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Crónica - 2 abril, 2017

‘Rafa guacharaca’, un amante del folclor

El guajiro que a diario disfruta de las heladas aguas del río Guatapurí, en cuyas orillas se gana la vida vendiendo uno de los principales instrumentos de la música vallenata.

En la terraza de su casa, ubicada en el barrio Santa Rita de Valledupar, Rafael Melo fabrica diariamente 20 guacharacas.
En la terraza de su casa, ubicada en el barrio Santa Rita de Valledupar, Rafael Melo fabrica diariamente 20 guacharacas.

Cuando Rafael Melo se sienta bajo la sombra de un árbol frondoso, en la terraza de su vivienda, las manos y uñas deterioradas por el oficio se preparan para hacer una de las cosas que más le gusta: guacharacas.

Melo, desde hace 20 años trabaja con la artesanía, pero hace tres dedica sus días a fabricar guacharacas, uno de los instrumentos más importantes para la música Vallenata.

Así como sus manos se sensibilizan para realizar arte, sus oídos al unísono parrandean en silencio con el charrasqueo de las guacharacas, lo que le permite concentrarse y disfrutar como nadie de lo que más le apasiona.

Ama su oficio, se empapa de folclor cada vez que toma la segueta y la lima para darle rienda suelta a su arte rudimentario. No tiene horario fijo para trabajar, tampoco un catálogos ni vitrinas para mostrar sus obras hechas en lata (píritu, güis, coyol o uvita, corozo, es una especie de planta perteneciente a la familia de las palmeras), las que acompañan el sonar de una caja y un acordeón en las parrandas vallenatas.

Ríe cuando le tocan el tema musical, además su larga experiencia en esta le permite hablar con propiedad del auténtico vallenato. No se le arruga a los golpes de la vida, tampoco de su destino familiar, su mundo gira en torno a la guacharaca.

Este hombre de 58 años de edad nació en La Guajira, más exactamente en el municipio de El Molino, de donde emigró hacia El Copey, Cesar, llevando consigo esa música que está impregnada en su sangre, que exterioriza por medio del arte al que se dedica y de los instrumentos musicales que sabe tocar como la guacharaca, la caja, la violina y los timbales.

Del acordeón refiere, como su pasión, como la profesión que hubiese querido tener. “Me hubiese gustado también ser artista y de las canciones que más me gusta es una de Diomedes, que se llama ‘Por qué Razón’ y también acordeonero pero lastimosamente nunca tuve para comprar este instrumento”, confesó.”

“Recuerdo de mi niñez que, cuando vivía en El Molino, recorría las fincas del pueblo en una burra con dos tinajas de leche, junto a mi primo Elías Rosado, cuando eso él no había grabado con Juancho Rois; pasaba por mi casa y me gritaba primo vamos para la finca, él iba adelante en un sillón y yo atrás en ancla, comenzaba a cantar esa canción de Adolfo Pacheco que se titula ‘Oye”, relató el señor Melo.

‘Rafa guacharaca’ como lo conocen sus colegas y más fieles clientes, recuerda con pesar aquella época en la que el infortunio tocó a El Copey, con el paso de grupos armados que lo desplazaron e hicieron emprender un nuevo camino en tierras vallenatas, donde actualmente reside.

Prefirió los acordes musicales que la algarabía estruendosa de los fusiles, que para ese tiempo accionaban los grupos armados en territorio copeyano. Aunque no fue una víctima directa de la violencia, esta si dañaba su tranquilidad como a la de la mayoría de los colombianos.

“En la época que la guerrilla se metía a las casas y sacaba a familias enteras de sus viviendas, mi mamá y todos mis hermanos nos atemorizamos con la situación y para evitar una desgracia preferimos salir de El Copey. Llegamos a Valledupar y cuando cumplí los 18 años me fui a prestar el servicio en la Armada Nacional, luego regresé y nunca más he salido de esta hermosa tierra”, contó Rafael con una sonrisa amplia, esa que acompañó su rostro durante toda la entrevista.

Los primeros pasos que dio como artesano, recuerda haber trabajado con alambre, alpaca, bronce y cerámicas con los que le daba vida a hermosas gargantillas, aretes y todo tipo de accesorios que vendía en ferias artesanales.

“Es un talento con el que uno nace, porque nunca he recibido clases para esto. Empecé a trabajar con alambre, alpaca, bronce y pinzas; hacía cerámicas, gargantillas, aretes, y todo tipo de accesorios que luego vendía en las ferias artesanales de ciudades como Medellín, Cartagena, Santa Marta, Barranquilla, Tolu y Coveñas”, afirmó.

Haciendo honor a ese título de que los colombianos son una de las personas más felices del mundo, Rafael siempre muestra su alegría y cuenta las anécdotas de cómo los juglares de la música vallenata convirtieron poesías en canciones.

Este creador de instrumentos ha vivido toda la vida del comercio. En cuanto a la venta de la guacharaca, ofrece a sus clientes antes de venderle el producto, un cursillo gratuito “El curso es gratis, solo que me compren el instrumento”.

Diariamente fabrica al rededor de 20 guacharacas y las vende por un valor que oscila entre 15 y 25 mil pesos.

Asegura que tiene varios puntos móviles de venta: la Plaza Alfonso López, Los Poporos, pero su mejor clientela está en el balneario Hurtado, a orillas del río Guatapurí.

“Me estoy preparando para Semana Santa y Festival, estas son unas épocas buenas para vender mis artesanías, por eso aumentaré el número de instrumentos”, anunció el artesano que ha puesto a tocar sus guacharacas a reconocidas artistas como Iván Villazón y Silvestre Dangond.

