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Columnista - 3 octubre, 2016

Periodistas entre la paz y la guerra

El Cesar, un departamento prácticamente nuevo, nació rodeado de buenos augurios, lo tenía todo para ser punta de lanza en el extremo norte de Colombia. Enmarcado por ríos importantes, entre la Serranía de Perijá y la mole fecunda de la Sierra Nevada, apacentaba dehesas llenas de reses, y cultivabas extensiones increíbles de algodón y frutales. […]

El Cesar, un departamento prácticamente nuevo, nació rodeado de buenos augurios, lo tenía todo para ser punta de lanza en el extremo norte de Colombia. Enmarcado por ríos importantes, entre la Serranía de Perijá y la mole fecunda de la Sierra Nevada, apacentaba dehesas llenas de reses, y cultivabas extensiones increíbles de algodón y frutales.

Los mayores, patriarcas, lucharon por conseguir que a esta tierra pacífica y labrantía se le reconociera como un departamento, cultivaron, antes que todo, la bonhomía, la sanidad de mente y la cultura de las manos limpias. Nunca se pensó, como no lo piensan todos los pueblos, que la serenidad iba a ser traicionada

Lo que fue esperanza se convirtió en un estallido de dolor y angustia: años soportando la zozobra del secuestro y de una modalidad del mismo, incrustada en esta región: “el resecuestro”, la misma persona liberada y vuelta a privar de la libertad. Incontables días en los que personas queridas, gente que hacía bien a la región o simples ciudadanos que tenían derecho a disfrutar de la existencia y de los sueños, cayeron abatidos por los más arteros atentados.

Ante esta situación de confusión y muerte se enfrentó un puñado de periodistas no con armas, sino con el arrojo propio del oficio y sin saber cómo, porque no estaban preparados para ello, cubrieron para el mundo, y lo siguen haciendo, las más dolorosas historias, varios murieron atrapados en medio de un conflicto que se asentó con raíces profundas en la región.

Al periodista se le enseña cómo ser periodista, cómo informar o comentar u opinar, pero jamás se le enseña cómo cubrir el terror, el dolor, la muerte de compañeros, la violencia infinita. Y cubrían las matanzas, los crímenes indefinibles, las liberaciones bañadas de lágrimas, tiroteos en las calles o combates en los montes y más, porque fue y es mucho más, con un arrojo saturado de temor, lo hacían a pesar del propio riesgo o empeoraban su propia seguridad por no saber cómo manejar un tema que los volvía, por momentos, agresivos o los apabullaba.

Este grupo de periodistas ha crecido, muchos jovencitos no supieron cómo fue enfrentarse a la cotidianidad maltratada, pero tienen el convencimiento de que, con ese valor de que les hablamos se enfrenta la cotidianidad adversa, y cómo vigorizar su mística por la profesión, a no volverse un problema más del conflicto – que todavía no termina – sino a ser el historiador diario y responsable de la época que le ha tocado vivir, denunciar, escribir, describir, con el ánimo desarmado, con renovación y fe en su oficio, oficio que debe ser amor a la patria, restaurador de sueños y esperanzas.

Cuando esto escribo, en medio de un rezago del huracán Matthew, no puedo invitarlos a votar porque cuando se publique ya habrá pasado el plebiscito, sólo los invito a unirnos en la lucha por la restauración del país, comencemos por nuestra región con el valor que da una profesión que se ejerce sobre una plataforma de peligros y contradictoriamente de esperanzas.

Columnista
3 octubre, 2016

Periodistas entre la paz y la guerra

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

El Cesar, un departamento prácticamente nuevo, nació rodeado de buenos augurios, lo tenía todo para ser punta de lanza en el extremo norte de Colombia. Enmarcado por ríos importantes, entre la Serranía de Perijá y la mole fecunda de la Sierra Nevada, apacentaba dehesas llenas de reses, y cultivabas extensiones increíbles de algodón y frutales. […]


El Cesar, un departamento prácticamente nuevo, nació rodeado de buenos augurios, lo tenía todo para ser punta de lanza en el extremo norte de Colombia. Enmarcado por ríos importantes, entre la Serranía de Perijá y la mole fecunda de la Sierra Nevada, apacentaba dehesas llenas de reses, y cultivabas extensiones increíbles de algodón y frutales.

Los mayores, patriarcas, lucharon por conseguir que a esta tierra pacífica y labrantía se le reconociera como un departamento, cultivaron, antes que todo, la bonhomía, la sanidad de mente y la cultura de las manos limpias. Nunca se pensó, como no lo piensan todos los pueblos, que la serenidad iba a ser traicionada

Lo que fue esperanza se convirtió en un estallido de dolor y angustia: años soportando la zozobra del secuestro y de una modalidad del mismo, incrustada en esta región: “el resecuestro”, la misma persona liberada y vuelta a privar de la libertad. Incontables días en los que personas queridas, gente que hacía bien a la región o simples ciudadanos que tenían derecho a disfrutar de la existencia y de los sueños, cayeron abatidos por los más arteros atentados.

Ante esta situación de confusión y muerte se enfrentó un puñado de periodistas no con armas, sino con el arrojo propio del oficio y sin saber cómo, porque no estaban preparados para ello, cubrieron para el mundo, y lo siguen haciendo, las más dolorosas historias, varios murieron atrapados en medio de un conflicto que se asentó con raíces profundas en la región.

Al periodista se le enseña cómo ser periodista, cómo informar o comentar u opinar, pero jamás se le enseña cómo cubrir el terror, el dolor, la muerte de compañeros, la violencia infinita. Y cubrían las matanzas, los crímenes indefinibles, las liberaciones bañadas de lágrimas, tiroteos en las calles o combates en los montes y más, porque fue y es mucho más, con un arrojo saturado de temor, lo hacían a pesar del propio riesgo o empeoraban su propia seguridad por no saber cómo manejar un tema que los volvía, por momentos, agresivos o los apabullaba.

Este grupo de periodistas ha crecido, muchos jovencitos no supieron cómo fue enfrentarse a la cotidianidad maltratada, pero tienen el convencimiento de que, con ese valor de que les hablamos se enfrenta la cotidianidad adversa, y cómo vigorizar su mística por la profesión, a no volverse un problema más del conflicto – que todavía no termina – sino a ser el historiador diario y responsable de la época que le ha tocado vivir, denunciar, escribir, describir, con el ánimo desarmado, con renovación y fe en su oficio, oficio que debe ser amor a la patria, restaurador de sueños y esperanzas.

Cuando esto escribo, en medio de un rezago del huracán Matthew, no puedo invitarlos a votar porque cuando se publique ya habrá pasado el plebiscito, sólo los invito a unirnos en la lucha por la restauración del país, comencemos por nuestra región con el valor que da una profesión que se ejerce sobre una plataforma de peligros y contradictoriamente de esperanzas.