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Columnista - 17 mayo, 2017

Pericles

Un recuerdo suyo, a grandes rasgos. Nació a finales del siglo V, A de C. Para ponerlo en contexto político-filosófico, el siglo de oro del pensamiento griego. De estirpe noble, recibió una educación esmerada, que le permitió distinguirse, desde joven, entre sus conciudadanos atenienses. Una imagen recurrente de los griegos antiguos era la altura de […]

Un recuerdo suyo, a grandes rasgos. Nació a finales del siglo V, A de C. Para ponerlo en contexto político-filosófico, el siglo de oro del pensamiento griego.

De estirpe noble, recibió una educación esmerada, que le permitió distinguirse, desde joven, entre sus conciudadanos atenienses.

Una imagen recurrente de los griegos antiguos era la altura de su monte Olimpo, con la que semejaban las que consideraban grandes glorias humanas. Por eso, a Pericles lo llamaron ‘El Olimpio’. Gran orador; jefe militar impasible; gobernante resplandecedor del orden arquitectónico de la ciudad de Atenas.

Durante su extenso gobierno de 32 años consolidó la tradición democrática de su ciudad–estado; abriéndole espacio político a los campesinos, artesanos, obreros, como quiera que los consideraba tan ciudadanos como los demás habitantes de la urbe, toda vez que por Atenas habían luchado juntos defendiendo la identidad y libertad de todos, frente al imperio de los persas.

Recortó las atribuciones del Areópago (congreso), porque no era más que un feudo de la nobleza, y entregó más poder a las instituciones del pueblo; estableció la costumbre de remunerar los cargos públicos, para evitar que únicamente los ricos pudieran acceder a ellos.

La institución de los arcontes (funcionarios de gobierno, asimilables hoy día a los de la rama ejecutiva del poder público), la hizo posible, incluso, a los ciudadanos más humildes, pues practicó la política según la cual todos los ciudadanos debían intervenir en los asuntos públicos, ya que “el que rehúye la política no es sólo indiferente sino inútil”. Y era extraordinariamente hábil para lograr consensos políticos.
Sin embargo, a los criterios de hoy, el lunar de aquella democracia consistía: en que solamente los considerados ciudadanos de Atenas tenían derecho al ejercicio de las funciones de la res-pública, no los esclavos, ni las mujeres, ni los habitantes de sus colonias.
En el orden de la cultura, fue un ilustrado. Convocó a Atenas a los mejores artistas de la época; encomendó al gran escultor Fidias la reconstrucción de su acrópolis; quiso que la ciudad fuera un hervidero de imaginación y creatividad.
Convirtió la Liga de las ciudades de Delfos, en principio iguales en categoría, en un verdadero imperio, motivo por el cual las otras, se fueron separando, en primer lugar Esparta la que finalmente enfrentó a Atenas en las guerras del Peloponeso, espléndidamente narradas por el historiador Tucidides.

Guerras y peste se enseñorearon en Atenas, cuyos habitantes hicieron de Pericles un chivo expiatorio, quien sumido en la devastación pública y depresión personal, murió en el año 429, A de C; los conflictos continuaron, rematando en la anarquía, y el apoderamiento de Grecia por parte del imperio macedónico, que la anexó.
Ocurrido lo cual la democracia y la cultura atenienses quedaron ocultas, hasta cuando fueron revividas en occidente, con el advenimiento del humanismo cristiano y el renacimiento.

Moraleja. Cuando un pueblo pierde su libertad, adviene en el estado de esclavitud, y sólo será posible recuperar aquella a base de “sangre, sudor y lágrimas”, como memorablemente lo afirmó en su tiempo, Winston Churchill.

NOTA: si visitas Pueblo Bello notarás que allí tu mente piensa mejor.
rodrigolopezbarros@hotmail.com

Por Rodrigo López Barros

 

Columnista
17 mayo, 2017

Pericles

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rodrigo López Barros

Un recuerdo suyo, a grandes rasgos. Nació a finales del siglo V, A de C. Para ponerlo en contexto político-filosófico, el siglo de oro del pensamiento griego. De estirpe noble, recibió una educación esmerada, que le permitió distinguirse, desde joven, entre sus conciudadanos atenienses. Una imagen recurrente de los griegos antiguos era la altura de […]


Un recuerdo suyo, a grandes rasgos. Nació a finales del siglo V, A de C. Para ponerlo en contexto político-filosófico, el siglo de oro del pensamiento griego.

De estirpe noble, recibió una educación esmerada, que le permitió distinguirse, desde joven, entre sus conciudadanos atenienses.

Una imagen recurrente de los griegos antiguos era la altura de su monte Olimpo, con la que semejaban las que consideraban grandes glorias humanas. Por eso, a Pericles lo llamaron ‘El Olimpio’. Gran orador; jefe militar impasible; gobernante resplandecedor del orden arquitectónico de la ciudad de Atenas.

Durante su extenso gobierno de 32 años consolidó la tradición democrática de su ciudad–estado; abriéndole espacio político a los campesinos, artesanos, obreros, como quiera que los consideraba tan ciudadanos como los demás habitantes de la urbe, toda vez que por Atenas habían luchado juntos defendiendo la identidad y libertad de todos, frente al imperio de los persas.

Recortó las atribuciones del Areópago (congreso), porque no era más que un feudo de la nobleza, y entregó más poder a las instituciones del pueblo; estableció la costumbre de remunerar los cargos públicos, para evitar que únicamente los ricos pudieran acceder a ellos.

La institución de los arcontes (funcionarios de gobierno, asimilables hoy día a los de la rama ejecutiva del poder público), la hizo posible, incluso, a los ciudadanos más humildes, pues practicó la política según la cual todos los ciudadanos debían intervenir en los asuntos públicos, ya que “el que rehúye la política no es sólo indiferente sino inútil”. Y era extraordinariamente hábil para lograr consensos políticos.
Sin embargo, a los criterios de hoy, el lunar de aquella democracia consistía: en que solamente los considerados ciudadanos de Atenas tenían derecho al ejercicio de las funciones de la res-pública, no los esclavos, ni las mujeres, ni los habitantes de sus colonias.
En el orden de la cultura, fue un ilustrado. Convocó a Atenas a los mejores artistas de la época; encomendó al gran escultor Fidias la reconstrucción de su acrópolis; quiso que la ciudad fuera un hervidero de imaginación y creatividad.
Convirtió la Liga de las ciudades de Delfos, en principio iguales en categoría, en un verdadero imperio, motivo por el cual las otras, se fueron separando, en primer lugar Esparta la que finalmente enfrentó a Atenas en las guerras del Peloponeso, espléndidamente narradas por el historiador Tucidides.

Guerras y peste se enseñorearon en Atenas, cuyos habitantes hicieron de Pericles un chivo expiatorio, quien sumido en la devastación pública y depresión personal, murió en el año 429, A de C; los conflictos continuaron, rematando en la anarquía, y el apoderamiento de Grecia por parte del imperio macedónico, que la anexó.
Ocurrido lo cual la democracia y la cultura atenienses quedaron ocultas, hasta cuando fueron revividas en occidente, con el advenimiento del humanismo cristiano y el renacimiento.

Moraleja. Cuando un pueblo pierde su libertad, adviene en el estado de esclavitud, y sólo será posible recuperar aquella a base de “sangre, sudor y lágrimas”, como memorablemente lo afirmó en su tiempo, Winston Churchill.

NOTA: si visitas Pueblo Bello notarás que allí tu mente piensa mejor.
rodrigolopezbarros@hotmail.com

Por Rodrigo López Barros