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Informe - 9 julio, 2017

Rosa, sembrada en Colombia y florecida en Venezuela

Ante la crisis económica que vive Venezuela muchos colombianos que migraron al vecino país a trabajar y que terminaron viviendo allá se han visto obligados a regresar a su tierra natal.

Rosa Paulina Ramírez, es una mujer de 82 años que vivió cerca de 55 años en Venezuela, donde consiguió un trabajo que le sirvió para construir su hogar en Valledupar. Joaquín Ramírez/EL PILÓN
Rosa Paulina Ramírez, es una mujer de 82 años que vivió cerca de 55 años en Venezuela, donde consiguió un trabajo que le sirvió para construir su hogar en Valledupar. Joaquín Ramírez/EL PILÓN

Este es el primer informe de la serie ‘Del otro lado de la frontera’ que semanalmente presentará el diario EL PILÓN. Se trata de un trabajo periodístico que busca visibilizar, explicar y contar a través de crónicas, reportajes, perfiles y entrevistas la situación de los migrantes venezolanos en Colombia a raíz de la crisis en ese país y cómo esa situación repercute en el nuestro.

Sin embargo, hoy comenzamos con una historia que recuerda que así como los venezolanos hoy migran a Colombia, en el pasado muchos colombianos buscaron un mejor en Venezuela.

Con los bríos de los años mozos, Rosa Paulina Ramírez decidió aventurarse a dejar su tierra natal, Villanueva, municipio del sur La Guajira colombiana, y viajar a Venezuela en búsqueda de mejores oportunidades de vida, atraída por el cambio de la moneda del vecino país, que en ese entonces era muy bueno para quienes tenían algunos pesos.

Eso fue en el año 1962 cuando ella tenía 27 años y el país estaba bajo el mandato del presidente Alberto Lleras Camargo, según datos del Banco de la República, cuando el país vivía resentido por el fenómeno de la violencia política en amplias zonas del territorio nacional. Fue una época donde se devaluó el peso y se crearon nuevos impuestos, entre los que sobresale el de ventas.

Con el dolor más profundo de su corazón Rosa Paulina dejó a sus hijos en Colombia; uno de siete años y otro de diez, recomendándoselos a su melliza, con la única meta de brindarles un hogar propio, donde pudieran refugiarse y no sentir las humillaciones de familiares o amigos por estar hospedada en casas ajenas.

“Unas amigas de Villanueva me entusiasmaron a irme a Venezuela. En ese entonces venía de dos fracasos, pues las dos parejas que tuve me dejaron y nunca respondieron por mis hijos; mi situación económica era crítica y me sentía agobiada por las necesidades de mi hogar, por lo que no lo dudé un momento. Cerré mis ojos, encomendándome a Dios y pasé la frontera a principios de febrero del 62 con un permiso fronterizo”, rememoró la mujer que solo llevó en su maleta unas cuantas prendas y la inmensa ilusión de ganar dinero para sostener a sus críos.

Cuando llegó a Maracaibo solo duró dos días desempleada, donde se sorprendió por las grandes avenidas y el ritmo acelerado de la ciudad, muy diferente a lo que había observado en su pueblo o en la ciudad más cercana, Valledupar. En esa época el presidente venezolano era Rómulo Betancourt, cuando se fijaban las operaciones del bolívar a 4.70 por dólar, según la página aperturaven.blogspot.com.co

Al tercer día hizo contacto con una familia que la contrató para los quehaceres domésticos. “Me esmeraba por limpiar lo mejor que podía y hacer más de lo que me pedían, con la intención de que no me regañaran y que estuvieran conforme con mi trabajo. A punta de esfuerzo y dedicación me gané el cariño de la familia para la que trabajaba; allí duré cerca de quince años. En todo este tiempo solo visitaba a mi familia en diciembre y me devolvía en enero”, recordó.

