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Columnista - 8 septiembre, 2016

¿A qué saben los sapos?

Tragar sapos es aceptar lo imposible, es una metáfora escatológica, físicamente, creo, nadie lo ha hecho. Los sapos son repugnantes a la vista, ningún depredador los apetece, tragarse uno, así sea en forma de renacuajo, es caso de vida o muerte, sería una tortura, pero quizás menor que tomarse la sangre humana de su propia […]

Tragar sapos es aceptar lo imposible, es una metáfora escatológica, físicamente, creo, nadie lo ha hecho. Los sapos son repugnantes a la vista, ningún depredador los apetece, tragarse uno, así sea en forma de renacuajo, es caso de vida o muerte, sería una tortura, pero quizás menor que tomarse la sangre humana de su propia víctima como se dice obligaban los jefes “paras” a sus tropas para templarlas en la crueldad, acto después del cual ya no quedaba una persona sino un criminal, lo que necesitaban. Recuerdo que los abuelos lo utilizaban para frotar a los enfermos de erisipela, práctica después de la cual, el sapo quedaba rojo por la fiebre del paciente.

Nadie organizó marchas por estas vilezas, ni se escandalizó, ni propaló una dieta de anuros para defender la institucionalidad porque esta es la dieta preferida de muchos dirigentes políticos en Colombia; el silencio implica que la ingesta sí se ha producido, en forma figurada, y ocurre cada vez que no se da una reacción ante la barbarie, la injusticia extrema y el saqueo del tesoro; esto ha tenido lugar en los momentos de la violencia partidista; ocurre cuando nuestros niños mueren por desnutrición y enfermedades curables; el asco por esta dieta es relativo, depende de la sazón del culinario. Se podría pensar que hay cosas más dañinas y repugnantes que un menú de batracios, pero nadie de los que hoy hablan de esto, acepta haber propiciado una merienda de este tipo, más se sabe que en algún momento han ofrecido, al menos, consomé de ancas de rana.

Uno no se explica cómo esta especie sigue vigente, su tasa de fecundidad debe ser muy alta. Qué alegoría tan repugnante. En un país laico y de leyes Ordoñez y Prettel son lo más parecido a un sapo. Job y sus amigos “paras” croaron cuando entraron a la casa de Nari pero nadie los oyó. El ex Uribe trató de socializar a Mancuso y Ernesto Báez trayéndolos al Congreso de la República, presentándolos como un manjar.

¿Cuántos sapos nos tragamos cuando Uribe homenajeó al General Rito Alejo del Río o cuando mantuvo en Palacio al General Santoyo? ¿Será que el ex Pastrana no les vio cara de sapo al Coronel Royne Chávez y a Tiro Fijo con su suvenir Roll Royce? Recordemos, también, el silencio que han mantenido las iglesias frente a los curas y pastores pederastas; recordemos las andanzas de Monseñor Isaías Duarte y lo que dice Monseñor Darío Salazar, un verdadero “bocatto di cardinale”. Al Papa Francisco esto no le gusta. También, son muchas las personas de esas que se dice “de bien” pero que financiaron a grupos violentos, esto es, estuvieron en el restaurante de los anuros, gente de sangre fría como estos anfibios que no les da asco ingerirlos cuando les conviene; maniqueos gourmet que no diferencian el olor de una hostia al de la sangre.

Eso sí, tendrán que rendir cuentas ante la Fiscalía por el amplio dossier que les tiene y no por los sapos tragados, y eso tiene preocupados a más de uno.

Resulta que ahora vienen los beatos, los de amplio gaznate, a rasgarse las vestiduras, a hacernos creer que se alimentan con pitillos y que nunca han probado esta dieta. [email protected]

Columnista
8 septiembre, 2016

¿A qué saben los sapos?

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Napoleón de Armas P.

Tragar sapos es aceptar lo imposible, es una metáfora escatológica, físicamente, creo, nadie lo ha hecho. Los sapos son repugnantes a la vista, ningún depredador los apetece, tragarse uno, así sea en forma de renacuajo, es caso de vida o muerte, sería una tortura, pero quizás menor que tomarse la sangre humana de su propia […]


Tragar sapos es aceptar lo imposible, es una metáfora escatológica, físicamente, creo, nadie lo ha hecho. Los sapos son repugnantes a la vista, ningún depredador los apetece, tragarse uno, así sea en forma de renacuajo, es caso de vida o muerte, sería una tortura, pero quizás menor que tomarse la sangre humana de su propia víctima como se dice obligaban los jefes “paras” a sus tropas para templarlas en la crueldad, acto después del cual ya no quedaba una persona sino un criminal, lo que necesitaban. Recuerdo que los abuelos lo utilizaban para frotar a los enfermos de erisipela, práctica después de la cual, el sapo quedaba rojo por la fiebre del paciente.

Nadie organizó marchas por estas vilezas, ni se escandalizó, ni propaló una dieta de anuros para defender la institucionalidad porque esta es la dieta preferida de muchos dirigentes políticos en Colombia; el silencio implica que la ingesta sí se ha producido, en forma figurada, y ocurre cada vez que no se da una reacción ante la barbarie, la injusticia extrema y el saqueo del tesoro; esto ha tenido lugar en los momentos de la violencia partidista; ocurre cuando nuestros niños mueren por desnutrición y enfermedades curables; el asco por esta dieta es relativo, depende de la sazón del culinario. Se podría pensar que hay cosas más dañinas y repugnantes que un menú de batracios, pero nadie de los que hoy hablan de esto, acepta haber propiciado una merienda de este tipo, más se sabe que en algún momento han ofrecido, al menos, consomé de ancas de rana.

Uno no se explica cómo esta especie sigue vigente, su tasa de fecundidad debe ser muy alta. Qué alegoría tan repugnante. En un país laico y de leyes Ordoñez y Prettel son lo más parecido a un sapo. Job y sus amigos “paras” croaron cuando entraron a la casa de Nari pero nadie los oyó. El ex Uribe trató de socializar a Mancuso y Ernesto Báez trayéndolos al Congreso de la República, presentándolos como un manjar.

¿Cuántos sapos nos tragamos cuando Uribe homenajeó al General Rito Alejo del Río o cuando mantuvo en Palacio al General Santoyo? ¿Será que el ex Pastrana no les vio cara de sapo al Coronel Royne Chávez y a Tiro Fijo con su suvenir Roll Royce? Recordemos, también, el silencio que han mantenido las iglesias frente a los curas y pastores pederastas; recordemos las andanzas de Monseñor Isaías Duarte y lo que dice Monseñor Darío Salazar, un verdadero “bocatto di cardinale”. Al Papa Francisco esto no le gusta. También, son muchas las personas de esas que se dice “de bien” pero que financiaron a grupos violentos, esto es, estuvieron en el restaurante de los anuros, gente de sangre fría como estos anfibios que no les da asco ingerirlos cuando les conviene; maniqueos gourmet que no diferencian el olor de una hostia al de la sangre.

Eso sí, tendrán que rendir cuentas ante la Fiscalía por el amplio dossier que les tiene y no por los sapos tragados, y eso tiene preocupados a más de uno.

Resulta que ahora vienen los beatos, los de amplio gaznate, a rasgarse las vestiduras, a hacernos creer que se alimentan con pitillos y que nunca han probado esta dieta. [email protected]