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Columnista - 11 octubre, 2016

El reencuentro de Santos y Uribe

El presidente Santos no quería perder el Plebiscito pero tampoco ganarlo con una votación abrumadora. Prefería, por ejemplo, un 60% para el Sí y un 40% para el No. ¿La razón? Una victoria aplastante le daría demasiada fuerza política a las Farc. Este argumento revelador se lo oí a un alto funcionario del gobierno nacional […]

El presidente Santos no quería perder el Plebiscito pero tampoco ganarlo con una votación abrumadora. Prefería, por ejemplo, un 60% para el Sí y un 40% para el No. ¿La razón? Una victoria aplastante le daría demasiada fuerza política a las Farc. Este argumento revelador se lo oí a un alto funcionario del gobierno nacional en Cartagena la noche antes de la firma del Acuerdo.

Eso explicaría por qué se hizo pedagogía a los acuerdos y propaganda al Sí pero no se exigió a los caciques regionales mover la maquinaria para “convencer” a los votantes. En esta ocasión, se hizo solo lo suficiente para ganar modestamente. Circuló muy poco dinero y, sin él, los barones electorales se movieron con desgano; pero, los cálculos fallaron, no contaban con la libre opinión del huracán Matthew.

Ante el inesperado descalabro, el Presidente con aire humilde y contrito invitó a dialogar a la oposición. Y, cuando todo parecía perdido y el momento más oscuro, el destino trocó su derrota en victoria. Fue el gran beneficiado de la semana más agitada de la historia de Colombia. Ganó con justicia el Nobel de Paz y consiguió a un nuevo e inesperado aliado.

Los odios que se dispensan entre sí, han hecho olvidar que Uribe y Santos son ramas del mismo árbol: la élite gobernante. Coinciden en su visión económica, social y ambiental, y solo se diferencian en el método de lograr la paz. No porque a Santos le disgusten las objeciones de Uribe, sino porque las ve poco viables. Imposibles de aceptar por la insurgencia, como lo pudo comprobar después de 4 años de negociación.

El Presidente sabe que la derrota del Sí cambió la correlación de fuerzas y lo que ayer no se alcanzó hoy se puede conseguir con la ayuda providencial del senador Uribe: reducir el Acuerdo a una rendición de la guerrilla en un marco legal igual al utilizado con las AUC. Los negociadores del Gobierno lo han dicho: “Lo que pide el expresidente Uribe lo exigimos durante estos años pero las Farc no lo aceptó”.

En el fondo, Santos y Uribe no quieren la justicia transicional porque le temen a la verdad, tampoco la apertura política ni la reforma rural. Lo que no le gusta a Uribe no le agrada a Santos ni le place al “Establecimiento”. Es de temer que pronto lleguen a un consenso y digan a las Farc: “Acepten o serán los únicos responsables de volver a la guerra”.

Este “pacto de élites” puede ser muy peligroso para el país. Sería una parodia del Frente Nacional y un portazo a la inaplazable ampliación de la democracia, la reparación a las víctimas y la reconciliación nacional. Impedirlo exige la participación de otros actores, democratizar el debate y construir un consenso más robusto e incluyente en la reformulación del Acuerdo de La Habana.

La sociedad civil debe responder con la más amplia movilización ciudadana. Esta impedirá las maniobras politiqueras y la dilación oportunista. La pluralidad de las recientes manifestaciones envió un contundente mensaje: la paz es de todos y con todos. Nuestra primavera política comienza a dar sus primeros pasos.

Columnista
11 octubre, 2016

El reencuentro de Santos y Uribe

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rodolfo Quintero Romero

El presidente Santos no quería perder el Plebiscito pero tampoco ganarlo con una votación abrumadora. Prefería, por ejemplo, un 60% para el Sí y un 40% para el No. ¿La razón? Una victoria aplastante le daría demasiada fuerza política a las Farc. Este argumento revelador se lo oí a un alto funcionario del gobierno nacional […]


El presidente Santos no quería perder el Plebiscito pero tampoco ganarlo con una votación abrumadora. Prefería, por ejemplo, un 60% para el Sí y un 40% para el No. ¿La razón? Una victoria aplastante le daría demasiada fuerza política a las Farc. Este argumento revelador se lo oí a un alto funcionario del gobierno nacional en Cartagena la noche antes de la firma del Acuerdo.

Eso explicaría por qué se hizo pedagogía a los acuerdos y propaganda al Sí pero no se exigió a los caciques regionales mover la maquinaria para “convencer” a los votantes. En esta ocasión, se hizo solo lo suficiente para ganar modestamente. Circuló muy poco dinero y, sin él, los barones electorales se movieron con desgano; pero, los cálculos fallaron, no contaban con la libre opinión del huracán Matthew.

Ante el inesperado descalabro, el Presidente con aire humilde y contrito invitó a dialogar a la oposición. Y, cuando todo parecía perdido y el momento más oscuro, el destino trocó su derrota en victoria. Fue el gran beneficiado de la semana más agitada de la historia de Colombia. Ganó con justicia el Nobel de Paz y consiguió a un nuevo e inesperado aliado.

Los odios que se dispensan entre sí, han hecho olvidar que Uribe y Santos son ramas del mismo árbol: la élite gobernante. Coinciden en su visión económica, social y ambiental, y solo se diferencian en el método de lograr la paz. No porque a Santos le disgusten las objeciones de Uribe, sino porque las ve poco viables. Imposibles de aceptar por la insurgencia, como lo pudo comprobar después de 4 años de negociación.

El Presidente sabe que la derrota del Sí cambió la correlación de fuerzas y lo que ayer no se alcanzó hoy se puede conseguir con la ayuda providencial del senador Uribe: reducir el Acuerdo a una rendición de la guerrilla en un marco legal igual al utilizado con las AUC. Los negociadores del Gobierno lo han dicho: “Lo que pide el expresidente Uribe lo exigimos durante estos años pero las Farc no lo aceptó”.

En el fondo, Santos y Uribe no quieren la justicia transicional porque le temen a la verdad, tampoco la apertura política ni la reforma rural. Lo que no le gusta a Uribe no le agrada a Santos ni le place al “Establecimiento”. Es de temer que pronto lleguen a un consenso y digan a las Farc: “Acepten o serán los únicos responsables de volver a la guerra”.

Este “pacto de élites” puede ser muy peligroso para el país. Sería una parodia del Frente Nacional y un portazo a la inaplazable ampliación de la democracia, la reparación a las víctimas y la reconciliación nacional. Impedirlo exige la participación de otros actores, democratizar el debate y construir un consenso más robusto e incluyente en la reformulación del Acuerdo de La Habana.

La sociedad civil debe responder con la más amplia movilización ciudadana. Esta impedirá las maniobras politiqueras y la dilación oportunista. La pluralidad de las recientes manifestaciones envió un contundente mensaje: la paz es de todos y con todos. Nuestra primavera política comienza a dar sus primeros pasos.