Cada vez que regresaba a Colombia llegaba a Maicao donde cambiaba los bolívares ahorrados. “En ese tiempo por un bolívar daban de 14 a 16 pesos, lo cual era mucha plata, que invertía en comprar arena, ladrillo, cemento, cal, tejas y todos los materiales necesarios para construir una casa. No me compraba lujos ni gastaba el dinero en cosas vanas; lo único que traía era la ropa que me regalaban allá, la cual adaptaba a mis familiares porque tenía conocimiento en la modistería. En lo único que pensaba era en trabajar para dejarles un hogar a mis hijos. Fue así como compré un lote en el barrio Doce de Octubre de Valledupar; al principio era un ranchito de barro de dos piezas, el cual fui modificando poco a poco porque uno pobre no puede hacerlo todo a la vez”, explicó.

Luego trabajó en panaderías, restaurantes, hoteles y otras casas de familia en Venezuela, donde sintió el choque cultural y la estigmatización de ciertas personas. Ella recordó que “fueron años duros porque a las colombianas no nos bajaban de putas o de ladronas. El trato a los extranjeros no era el mejor, nos trataban como algo desechable; por eso tocaba esmerarse mucho más en los empleos y en los comportamientos para demostrar que este concepto era errado”. Paradójicamente, esta situación la observa ahora en Colombia cuando llegan muchos venezolanos a buscar trabajo a este país, por lo que considera que es necesario darles un buen trato para que no sufran lo que ella vivió como emigrante.

En ese tiempo conoció a Jesús Oria, un hombre especial que al cabo de tres años se convirtió en su esposo. “Jesús me dio casas en Maracaibo, pero cuando peleábamos las vendíamos, cada quien tomaba su parte y yo me devolvía para Colombia. Creo que fueron como cuatro casas que tuvieron esta misma historia. Luego nos metimos al evangelio, nos casamos y formamos un hogar muy bonito por 30 años, hasta que él murió por un cáncer de estómago”, relató.

Con el orgullo de haber trabajado honestamente y con ahínco en Venezuela, Rosa Paulina recordó el tiempo en que estuvo en el vecino país, del cual retornó por la crisis económica de ese territorio. Joaquín Ramírez/EL PILÓN

Fruto del empeño y dedicación de Ramírez cristalizó su sueño: una vivienda esquinera de 10 metros por 30 metros, con tres cuartos, sala, cocina y baño, la cual complementó con una pieza y un apartamento posterior, los cuales arrienda para generar ingresos extras; es por ello que a Venezuela la quiere mucho y le da tristeza ver el estado actual en que se encuentra ese país.

“El gobierno de Chávez fue el inicio de la decadencia de Venezuela. Al principio era muy bueno. Fue un presidente que regalaba mercados y productos de la casa como colchones, bastones, techo y lavadora para los más pobres; nacionalizó a los extranjeros y le dio estudió gratis a muchas personas con la Misión Robinson en primaria y Misión Rivas en Bachillerato. Pero con él también empezó la escasez de alimentos de primera necesidad como: el azúcar, la harina de pan, leche y arroz, los cuales solo se conseguían con los ‘bachaqueros’ (revendedores)”, anotó la mujer que hoy en día tiene 82 años.

Asegura que la llegada al poder de Nicolás Maduro fue lo peor que le pudo ocurrir a Venezuela por las devastadoras consecuencias económicas que trajo consigo. “Con él empezó la plaga que está acabando con Venezuela porque todo lo bueno que hizo Chávez lo dejo de lado. En la actualidad es difícil encontrar comida en las tiendas y supermercados, y la poca que se consigue está a precios súper elevados y toca aguantarse largas filas donde uno puede permanecer toda una mañana, en el mejor de los casos. Todo se puso costoso, no al alcance de personas de bajos recursos; el país se volvió más peligroso de la cuenta; por lo que hay malestar tanto en propios como foráneos”, comentó la mujer villanuevera, quien a raíz de esta crisis se vio obligada a dejar su casa y la vida que tenía allá para retornar a su país natal.

