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Columnista - 6 septiembre, 2017

Septiembre: mes del patrimonio histórico

Este mes se escuchará mucho la palabra “Patrimonio Histórico”, pero ¿qué es eso? Tengo la seguridad que muchos vallenatos no saben qué es un patrimonio. Una de las definiciones objetivas de “Patrimonio” es aquella que encontramos en el diccionario de la Real Academia de la Lengua: “Patrimonio: Hacienda que una persona hereda de sus ascendientes, […]

Este mes se escuchará mucho la palabra “Patrimonio Histórico”, pero ¿qué es eso? Tengo la seguridad que muchos vallenatos no saben qué es un patrimonio. Una de las definiciones objetivas de “Patrimonio” es aquella que encontramos en el diccionario de la Real Academia de la Lengua: “Patrimonio: Hacienda que una persona hereda de sus ascendientes, bienes propios adquiridos por cualquier título”.

Generalmente, desconocemos la responsabilidad que tenemos sobre la permanencia y conservación de nuestro patrimonio histórico. Frente a esta realidad es imperante hacer una profunda reflexión sobre el futuro de nuestro patrimonio edificado y el rol que deben jugar los institutos de cultura y los entes que velan por la conservación de éste.

El patrimonio es el camino cierto de nuestras propias afirmaciones como identidad cultural. Nuestro patrimonio pues, son los múltiples patrimonios que poseemos. Las referencias de pertenencias y de afirmación cultural, que encierra el patrimonio tangible, son testimonios de la riqueza de una historia llena de aciertos y errores, la cual incorpora y decanta procesos culturales y modos de vida riquísimos.

Larga y penosa ha sido en Valledupar la lucha de unos pocos por preservar el patrimonio. Y el obstáculo mayor, todavía no superado es la violación permanente de las reglamentaciones para proteger los bienes, muebles o inmuebles.

Muchas pérdidas irreparables hemos tenido al respecto en nuestra ciudad, como la destrucción del convento Santo Domingo, la antigua Alcaldía Municipal, la antigua Cárcel del Mamón.

Podríamos decir que en la Plaza Alfonso López se ha perdido en parte sus rasgos caracterizantes, por una sucesión de pronto descontrolada de intervenciones de diversas índoles y procedencia. Por ejemplo, muchas de las casas que rodean la Plaza Alfonso López y las calles adyacentes entremezclando todo tipo de actividades.

La conservación de nuestro patrimonio ha corrido por cuenta de nadie, qué lástima, nunca hemos sido celosos de nuestro patrimonio. La única muestra reciente de la importancia que se la ha dado a nuestro patrimonio arquitectónico la tenemos en la restauración de la Iglesia La Concepción, cuyo rescate fue impulsado por quien fuera nuestra Ministra de la Cultura, Consuelo Araujo Noguera, y por cierto, quedó hermosa.

Desde mi punto de vista de vallenato y arquitecto, pienso que todo edificio intervenido constituye una nueva realidad cultural, llámese esta intervención, restauración, remodelación o como se quiera llamar. Por lo pronto, debemos respetar nuestro patrimonio.

Sin embargo, opino que la conservación de nuestro patrimonio histórico debe mirarse con un criterio de fomento turístico, así como se mira nuestro patrimonio cultural y folclórico, y en este sentido sería una inversión de las más útiles que el Estado se ocupara de adquirir algunos tesoros arquitectónicos (Casa Colonial de la familia Castro Monsalvo, familia Maestre, Molina y Antiguo Caserón de las Monjas) y darles la proyección turística que deben tener.

Postdata: A pesar de todo, Valledupar es una ciudad oscura y a veces lóbrega en sus noches; es una de las características que más impactan negativamente a los visitantes. Quien haya estado ocasionalmente en cualquiera de las grandes capitales de Colombia, habrá observado la gran explosión de luces en que además del alumbrado público se convierten las noches allí. Son un espectáculo multicolor que gracias a enormes avisos luminosos, alegra la vida y estimula el espíritu, que a menudo constituyen verdaderas obras de ingenio y de arte. Es lo que a Valledupar le falta. De noche sufrimos por una ciudad apagada.

