expresiones de agradecimiento al imberbe copiloto,   alborotándome la indómita melena con sus largas, huesudos y fuertes manos trabajadoras como remos de competencia (antes hubiera dicho canaletes); pero además, ensalzándome como un verraquito y lo orgulloso que se sentía de su único varón en el matrimonio.  Por gloria de Dios, hoy la historia se repite y yo también  cuento orgulloso con mi único varón.

Pero allí no para la cosa;  pues les cuento que también aprendí y aun conservo la costumbre de escuchar radio en horas de la madrugada; y para que el hermoso recuerdo de mi viejo sea más cercano a la realidad histórica, desde muchos, muchos años, logré comprar una hermosa réplica de un radio General Electric, que la empresa sacó al mercado por motivo del 60 aniversario de su invención, una limitada cantidad de aquellos hermosos aparatos que sigue siendo pieza fundamental y prioritaria en el entorno de la sala de mi hogar.

Y qué decir de su esmero y dedicación de satisfacer las necesidades y preocupaciones de los humildes campesinos(as) o encopetados e ilustres vecinos o personajes que llegaban a casa a requerir los modestos servicios de su ingenio para arreglar algún aparato, coser algún maletín roto o colocarle una corredera; elaborar rústicas lámparas de mecha con recipientes de frascos de diferentes tamaños y colores;  o ayudar a mi madre en sus labores de modistería, forrando hebillas o botones;  o en ocasiones poniéndose al frente de los cobros a los deudores y deudoras morosas;  o que tal aquella vez que se le dio por incursionar en un pequeño y próspero negocio de prestar pequeñas sumas de dinero a bajos intereses;  negocio que a la final resultó un fiasco porque el viejo perdió la fuerza y aun conservo en el baúl de los recuerdos el viejo cuaderno con los apuntes de algunos préstamos a “amigos” que se olvidaron de cancelar.

Son tantas y tantas facetas que manejó mi querido viejo a pesar de su escasa preparación, que de verdad resultaría prolijo enumerarlas en tan corto espacio; pero lo que sí es cierto, es que no me cansaré de sentirme orgulloso de haber sido engendrado por el “todero” más completo que he conocido, sin demeritar a McGiver.  Algo para recordar y practicar: “la culpa engendra la pena, pena que a nadie detiene, sólo quien honra no tiene, puede jugar con la ajena!”