En la actualidad Rosa Paulina vive con su hija y su nieta en la casa que construyó con mucho esfuerzo en la capital del Cesar, pero aún recuerda y añora con melancolía el país en el que vivió gran parte de su vida y le dio la oportunidad de hacer realidad el sueño de tener un techo propio. Con sus ocho décadas de existencia no considera la posibilidad de volver al vecino país, pero si eleva plegarias en sus oraciones diarias para que pronto mejore la situación política y económica del otro lado de la frontera.

Crisis económica

Según una reciente publicación del diario El Espectador, la inestabilidad se ha convertido en una costumbre en Venezuela. Se evidencia en las calles, donde las protestas de las últimas semanas contra el Gobierno han devenido en batallas campales con la intervención de las autoridades; en el ambiente político, con los opositores denunciando constantemente nuevas persecuciones; en la libertad de prensa, con la suspensión de emisiones de los noticieros de televisión que transmiten por cable y controles más severos a la importación de papel que tienen en vilo a varios periódicos.

Pero, principalmente, en la economía. Según un informe de la escuela de negocios española IE y las aerolíneas KLM y Air France, Venezuela es el único país de la región en donde los empresarios ibéricos analizan la posibilidad de disminuir su capital. Y no son los únicos: ante la abultada deuda de US$3.300 millones que mantienen con el gobierno por las dificultades para signarles divisas, aerolíneas como Air Canada, Delta, United y Copa recortaron sus operaciones desde y hacia el país suramericano.

Planes similares anunciaron las automotoras Toyota y Ford ante la baja demanda de vehículos, pues en enero tan sólo se vendieron 722 unidades. Tampoco hay bienes que comprar. De acuerdo con el Banco Central de Venezuela, el índice de escasez subió 5,8% entre diciembre del año pasado y enero, para situarse en 28%, el más alto en la historia. Y por si fuera poco, los constantes controles a la tasa de cambio han hecho que el dólar negro, el que se consigue en la calle, esté muy lejos del cambio oficial (6,30 bolívares).

Por Annelise Barriga Ramírez/EL PILÓN

 

 

 

Informe
9 julio, 2017

Rosa, sembrada en Colombia y florecida en Venezuela

Ante la crisis económica que vive Venezuela muchos colombianos que migraron al vecino país a trabajar y que terminaron viviendo allá se han visto obligados a regresar a su tierra natal.


Rosa Paulina Ramírez, es una mujer de 82 años que vivió cerca de 55 años en Venezuela, donde consiguió un trabajo que le sirvió para construir su hogar en Valledupar. Joaquín Ramírez/EL PILÓN
Rosa Paulina Ramírez, es una mujer de 82 años que vivió cerca de 55 años en Venezuela, donde consiguió un trabajo que le sirvió para construir su hogar en Valledupar. Joaquín Ramírez/EL PILÓN

Este es el primer informe de la serie ‘Del otro lado de la frontera’ que semanalmente presentará el diario EL PILÓN. Se trata de un trabajo periodístico que busca visibilizar, explicar y contar a través de crónicas, reportajes, perfiles y entrevistas la situación de los migrantes venezolanos en Colombia a raíz de la crisis en ese país y cómo esa situación repercute en el nuestro.

Sin embargo, hoy comenzamos con una historia que recuerda que así como los venezolanos hoy migran a Colombia, en el pasado muchos colombianos buscaron un mejor en Venezuela.

Con los bríos de los años mozos, Rosa Paulina Ramírez decidió aventurarse a dejar su tierra natal, Villanueva, municipio del sur La Guajira colombiana, y viajar a Venezuela en búsqueda de mejores oportunidades de vida, atraída por el cambio de la moneda del vecino país, que en ese entonces era muy bueno para quienes tenían algunos pesos.

Eso fue en el año 1962 cuando ella tenía 27 años y el país estaba bajo el mandato del presidente Alberto Lleras Camargo, según datos del Banco de la República, cuando el país vivía resentido por el fenómeno de la violencia política en amplias zonas del territorio nacional. Fue una época donde se devaluó el peso y se crearon nuevos impuestos, entre los que sobresale el de ventas.