Por Alberto Herazo Palmera

Columnista
6 septiembre, 2017

Septiembre: mes del patrimonio histórico

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Alberto Herazo P.

Este mes se escuchará mucho la palabra “Patrimonio Histórico”, pero ¿qué es eso? Tengo la seguridad que muchos vallenatos no saben qué es un patrimonio. Una de las definiciones objetivas de “Patrimonio” es aquella que encontramos en el diccionario de la Real Academia de la Lengua: “Patrimonio: Hacienda que una persona hereda de sus ascendientes, […]


Este mes se escuchará mucho la palabra “Patrimonio Histórico”, pero ¿qué es eso? Tengo la seguridad que muchos vallenatos no saben qué es un patrimonio. Una de las definiciones objetivas de “Patrimonio” es aquella que encontramos en el diccionario de la Real Academia de la Lengua: “Patrimonio: Hacienda que una persona hereda de sus ascendientes, bienes propios adquiridos por cualquier título”.

Generalmente, desconocemos la responsabilidad que tenemos sobre la permanencia y conservación de nuestro patrimonio histórico. Frente a esta realidad es imperante hacer una profunda reflexión sobre el futuro de nuestro patrimonio edificado y el rol que deben jugar los institutos de cultura y los entes que velan por la conservación de éste.

El patrimonio es el camino cierto de nuestras propias afirmaciones como identidad cultural. Nuestro patrimonio pues, son los múltiples patrimonios que poseemos. Las referencias de pertenencias y de afirmación cultural, que encierra el patrimonio tangible, son testimonios de la riqueza de una historia llena de aciertos y errores, la cual incorpora y decanta procesos culturales y modos de vida riquísimos.

Larga y penosa ha sido en Valledupar la lucha de unos pocos por preservar el patrimonio. Y el obstáculo mayor, todavía no superado es la violación permanente de las reglamentaciones para proteger los bienes, muebles o inmuebles.

Muchas pérdidas irreparables hemos tenido al respecto en nuestra ciudad, como la destrucción del convento Santo Domingo, la antigua Alcaldía Municipal, la antigua Cárcel del Mamón.

Podríamos decir que en la Plaza Alfonso López se ha perdido en parte sus rasgos caracterizantes, por una sucesión de pronto descontrolada de intervenciones de diversas índoles y procedencia. Por ejemplo, muchas de las casas que rodean la Plaza Alfonso López y las calles adyacentes entremezclando todo tipo de actividades.

La conservación de nuestro patrimonio ha corrido por cuenta de nadie, qué lástima, nunca hemos sido celosos de nuestro patrimonio. La única muestra reciente de la importancia que se la ha dado a nuestro patrimonio arquitectónico la tenemos en la restauración de la Iglesia La Concepción, cuyo rescate fue impulsado por quien fuera nuestra Ministra de la Cultura, Consuelo Araujo Noguera, y por cierto, quedó hermosa.

Desde mi punto de vista de vallenato y arquitecto, pienso que todo edificio intervenido constituye una nueva realidad cultural, llámese esta intervención, restauración, remodelación o como se quiera llamar. Por lo pronto, debemos respetar nuestro patrimonio.

Sin embargo, opino que la conservación de nuestro patrimonio histórico debe mirarse con un criterio de fomento turístico, así como se mira nuestro patrimonio cultural y folclórico, y en este sentido sería una inversión de las más útiles que el Estado se ocupara de adquirir algunos tesoros arquitectónicos (Casa Colonial de la familia Castro Monsalvo, familia Maestre, Molina y Antiguo Caserón de las Monjas) y darles la proyección turística que deben tener.

Postdata: A pesar de todo, Valledupar es una ciudad oscura y a veces lóbrega en sus noches; es una de las características que más impactan negativamente a los visitantes. Quien haya estado ocasionalmente en cualquiera de las grandes capitales de Colombia, habrá observado la gran explosión de luces en que además del alumbrado público se convierten las noches allí. Son un espectáculo multicolor que gracias a enormes avisos luminosos, alegra la vida y estimula el espíritu, que a menudo constituyen verdaderas obras de ingenio y de arte. Es lo que a Valledupar le falta. De noche sufrimos por una ciudad apagada.

Por Alberto Herazo Palmera