 

Crónica
2 abril, 2017

‘Rafa guacharaca’, un amante del folclor

El guajiro que a diario disfruta de las heladas aguas del río Guatapurí, en cuyas orillas se gana la vida vendiendo uno de los principales instrumentos de la música vallenata.


En la terraza de su casa, ubicada en el barrio Santa Rita de Valledupar, Rafael Melo fabrica diariamente 20 guacharacas.
En la terraza de su casa, ubicada en el barrio Santa Rita de Valledupar, Rafael Melo fabrica diariamente 20 guacharacas.

Cuando Rafael Melo se sienta bajo la sombra de un árbol frondoso, en la terraza de su vivienda, las manos y uñas deterioradas por el oficio se preparan para hacer una de las cosas que más le gusta: guacharacas.

Melo, desde hace 20 años trabaja con la artesanía, pero hace tres dedica sus días a fabricar guacharacas, uno de los instrumentos más importantes para la música Vallenata.

Así como sus manos se sensibilizan para realizar arte, sus oídos al unísono parrandean en silencio con el charrasqueo de las guacharacas, lo que le permite concentrarse y disfrutar como nadie de lo que más le apasiona.

Ama su oficio, se empapa de folclor cada vez que toma la segueta y la lima para darle rienda suelta a su arte rudimentario. No tiene horario fijo para trabajar, tampoco un catálogos ni vitrinas para mostrar sus obras hechas en lata (píritu, güis, coyol o uvita, corozo, es una especie de planta perteneciente a la familia de las palmeras), las que acompañan el sonar de una caja y un acordeón en las parrandas vallenatas.

Ríe cuando le tocan el tema musical, además su larga experiencia en esta le permite hablar con propiedad del auténtico vallenato. No se le arruga a los golpes de la vida, tampoco de su destino familiar, su mundo gira en torno a la guacharaca.

Este hombre de 58 años de edad nació en La Guajira, más exactamente en el municipio de El Molino, de donde emigró hacia El Copey, Cesar, llevando consigo esa música que está impregnada en su sangre, que exterioriza por medio del arte al que se dedica y de los instrumentos musicales que sabe tocar como la guacharaca, la caja, la violina y los timbales.

Del acordeón refiere, como su pasión, como la profesión que hubiese querido tener. “Me hubiese gustado también ser artista y de las canciones que más me gusta es una de Diomedes, que se llama ‘Por qué Razón’ y también acordeonero pero lastimosamente nunca tuve para comprar este instrumento”, confesó.”

“Recuerdo de mi niñez que, cuando vivía en El Molino, recorría las fincas del pueblo en una burra con dos tinajas de leche, junto a mi primo Elías Rosado, cuando eso él no había grabado con Juancho Rois; pasaba por mi casa y me gritaba primo vamos para la finca, él iba adelante en un sillón y yo atrás en ancla, comenzaba a cantar esa canción de Adolfo Pacheco que se titula ‘Oye”, relató el señor Melo.

‘Rafa guacharaca’ como lo conocen sus colegas y más fieles clientes, recuerda con pesar aquella época en la que el infortunio tocó a El Copey, con el paso de grupos armados que lo desplazaron e hicieron emprender un nuevo camino en tierras vallenatas, donde actualmente reside.

Prefirió los acordes musicales que la algarabía estruendosa de los fusiles, que para ese tiempo accionaban los grupos armados en territorio copeyano. Aunque no fue una víctima directa de la violencia, esta si dañaba su tranquilidad como a la de la mayoría de los colombianos.

“En la época que la guerrilla se metía a las casas y sacaba a familias enteras de sus viviendas, mi mamá y todos mis hermanos nos atemorizamos con la situación y para evitar una desgracia preferimos salir de El Copey. Llegamos a Valledupar y cuando cumplí los 18 años me fui a prestar el servicio en la Armada Nacional, luego regresé y nunca más he salido de esta hermosa tierra”, contó Rafael con una sonrisa amplia, esa que acompañó su rostro durante toda la entrevista.

Los primeros pasos que dio como artesano, recuerda haber trabajado con alambre, alpaca, bronce y cerámicas con los que le daba vida a hermosas gargantillas, aretes y todo tipo de accesorios que vendía en ferias artesanales.

“Es un talento con el que uno nace, porque nunca he recibido clases para esto. Empecé a trabajar con alambre, alpaca, bronce y pinzas; hacía cerámicas, gargantillas, aretes, y todo tipo de accesorios que luego vendía en las ferias artesanales de ciudades como Medellín, Cartagena, Santa Marta, Barranquilla, Tolu y Coveñas”, afirmó.

Haciendo honor a ese título de que los colombianos son una de las personas más felices del mundo, Rafael siempre muestra su alegría y cuenta las anécdotas de cómo los juglares de la música vallenata convirtieron poesías en canciones.

Este creador de instrumentos ha vivido toda la vida del comercio. En cuanto a la venta de la guacharaca, ofrece a sus clientes antes de venderle el producto, un cursillo gratuito “El curso es gratis, solo que me compren el instrumento”.

Diariamente fabrica al rededor de 20 guacharacas y las vende por un valor que oscila entre 15 y 25 mil pesos.

Asegura que tiene varios puntos móviles de venta: la Plaza Alfonso López, Los Poporos, pero su mejor clientela está en el balneario Hurtado, a orillas del río Guatapurí.

“Me estoy preparando para Semana Santa y Festival, estas son unas épocas buenas para vender mis artesanías, por eso aumentaré el número de instrumentos”, anunció el artesano que ha puesto a tocar sus guacharacas a reconocidas artistas como Iván Villazón y Silvestre Dangond.