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General - 19 febrero, 2017

Sanín, 35 años entre maicena y comparsas

El carnaval en Valledupar tiene nombre: Sanín Murcia, uno de los hombres que más promovió, disfrutó y trabajó por las fiestas del dios Momo. Hoy EL PILÓN recuerda el esplendor de los carnavales con este personaje.

Entre risas, con espontaneidad y sencillez, el creativo narra cómo disfrutaba de las antiguas fiestas de carnaval en Valledupar.
Entre risas, con espontaneidad y sencillez, el creativo narra cómo disfrutaba de las antiguas fiestas de carnaval en Valledupar.

La lectura matutina la precede el paseo por el parque ubicado frente a su casa. Allí sentado bajo la frondosa sombra de un árbol de caucho, se reúne con viejos amigos a debatir sobre política, recordar a quienes ya se han ido y de vez en cuando jugar un partido de dominó. Justo en este sitio Sanín Murcia, de 87 años, revivió la época en la que contribuyó a fortalecer una tradición hoy extinta en Valledupar: el carnaval.

Cuenta este hombre de mirada tranquila y hablar pausado, que el carnaval en aquella época, entre los años 70 y 90, iniciaba desde La Cueva del Murciélago, su taller de metalúrgica donde en medio de amigos y uno que otro trago de aguardiente, las piezas de metal, madera y cualquier otro material tomaban forma de animales de gran tamaño, entre esos el elefante y el caimán.

Sanín es el cachaco al que más le encantaba la maicena y no precisamente para hacer colaciones y natillas, sino para alegrar los desfiles de carnaval, donde con su Land Rover llamado ‘EL Vallenato’ se convertía en la sensación.

Después del recorrido, con su grupo de amigos terminaban nuevamente en el patio de su taller, en donde preparaban 40 o 50 bocachicos guisados para continuar la parranda, menú que luego cambiaron por asados de carne al carbón, pues el pescado los ‘pasmaba’, según él mismo contó. Estas faenas eran amenizadas musicalmente por la banda de ‘Los Picapiedras’.

“El grupo carnavalero salía de la cueva del murciélago, recorríamos varias calles, le dábamos la vuelta a la Plaza Alfonso López y terminábamos en el taller nuevamente, para esa época hice aproximadamente 20 carrozas, pero no cobraba, era algo que hacía por gusto, entre las más recordadas fue la carroza de los Arhuacos porque cuando los reales indígenas vieron la carroza y a quienes iban disfrazados tocando distintos instrumentos querían subirse en ella, fue algo que llamó mucho la atención, con esa carroza participamos en las fiestas de Cartagena dos veces, la última con la fallecida Consuelo Araujo”, contó el amable hombre que hoy recuerda desde su álbum de fotografías el pasado.

Sanín conserva en su hogar algunos de los instrumentos que aportaron alegría a sus días de carnaval.

En la tierra que lo recibió cuando era un joven de 20 años, no solo sobresalió por su participación en las fiestas carnestoléndicas. El amante del carnaval trajo de su municipio Caparrapí, Cundinamarca, el arte de la cocina, heredado de su querida madre y hermanos.

Fue así como además de ser pionero en gastronomía típica del interior del país, también lo fue en la metalmecánica, llegando a tener el mejor taller de esta zona, pues en esa época era el único que dominaba el arte; manejaba algunas herramientas y equipos que no solo no eran conocidos, sino que además no había quien los maniobrara, razón por la que era conocido en la región.

Algo no muy reconocido y olvidado por quienes hicieron parte del selecto grupo que impulsó la creación del departamento del Cesar, fue la participación de Murcia como promotor, quien para ese entonces realizó una donación de diez mil pesos en la colecta que hizo Radio Guatapurí para sufragar la cantidad de gastos que requería la diligencia.

Recuerda el hombre octogenario que dicho pago lo efectuó con un cheque de la Caja Agraria y narra con nostalgia que este aporte lo hizo con el mayor de los gustos, sin tener ningún reconocimiento, muy a pesar de que fue uno de los que donó la mayor cantidad de dinero. Sin embargo, cuando fue oficialmente creado el Cesar, Murcia festejó por varios días en Bogotá.

Después de 35 años de participación en los carnavales, recuerda como si fuera ayer el caimán de 12 metros de largo que fabricó, en el que dos de sus hijas iban como comandantes del barco.

Con el grupo de ‘Los Picapiedras’ vivió durante varios años las mejores épocas de carnaval.