Con el dolor más profundo de su corazón Rosa Paulina dejó a sus hijos en Colombia; uno de siete años y otro de diez, recomendándoselos a su melliza, con la única meta de brindarles un hogar propio, donde pudieran refugiarse y no sentir las humillaciones de familiares o amigos por estar hospedada en casas ajenas.

“Unas amigas de Villanueva me entusiasmaron a irme a Venezuela. En ese entonces venía de dos fracasos, pues las dos parejas que tuve me dejaron y nunca respondieron por mis hijos; mi situación económica era crítica y me sentía agobiada por las necesidades de mi hogar, por lo que no lo dudé un momento. Cerré mis ojos, encomendándome a Dios y pasé la frontera a principios de febrero del 62 con un permiso fronterizo”, rememoró la mujer que solo llevó en su maleta unas cuantas prendas y la inmensa ilusión de ganar dinero para sostener a sus críos.

Cuando llegó a Maracaibo solo duró dos días desempleada, donde se sorprendió por las grandes avenidas y el ritmo acelerado de la ciudad, muy diferente a lo que había observado en su pueblo o en la ciudad más cercana, Valledupar. En esa época el presidente venezolano era Rómulo Betancourt, cuando se fijaban las operaciones del bolívar a 4.70 por dólar, según la página aperturaven.blogspot.com.co

Al tercer día hizo contacto con una familia que la contrató para los quehaceres domésticos. “Me esmeraba por limpiar lo mejor que podía y hacer más de lo que me pedían, con la intención de que no me regañaran y que estuvieran conforme con mi trabajo. A punta de esfuerzo y dedicación me gané el cariño de la familia para la que trabajaba; allí duré cerca de quince años. En todo este tiempo solo visitaba a mi familia en diciembre y me devolvía en enero”, recordó.

Cada vez que regresaba a Colombia llegaba a Maicao donde cambiaba los bolívares ahorrados. “En ese tiempo por un bolívar daban de 14 a 16 pesos, lo cual era mucha plata, que invertía en comprar arena, ladrillo, cemento, cal, tejas y todos los materiales necesarios para construir una casa. No me compraba lujos ni gastaba el dinero en cosas vanas; lo único que traía era la ropa que me regalaban allá, la cual adaptaba a mis familiares porque tenía conocimiento en la modistería. En lo único que pensaba era en trabajar para dejarles un hogar a mis hijos. Fue así como compré un lote en el barrio Doce de Octubre de Valledupar; al principio era un ranchito de barro de dos piezas, el cual fui modificando poco a poco porque uno pobre no puede hacerlo todo a la vez”, explicó.

Luego trabajó en panaderías, restaurantes, hoteles y otras casas de familia en Venezuela, donde sintió el choque cultural y la estigmatización de ciertas personas. Ella recordó que “fueron años duros porque a las colombianas no nos bajaban de putas o de ladronas. El trato a los extranjeros no era el mejor, nos trataban como algo desechable; por eso tocaba esmerarse mucho más en los empleos y en los comportamientos para demostrar que este concepto era errado”. Paradójicamente, esta situación la observa ahora en Colombia cuando llegan muchos venezolanos a buscar trabajo a este país, por lo que considera que es necesario darles un buen trato para que no sufran lo que ella vivió como emigrante.

En ese tiempo conoció a Jesús Oria, un hombre especial que al cabo de tres años se convirtió en su esposo. “Jesús me dio casas en Maracaibo, pero cuando peleábamos las vendíamos, cada quien tomaba su parte y yo me devolvía para Colombia. Creo que fueron como cuatro casas que tuvieron esta misma historia. Luego nos metimos al evangelio, nos casamos y formamos un hogar muy bonito por 30 años, hasta que él murió por un cáncer de estómago”, relató.

