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Columnista - 26 febrero, 2018

Reina en mi corazón

Estaba en mora de dar este testimonio que prometí. Hace tres años me sentí desfallecer, se me nubló la vista y mi tensión arterial subió a cifras inquietantes. Me atendió mi médico de siempre y ordenó mi hospitalización en la Sala de Cuidados Intensivos del Instituto Cardiovascular del Cesar. Luego de una serie de procedimientos […]

Estaba en mora de dar este testimonio que prometí. Hace tres años me sentí desfallecer, se me nubló la vista y mi tensión arterial subió a cifras inquietantes. Me atendió mi médico de siempre y ordenó mi hospitalización en la Sala de Cuidados Intensivos del Instituto Cardiovascular del Cesar.

Luego de una serie de procedimientos atormentadores, y una perfusión miocárdica, en el laboratorio de medicina nuclear, el resultado fue: ‘Estudio anormal en la pared inferior del ventrículo izquierdo’. El paso a seguir era un cateterismo.

Mis hijos me trasladaron a Bogotá a la clínica Shaio. Antes del procedimiento, en la soledad de mi habitación, rezaba el Rosario y alababa a Jesús Sacramentado. El Santísimo Sacramento, como le decía mi madre, ha sido mi devoción desde niña cuando ella me llevaba a adorarlo y a cantar ‘Venid Adoradores’; ahora, cuando voy a la iglesia, solo fijo mi mirada hacia donde Él está, busco la lamparita votiva que indica que está vivo y esperando nuestra visita. He pasado ratos solitarios frente a Él, a veces, además de alabarlo y de pedirle su bendición, no he encontrado nada qué decirle, hasta que un día comencé a contarle asuntos de mi vida, como si Él no los supiera. Y terminaba con una deprecación que se me volvió una letanía: “Reina en mi corazón, Señor”.

En la clínica bogotana, mientras esperaba, repetí muchas veces mi letanía personal, y busqué en el celular algo de música religiosa, me asombré cuando escuché: “Dame un nuevo corazón, Señor / un corazón para alabarte / un corazón para servirte…”, lo repetía una y otra vez hasta cuando me lo aprendí. No me sentía triste ni asustada.

Llegó el momento de entrar en la sala de procedimientos para que me realizarán el temido cateterismo, en mi caso había un agregado inquietante: soy alérgica a los medios de contrastes, que son necesarios en ese caso; me prepararon con unos medicamentos para evitar una reacción peligrosa. Cuando me llevaban en una camilla, clamé a Jesús: “Señor, ¿cómo vas a reinar en un corazón averiado? Confío en que lo sanes”.

En la sala me esperaba el doctor Luis Ignacio Calderón, según escuché es una eminencia como hemodinamista, me recibió con una sonrisa y se encargó él mismo de hacerme el cateterismo, comenzó su trabajo y cuando creí que apenas lo iniciaba, sonrió, y me dijo “Terminamos, su corazón está limpio, sus arterias no presentan nada anormal, la felicito”.

Mi respuesta fue: ‘¿Usted cree en los milagros, doctor?’ Contestó: ‘Sí, pero más en la ciencia, a veces esos exámenes que traen no resultan del todo ciertos’, no quise replicarle que los habían repetido dos veces.

En el período de recuperación de cuatro horas, me la pasé tarareando: ‘Dame un nuevo corazón…’ Cuando me instalé en casa de una de mis hijas la despertaba con ese canto que me encontré incidentalmente mientras buscaba música religiosa, hoy lo tararea, se ha convertido en la banda sonora de nuestra vida espiritual.

Jesús está en mi corazón renovado hasta el último latido. Sí, cada palpitación es una alabanza a su nombre y me reafirmará el convencimiento de que obró en mí un milagro del que daré testimonio por siempre, aunque no lo crean.

Columnista
26 febrero, 2018

Reina en mi corazón

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

Estaba en mora de dar este testimonio que prometí. Hace tres años me sentí desfallecer, se me nubló la vista y mi tensión arterial subió a cifras inquietantes. Me atendió mi médico de siempre y ordenó mi hospitalización en la Sala de Cuidados Intensivos del Instituto Cardiovascular del Cesar. Luego de una serie de procedimientos […]


Estaba en mora de dar este testimonio que prometí. Hace tres años me sentí desfallecer, se me nubló la vista y mi tensión arterial subió a cifras inquietantes. Me atendió mi médico de siempre y ordenó mi hospitalización en la Sala de Cuidados Intensivos del Instituto Cardiovascular del Cesar.

Luego de una serie de procedimientos atormentadores, y una perfusión miocárdica, en el laboratorio de medicina nuclear, el resultado fue: ‘Estudio anormal en la pared inferior del ventrículo izquierdo’. El paso a seguir era un cateterismo.

Mis hijos me trasladaron a Bogotá a la clínica Shaio. Antes del procedimiento, en la soledad de mi habitación, rezaba el Rosario y alababa a Jesús Sacramentado. El Santísimo Sacramento, como le decía mi madre, ha sido mi devoción desde niña cuando ella me llevaba a adorarlo y a cantar ‘Venid Adoradores’; ahora, cuando voy a la iglesia, solo fijo mi mirada hacia donde Él está, busco la lamparita votiva que indica que está vivo y esperando nuestra visita. He pasado ratos solitarios frente a Él, a veces, además de alabarlo y de pedirle su bendición, no he encontrado nada qué decirle, hasta que un día comencé a contarle asuntos de mi vida, como si Él no los supiera. Y terminaba con una deprecación que se me volvió una letanía: “Reina en mi corazón, Señor”.

En la clínica bogotana, mientras esperaba, repetí muchas veces mi letanía personal, y busqué en el celular algo de música religiosa, me asombré cuando escuché: “Dame un nuevo corazón, Señor / un corazón para alabarte / un corazón para servirte…”, lo repetía una y otra vez hasta cuando me lo aprendí. No me sentía triste ni asustada.

Llegó el momento de entrar en la sala de procedimientos para que me realizarán el temido cateterismo, en mi caso había un agregado inquietante: soy alérgica a los medios de contrastes, que son necesarios en ese caso; me prepararon con unos medicamentos para evitar una reacción peligrosa. Cuando me llevaban en una camilla, clamé a Jesús: “Señor, ¿cómo vas a reinar en un corazón averiado? Confío en que lo sanes”.

En la sala me esperaba el doctor Luis Ignacio Calderón, según escuché es una eminencia como hemodinamista, me recibió con una sonrisa y se encargó él mismo de hacerme el cateterismo, comenzó su trabajo y cuando creí que apenas lo iniciaba, sonrió, y me dijo “Terminamos, su corazón está limpio, sus arterias no presentan nada anormal, la felicito”.

Mi respuesta fue: ‘¿Usted cree en los milagros, doctor?’ Contestó: ‘Sí, pero más en la ciencia, a veces esos exámenes que traen no resultan del todo ciertos’, no quise replicarle que los habían repetido dos veces.

En el período de recuperación de cuatro horas, me la pasé tarareando: ‘Dame un nuevo corazón…’ Cuando me instalé en casa de una de mis hijas la despertaba con ese canto que me encontré incidentalmente mientras buscaba música religiosa, hoy lo tararea, se ha convertido en la banda sonora de nuestra vida espiritual.

Jesús está en mi corazón renovado hasta el último latido. Sí, cada palpitación es una alabanza a su nombre y me reafirmará el convencimiento de que obró en mí un milagro del que daré testimonio por siempre, aunque no lo crean.