Aunque la memoria de Sanín se conserva intacta, al revisar cada una de las fotografías que conserva en un pequeño bolso, los recuerdos y anécdotas aumentan poco a poco. En ese momento se hace cada vez más notoria la sonrisa que lo acompaña en su tranquila vejez.

“Anteriormente era una fiesta muy sana, éramos desordenados pero se compartía tranquilamente, cuando se dio inicio al Festival Vallenato empezó a perderse la tradición del carnaval y paulatinamente los gobernantes de la época también fueron acabándolo”, relató.

Revela que al iniciar el Festival Vallenato, el primer premio iba a ser otorgado a Emiliano Zuleta, pero el artista tomó tanto que no pudo subirse a la tarima a recibir el premio, fue así como llegó el reconocimiento como primer Rey de la Leyenda Vallenata a Alejandro Durán.

Entre risas relata que disfrutaba además de echarse maicena, tirarse huevos entre sus amigos y rociar a las personas con una combinación de agua y emulsión de Scott.

“Yo también echaba huevos y los días miércoles salíamos con un taque lleno de agua y emulsión de Scott para meter a las jóvenes allí… salían muy olorosas las niñas. También hicimos una casetas donde tenía el taller, cobrábamos dos pesos por la entrada y se pasaba muy sabroso, pero esos carnavales ya no vuelven lastimosamente”.

No hay dudas de que Sanín Murcia es un personaje de Macondo, un hombre emprendedor que dejó huella en la historia de Valledupar con su capacidad de trabajo, trayendo progreso y generando empleo, incluso creando máquinas que le aportaron al desarrollo regional, como unas cultivadoras de algodón más livianas que las convencionales y las clasificadoras de melones y mangos de exportación. Hoy con sus 87 años disfruta de su retiro, de sus 11 nietos y de una biznieta.

Con el paso inexorable del tiempo y esa rápida transición de pueblo a ciudad que ha tenido Valledupar, además del carnaval, son muchas las costumbres y tradiciones que han quedado a la vera del camino y hoy pertenecen al nostálgico archivo del ayer, es aquí donde cobran importancia las prodigiosas memorias de personas como Sanín Murcia, que le da un vestigio a las nuevas generaciones de lo que se vivió y fue alguna vez la ciudad de los Santos Reyes.

Por Jennifer Polo / EL PILÓN

 

 

 

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19 febrero, 2017

Sanín, 35 años entre maicena y comparsas

El carnaval en Valledupar tiene nombre: Sanín Murcia, uno de los hombres que más promovió, disfrutó y trabajó por las fiestas del dios Momo. Hoy EL PILÓN recuerda el esplendor de los carnavales con este personaje.


Entre risas, con espontaneidad y sencillez, el creativo narra cómo disfrutaba de las antiguas fiestas de carnaval en Valledupar.
Entre risas, con espontaneidad y sencillez, el creativo narra cómo disfrutaba de las antiguas fiestas de carnaval en Valledupar.

La lectura matutina la precede el paseo por el parque ubicado frente a su casa. Allí sentado bajo la frondosa sombra de un árbol de caucho, se reúne con viejos amigos a debatir sobre política, recordar a quienes ya se han ido y de vez en cuando jugar un partido de dominó. Justo en este sitio Sanín Murcia, de 87 años, revivió la época en la que contribuyó a fortalecer una tradición hoy extinta en Valledupar: el carnaval.

Cuenta este hombre de mirada tranquila y hablar pausado, que el carnaval en aquella época, entre los años 70 y 90, iniciaba desde La Cueva del Murciélago, su taller de metalúrgica donde en medio de amigos y uno que otro trago de aguardiente, las piezas de metal, madera y cualquier otro material tomaban forma de animales de gran tamaño, entre esos el elefante y el caimán.

Sanín es el cachaco al que más le encantaba la maicena y no precisamente para hacer colaciones y natillas, sino para alegrar los desfiles de carnaval, donde con su Land Rover llamado ‘EL Vallenato’ se convertía en la sensación.

Después del recorrido, con su grupo de amigos terminaban nuevamente en el patio de su taller, en donde preparaban 40 o 50 bocachicos guisados para continuar la parranda, menú que luego cambiaron por asados de carne al carbón, pues el pescado los ‘pasmaba’, según él mismo contó. Estas faenas eran amenizadas musicalmente por la banda de ‘Los Picapiedras’.

