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Columnista - 13 septiembre, 2016

¿Quién le teme a la democracia?

Quizás nada ha ayudado más a esclarecer el acuerdo final entre el Gobierno y las Farc que las pedagógicas entrevistas dadas a los medios de comunicación por el general Alberto Mejía, comandante del Ejército, el general Javier Flores y, Juan Carlos Henao, actual rector de la Universidad Externado de Colombia. Si algo quedó faltando por […]

Quizás nada ha ayudado más a esclarecer el acuerdo final entre el Gobierno y las Farc que las pedagógicas entrevistas dadas a los medios de comunicación por el general Alberto Mejía, comandante del Ejército, el general Javier Flores y, Juan Carlos Henao, actual rector de la Universidad Externado de Colombia.

Si algo quedó faltando por demoler en el precario andamiaje retórico de los partidarios del “No”, lo pulverizó el pronunciamiento de la presidenta de la Corte Penal Internacional avalando lo acordado sobre justicia transicional. El reconocimiento de las Farc del dolor que causó el secuestro y la solicitud de perdón a sus víctimas concluyó la faena y ha dejado sin argumentos a la oposición.

Lo de la entrega del país al castrochavismo más que realismo mágico es un enorme disparate. Supone que los menos queridos por los colombianos ganarán las elecciones del 2018. Lo cual sería reconocer que gozan de un apoyo popular y unas simpatías que los mismos uribistas son los primeros en rechazar. Sin embargo, ¿Qué sucedería si ‘Timochenko’ gana las elecciones presidenciales? ¿Aceptaría Uribe el resultado democrático? ¿Llamaría a un golpe militar? ¿Se alzaría en armas?

Entonces, ¿Qué es lo que hay detrás de la oposición al fin del conflicto armado? ¿A qué le teme la élite que financia la campaña del “No”? ¿A las Farc? No. A esta ya aprendieron a combatirla con éxito a través del paramilitarismo. Digo con éxito si aceptamos su propio y particular indicador: “Ya podemos volver a las fincas”.

No es la guerrilla lo que les asusta. Por el contrario, desean seguir con ella 50 años más porque le conviene a sus intereses políticos, sociales y económicos. Aman el statu quo: la guerra eterna que libran pobres contra pobres. A lo que si le tienen pánico es a la ampliación y profundización de nuestra restringida democracia. Ese es el meollo del asunto.

Les causa horror el surgimiento de nuevas fuerzas políticas; el fortalecimiento de los movimientos sociales; la participación ciudadana; el reconocimiento de los derechos de minorías históricamente marginadas; el empoderamiento de las mujeres; la dignificación de las víctimas; la restitución de las tierras arrebatadas a sus legítimos dueños; la reducción de la desigualdad; pero, sobre todo, le temen a la verdad.

Que se reconozca que no solo el estado, guerrilleros y militares fueron actores del conflicto armado y se revele que también hubo civiles involucrados voluntariamente en graves hechos delictivos. Que deben rendir cuentas de ellos a esa justicia transicional que al final, qué ironía, terminará salvándolos de la cárcel que exigen para otros.

No son las curules para los guerrilleros lo que les molesta. Ni que no terminen en una prisión. Les irrita que se prefiera la reconciliación a la confrontación. Que se renuncie a mezclar violencia con política. Les aterra que estemos en un momento de cambio e imaginar el huracán reformista, modernizador, democrático, que puede originar el postconflicto.

 

 

Columnista
13 septiembre, 2016

¿Quién le teme a la democracia?

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rodolfo Quintero Romero

Quizás nada ha ayudado más a esclarecer el acuerdo final entre el Gobierno y las Farc que las pedagógicas entrevistas dadas a los medios de comunicación por el general Alberto Mejía, comandante del Ejército, el general Javier Flores y, Juan Carlos Henao, actual rector de la Universidad Externado de Colombia. Si algo quedó faltando por […]


Quizás nada ha ayudado más a esclarecer el acuerdo final entre el Gobierno y las Farc que las pedagógicas entrevistas dadas a los medios de comunicación por el general Alberto Mejía, comandante del Ejército, el general Javier Flores y, Juan Carlos Henao, actual rector de la Universidad Externado de Colombia.

Si algo quedó faltando por demoler en el precario andamiaje retórico de los partidarios del “No”, lo pulverizó el pronunciamiento de la presidenta de la Corte Penal Internacional avalando lo acordado sobre justicia transicional. El reconocimiento de las Farc del dolor que causó el secuestro y la solicitud de perdón a sus víctimas concluyó la faena y ha dejado sin argumentos a la oposición.

Lo de la entrega del país al castrochavismo más que realismo mágico es un enorme disparate. Supone que los menos queridos por los colombianos ganarán las elecciones del 2018. Lo cual sería reconocer que gozan de un apoyo popular y unas simpatías que los mismos uribistas son los primeros en rechazar. Sin embargo, ¿Qué sucedería si ‘Timochenko’ gana las elecciones presidenciales? ¿Aceptaría Uribe el resultado democrático? ¿Llamaría a un golpe militar? ¿Se alzaría en armas?

Entonces, ¿Qué es lo que hay detrás de la oposición al fin del conflicto armado? ¿A qué le teme la élite que financia la campaña del “No”? ¿A las Farc? No. A esta ya aprendieron a combatirla con éxito a través del paramilitarismo. Digo con éxito si aceptamos su propio y particular indicador: “Ya podemos volver a las fincas”.

No es la guerrilla lo que les asusta. Por el contrario, desean seguir con ella 50 años más porque le conviene a sus intereses políticos, sociales y económicos. Aman el statu quo: la guerra eterna que libran pobres contra pobres. A lo que si le tienen pánico es a la ampliación y profundización de nuestra restringida democracia. Ese es el meollo del asunto.

Les causa horror el surgimiento de nuevas fuerzas políticas; el fortalecimiento de los movimientos sociales; la participación ciudadana; el reconocimiento de los derechos de minorías históricamente marginadas; el empoderamiento de las mujeres; la dignificación de las víctimas; la restitución de las tierras arrebatadas a sus legítimos dueños; la reducción de la desigualdad; pero, sobre todo, le temen a la verdad.

Que se reconozca que no solo el estado, guerrilleros y militares fueron actores del conflicto armado y se revele que también hubo civiles involucrados voluntariamente en graves hechos delictivos. Que deben rendir cuentas de ellos a esa justicia transicional que al final, qué ironía, terminará salvándolos de la cárcel que exigen para otros.

No son las curules para los guerrilleros lo que les molesta. Ni que no terminen en una prisión. Les irrita que se prefiera la reconciliación a la confrontación. Que se renuncie a mezclar violencia con política. Les aterra que estemos en un momento de cambio e imaginar el huracán reformista, modernizador, democrático, que puede originar el postconflicto.