Con el orgullo de haber trabajado honestamente y con ahínco en Venezuela, Rosa Paulina recordó el tiempo en que estuvo en el vecino país, del cual retornó por la crisis económica de ese territorio. Joaquín Ramírez/EL PILÓN

Fruto del empeño y dedicación de Ramírez cristalizó su sueño: una vivienda esquinera de 10 metros por 30 metros, con tres cuartos, sala, cocina y baño, la cual complementó con una pieza y un apartamento posterior, los cuales arrienda para generar ingresos extras; es por ello que a Venezuela la quiere mucho y le da tristeza ver el estado actual en que se encuentra ese país.

“El gobierno de Chávez fue el inicio de la decadencia de Venezuela. Al principio era muy bueno. Fue un presidente que regalaba mercados y productos de la casa como colchones, bastones, techo y lavadora para los más pobres; nacionalizó a los extranjeros y le dio estudió gratis a muchas personas con la Misión Robinson en primaria y Misión Rivas en Bachillerato. Pero con él también empezó la escasez de alimentos de primera necesidad como: el azúcar, la harina de pan, leche y arroz, los cuales solo se conseguían con los ‘bachaqueros’ (revendedores)”, anotó la mujer que hoy en día tiene 82 años.

Asegura que la llegada al poder de Nicolás Maduro fue lo peor que le pudo ocurrir a Venezuela por las devastadoras consecuencias económicas que trajo consigo. “Con él empezó la plaga que está acabando con Venezuela porque todo lo bueno que hizo Chávez lo dejo de lado. En la actualidad es difícil encontrar comida en las tiendas y supermercados, y la poca que se consigue está a precios súper elevados y toca aguantarse largas filas donde uno puede permanecer toda una mañana, en el mejor de los casos. Todo se puso costoso, no al alcance de personas de bajos recursos; el país se volvió más peligroso de la cuenta; por lo que hay malestar tanto en propios como foráneos”, comentó la mujer villanuevera, quien a raíz de esta crisis se vio obligada a dejar su casa y la vida que tenía allá para retornar a su país natal.

En la actualidad Rosa Paulina vive con su hija y su nieta en la casa que construyó con mucho esfuerzo en la capital del Cesar, pero aún recuerda y añora con melancolía el país en el que vivió gran parte de su vida y le dio la oportunidad de hacer realidad el sueño de tener un techo propio. Con sus ocho décadas de existencia no considera la posibilidad de volver al vecino país, pero si eleva plegarias en sus oraciones diarias para que pronto mejore la situación política y económica del otro lado de la frontera.

Crisis económica

Según una reciente publicación del diario El Espectador, la inestabilidad se ha convertido en una costumbre en Venezuela. Se evidencia en las calles, donde las protestas de las últimas semanas contra el Gobierno han devenido en batallas campales con la intervención de las autoridades; en el ambiente político, con los opositores denunciando constantemente nuevas persecuciones; en la libertad de prensa, con la suspensión de emisiones de los noticieros de televisión que transmiten por cable y controles más severos a la importación de papel que tienen en vilo a varios periódicos.

Pero, principalmente, en la economía. Según un informe de la escuela de negocios española IE y las aerolíneas KLM y Air France, Venezuela es el único país de la región en donde los empresarios ibéricos analizan la posibilidad de disminuir su capital. Y no son los únicos: ante la abultada deuda de US$3.300 millones que mantienen con el gobierno por las dificultades para signarles divisas, aerolíneas como Air Canada, Delta, United y Copa recortaron sus operaciones desde y hacia el país suramericano.

Planes similares anunciaron las automotoras Toyota y Ford ante la baja demanda de vehículos, pues en enero tan sólo se vendieron 722 unidades. Tampoco hay bienes que comprar. De acuerdo con el Banco Central de Venezuela, el índice de escasez subió 5,8% entre diciembre del año pasado y enero, para situarse en 28%, el más alto en la historia. Y por si fuera poco, los constantes controles a la tasa de cambio han hecho que el dólar negro, el que se consigue en la calle, esté muy lejos del cambio oficial (6,30 bolívares).

Por Annelise Barriga Ramírez/EL PILÓN