“El grupo carnavalero salía de la cueva del murciélago, recorríamos varias calles, le dábamos la vuelta a la Plaza Alfonso López y terminábamos en el taller nuevamente, para esa época hice aproximadamente 20 carrozas, pero no cobraba, era algo que hacía por gusto, entre las más recordadas fue la carroza de los Arhuacos porque cuando los reales indígenas vieron la carroza y a quienes iban disfrazados tocando distintos instrumentos querían subirse en ella, fue algo que llamó mucho la atención, con esa carroza participamos en las fiestas de Cartagena dos veces, la última con la fallecida Consuelo Araujo”, contó el amable hombre que hoy recuerda desde su álbum de fotografías el pasado.

Sanín conserva en su hogar algunos de los instrumentos que aportaron alegría a sus días de carnaval.

En la tierra que lo recibió cuando era un joven de 20 años, no solo sobresalió por su participación en las fiestas carnestoléndicas. El amante del carnaval trajo de su municipio Caparrapí, Cundinamarca, el arte de la cocina, heredado de su querida madre y hermanos.

Fue así como además de ser pionero en gastronomía típica del interior del país, también lo fue en la metalmecánica, llegando a tener el mejor taller de esta zona, pues en esa época era el único que dominaba el arte; manejaba algunas herramientas y equipos que no solo no eran conocidos, sino que además no había quien los maniobrara, razón por la que era conocido en la región.

Algo no muy reconocido y olvidado por quienes hicieron parte del selecto grupo que impulsó la creación del departamento del Cesar, fue la participación de Murcia como promotor, quien para ese entonces realizó una donación de diez mil pesos en la colecta que hizo Radio Guatapurí para sufragar la cantidad de gastos que requería la diligencia.

Recuerda el hombre octogenario que dicho pago lo efectuó con un cheque de la Caja Agraria y narra con nostalgia que este aporte lo hizo con el mayor de los gustos, sin tener ningún reconocimiento, muy a pesar de que fue uno de los que donó la mayor cantidad de dinero. Sin embargo, cuando fue oficialmente creado el Cesar, Murcia festejó por varios días en Bogotá.

Después de 35 años de participación en los carnavales, recuerda como si fuera ayer el caimán de 12 metros de largo que fabricó, en el que dos de sus hijas iban como comandantes del barco.

Con el grupo de ‘Los Picapiedras’ vivió durante varios años las mejores épocas de carnaval.

Aunque la memoria de Sanín se conserva intacta, al revisar cada una de las fotografías que conserva en un pequeño bolso, los recuerdos y anécdotas aumentan poco a poco. En ese momento se hace cada vez más notoria la sonrisa que lo acompaña en su tranquila vejez.

“Anteriormente era una fiesta muy sana, éramos desordenados pero se compartía tranquilamente, cuando se dio inicio al Festival Vallenato empezó a perderse la tradición del carnaval y paulatinamente los gobernantes de la época también fueron acabándolo”, relató.

Revela que al iniciar el Festival Vallenato, el primer premio iba a ser otorgado a Emiliano Zuleta, pero el artista tomó tanto que no pudo subirse a la tarima a recibir el premio, fue así como llegó el reconocimiento como primer Rey de la Leyenda Vallenata a Alejandro Durán.

Entre risas relata que disfrutaba además de echarse maicena, tirarse huevos entre sus amigos y rociar a las personas con una combinación de agua y emulsión de Scott.

“Yo también echaba huevos y los días miércoles salíamos con un taque lleno de agua y emulsión de Scott para meter a las jóvenes allí… salían muy olorosas las niñas. También hicimos una casetas donde tenía el taller, cobrábamos dos pesos por la entrada y se pasaba muy sabroso, pero esos carnavales ya no vuelven lastimosamente”.

No hay dudas de que Sanín Murcia es un personaje de Macondo, un hombre emprendedor que dejó huella en la historia de Valledupar con su capacidad de trabajo, trayendo progreso y generando empleo, incluso creando máquinas que le aportaron al desarrollo regional, como unas cultivadoras de algodón más livianas que las convencionales y las clasificadoras de melones y mangos de exportación. Hoy con sus 87 años disfruta de su retiro, de sus 11 nietos y de una biznieta.

Con el paso inexorable del tiempo y esa rápida transición de pueblo a ciudad que ha tenido Valledupar, además del carnaval, son muchas las costumbres y tradiciones que han quedado a la vera del camino y hoy pertenecen al nostálgico archivo del ayer, es aquí donde cobran importancia las prodigiosas memorias de personas como Sanín Murcia, que le da un vestigio a las nuevas generaciones de lo que se vivió y fue alguna vez la ciudad de los Santos Reyes.

Por Jennifer Polo / EL PILÓN